Cuando las hordas de voluntarios rojos visitaron las calles de El Negredo buscaban a un señor mayor al que habían visitado en otras ocasiones, pero ya no estaba. Con todo, su llegada fue bienvenida. Llegó un gato a saludar; a los cinco minutos ya tenían a 15 felinos alrededor. No había personas, pero les hicieron un free tour por ese pueblo que yacía entonces deshabitado. Este personal de Cruz Roja son los cardiólogos de la España Vaciada; examinan el pulso de los vecinos que se resisten a abandonarla e informan a los gatos de que la humanidad no se ha extinguido.
El trabajo del voluntariado de Cruz Roja en Riaza aumenta en la campaña navideña con las visitas a la población mayor, todo un reto para una de las zonas más despobladas de la provincia. La visita suma el elemento humano con el sanitario, pues llevan mascarillas a los ancianos y unos calendarios, cortesía de la asociación de senderismo El Desfiladero. La hoja de ruta incluye los llamados ‘pueblos rojos’ como Madriguera, otros como Aldealázaro o Martín Muñoz de Ayllón y llega hasta zonas más al sur como Riaza o los dos Cerezos, pasando por Languilla, Aldealengua o El Muyo.
“Hacemos todo lo que nos da tiempo”, resume la presidenta comarcal de Cruz Roja en Riaza, Rosa Ana Sanz. El objetivo es cubrir toda la zona entre esta semana y la que empieza mañana. “Como todos trabajamos, nos tenemos que organizar. El voluntariado siempre está dispuesto a todo”. No hay una lista de personas a visitar, sino que es un trabajo de campo. Se trata de ir al pueblo y hacer una labor de reconocimiento. De hecho, a la mayoría ya les conocen. “Es la gente mayor que vive allí todo el año, no a la gente de Madrid que viene unos días de visita”.
La calidad de la visita prima sobra la cantidad. Por eso Rosa reconoce que no da tiempo a muchas, que a los vecinos les gusta mucho hablar y que les escuchen. Que se empeñan contra viento y marea a que pasen a su salón a tomar un café, pero el protocolo sanitario obliga a que la visita sea de puertas para fuera. En la calle, con mascarilla y distancia de seguridad. Y si hace frío, el vecino se queda en casa y susurra por la ventana. “Con una señora a lo mejor nos tiramos tres cuartos de hora. No hay mucha gente, así que sin prisa. Si un día hacemos diez, pues diez. Lo importante es que les escuchemos, porque es lo que necesitan”.
El perfil más habitual es el del vecino que vive solo, por lo que la visita vale un mundo. “Son súper agradecidos, les encanta que vayamos. Nosotros hablamos lo justo y ellos nos cuentan sus historias”. El resultado son conversaciones de todo tipo: desde cosas que hacían cuando eran jóvenes o “cuatro cosas de ahora”. Esa habilidad, la de saber escuchar, es un bien preciado. Por eso pide que más personas se sumen al carro: “Necesitamos voluntarios en las zonas rurales”.
Rosa recuerda batallitas de todo tipo. Una la narraba una señora que había trabajado toda su vida en un bar de un pueblecito de Burgos, regentado por los reyes. La anciana presume con orgullo de conocer a la familia real y de una larga vida de trabajo, el gran legado que engrandece a nuestros mayores. Con sus más de 80 años, esgrime seguir manteniendo correspondencia con Felipe VI y con Juan Carlos I. La historia, con la incógnita de si la correspondencia ha llegado a Abu Dabi, está pendiente de que muestre a Rosa una de esas misivas que guarda con mimo en Madrid.
El grueso de las conversaciones versa sobre “lo solos que están” y la esperanza de que fuese a acudir la familia para celebrar con ellos las fiestas. Pese a la situación epidemiológica de los últimos días, la sensación que captaron los voluntarios era de esperanza porque este año sí habría celebraciones. “Lo que me dijeron es que estaban contentos porque venían los hijos e iban a estar todos juntos. En otros pueblos igual se juntaban muchos, a lo mejor 20 personas, y que ahora ya no se podían juntar porque aunque fueran de la misma familia cada uno era de una casa, así que no lo iban a hacer de ninguna de las maneras. Otros señores lo pasan ellos solos, pero no les importa. Que para ellos es como un día normal y corriente”.
En un lugar con accesos a veces complicados, las rutas empiezan por el final, el último pueblo. Por ejemplo, El Negredo. Allí empieza el itinerario, que termina en las inmediaciones de Riaza. “El viaje no es largo, como mucho te tiras tres cuartos de hora. Porque luego los pueblos están todos pegando”. La labor del voluntariado incluye actividades durante todo el año. “Visitamos a gente mayor, a niños. Pasamos tiempo con ellos, jugamos. Si nos llaman para algo, vamos. Nos movemos mucho”. Un ejemplo fue su respuesta colectiva a ‘Filomena’; hace ya un año del temporal. Un kilometraje agradecido, por la belleza de los pueblos y la acogida de sus últimos residentes. Aunque sean gatos.
DESPI: Juguetes para la España Vaciada
Otra de las luchas de la España Vaciada es la natalidad. Faltan niños, por eso hay que cuidar a los que están. Por eso la asociación comarcal participa en la campaña de reparto de juguetes bautizada como ‘El juguete educativo’ para promover el juego saludable y enriquecedor. Bajo el lema ‘Sus derechos en juego’, realizan el reparto a niños y niñas en situación de vulnerabilidad, que no tienen garantizado su derecho al juego. La entrega tuvo lugar entre el jueves y el viernes para que los niños tengan todas las vacaciones para disfrutar de ellos.
La dirección provincial de Cruz Roja manda los paquetes de juguetes para aquellas familias que solicitaron esta ayuda y la labor de la asociación comarcal el contactar con los padres para que acudan a por ellos. Si alguien no puede acudir, lo voluntarios acercan los juguetes con sus vehículos. Entre el transporte y el uniforme rojo, pasarían por Papá Noel. Una labor necesaria, pues en algunos pueblos no hay nacimientos desde el siglo pasado. Rosa Ana Sanz ve motivos para la esperanza. “Hay pueblos como Estebanvela donde hay muchos niños, pero por lo general, en los pueblos pequeños no hay nada. Los que se vienen a vivir a esta zona lo hacen a Riaza o a Ayllón, los pueblos un poco más grandes. Las pedanías van para abajo todas”.
“La gente que está sola es muy valiente”
La voz radiofónica de Ana Merino emite desde el centro de contacto de Cruz Roja con el mismo tono que encontrarían en ‘Hablar por hablar’. Al principio pensó que su trabajo era simple, pero la experiencia le ha ido enseñando la utilidad de sus llamadas; su compañía para paliar la soledad y la empatía para escuchar los problemas ajenos o diagnosticar carencias –desde anímicas a movilidad– al otro lado del teléfono.
Ana tiene el mismo funcionamiento que un departamento comercial de cualquier empresa telefónica o eléctrica –una aplicación decide a qué números debe llamar y ella se limita a interactuar con la otra parte– pero consigue un efecto diametralmente opuesto. Antes de escuchar el nombre de la compañía que ha perturbado tu siesta, ya estás buscando el botón para colgar; ella cambia esa agresividad por empatía, por eso las llamadas se alargan. En una mañana normal habla con unas 25 o 30 personas. En esas conversaciones también detecta la independencia y les ofrece ayuda externa de Cruz Roja. Por ejemplo, pedir acompañamiento de cara a ir al médico o si necesitan que alguien les lleve medicinas.
Funciona a través de campañas. Por ejemplo, medidas de protección contra el Covid, recomendar a la población que se vacune, alertar de los peligros de las olas de calor o, en estos momentos, la campaña para informar de la gripe y la tercera dosis contra el coronavirus. Consejos simples como hidratarse o salir bien abrigados cuando hay olas de frío. “Esas cosas que a nosotros nos parecen tan básicas que ni siquiera las piensas. Pero cuando haces las llamadas te das cuenta de que para mucha gente es importante que se lo recuerdes”.
Esta la excusa. “El motivo de la llamada es ese, pero luego cada persona te descubre cosas diferentes de su situación. Y te tienes que orientar por ahí para seguir una conversación personalizada, porque ahí detectas su soledad o preocupación”. La problemática más corriente es la simple conversación: gente que necesita hablar. Ana esperaba ser recibida como cualquier otro comercial: “Otro pesado que me va a dar la lata”. Pero no. “La gente, en un porcentaje muy alto, reacciona increíblemente bien. Enseguida se abren”. Otra carencia frecuente es no poder ver a la familia tanto como quisieran, otra herida que ha agrandado la pandemia. “Están pasando angustia por los familiares y tienen miedo por ellos mismos”.
El enfoque de prevención en la Navidad ha cambiado. “El año pasado aconsejábamos que no se reunieran. Este año se da por hecho que se van a reunir; hacemos más hincapié en que se tenga mucho cuidado con quién se juntan, mantener la mascarilla o la ventilación”. Mientras, la gente que pasa estas fechas sin compañía requiere menos ayuda. “La gente que está sola es muy valiente. Gente de otra generación, no tienen esa blandura que tenemos nosotros, que protestamos por todo. Están acostumbrados a pasarlo mal y han luchado mucho”.
Ana reconoce que la práctica ayuda, pero también que la otra parte facilita las cosas. “La manera en que te contestan, el tono de voz… Ya estás notando algo, por dónde tienes que orientarte”. Es un cúmulo de intuición, psicología y mucha empatía. Y una labor llena de alegrías, de gente que le hace reír. Un hombre le cuenta sus batallitas con figuritas de madera basadas en la agricultura antigua; que está deseando regalarle una de esas cuidadas reproducciones que ya ha entregado a todo el pueblo. En otra ocasión vio como su consejo de hacer actividad física llegó más lejos de lo que esperaba: una mujer de 85 años contestó al teléfono después de darse un paseo en bicicleta.
Las personas solas, las más valientes, quizás no necesiten su llamada, pero sí la agradecen. Ya sean cinco minutos o media hora. “Se ve que les sirve de muchísimo. Y eso te deja una satisfacción grandísima”. Y tras el preceptivo agradecimiento, antes de colgar, cierran con una frase sobrecogedora: “No sabe lo importante saber que alguien se acuerda de mí”.
