La idea de camino como metáfora de otras realidades es de uso universal. Iniciamos un camino cuando acometemos una empresa; transitamos solos o acompañados, felices o abrumados, por el camino de la vida, que puede ser camino llano o calvario; salimos al encuentro unos de otros en los caminos; caminamos anhelantes mientras buscamos, soñamos, amamos… Siempre el camino en nuestro horizonte vital.
En Segovia, mucho más modesto que el de Santiago —paradigma de todos los caminos—, tenemos el camino de San Frutos, también cargado de significado. Ideado y promovido por trabajadores del centro penitenciario de la ciudad, discurre desde la Catedral hasta la ermita de San Frutos, en las hoces del Duratón, que son como el corazón de la provincia. Al viejo cenobio llegó el sábado pasado un animoso grupo de técnicos y voluntarios de Cáritas diocesana de Segovia, coronando el cuarto tramo de un camino de encuentro y convivencia iniciado en noviembre pasado a razón de una etapa por mes.
Un camino que, casualidad o no, también ha iniciado en este tiempo la Iglesia de Segovia: un camino nuevo, difícil —mucho, ciertamente—. pero ilusionante. En estos cuatro meses, los diocesanos hemos conocido el nombramiento de un nuevo y jovencísimo obispo, don Jesús Vidal, le hemos arropado en su toma de posesión y seguimos expectantes los primeros gestos del que está llamado a acometer una necesaria y profunda renovación de la institución. En personas, en estructuras y en formas. En estilo.
Los primeros gestos son muy importantes en los inicios de las nuevas épocas. Dicen mucho. Y más en el seno de la Iglesia, que se alimenta de símbolos. Los de don Jesús Vidal están siendo significativos y muy alentadores para los que confiamos en esa renovación, en esas nuevas maneras de llegar a la gente y evangelizar. Las palabras que más se destacaron, y que el mismo don Jesús destaca de su primera homilía, hablan de camino y aún resuenan en los oídos de quien esto escribe, llenándolo de esperanza en el futuro: «Queridos fieles segovianos, sigamos juntos a Cristo. Deseo caminar con vosotros tras de Él. Unas veces delante de vosotros, otras en medio, otras detrás, para que juntos demos testimonio de su amor misericordioso».

¿Palabras sólo? No, gestos y realidades también. El pasado sábado, 15 de febrero, don Jesús, flamante obispo de Segovia, se apuntó a recorrer los últimos 17 kilómetros del camino de San Frutos. Un obispo que vino, que viene, a caminar con su pueblo con toda naturalidad, como uno más, pisando el mismo suelo, subiendo las mismas cuestas y manchándose del mismo barro, como así fue. Toda una declaración de intenciones que dice mucho, dice mucho y dice bien, de sus nuevas formas, que tanto necesitamos en esta pequeña porción de la Iglesia universal. No referiré las palabras que pudimos intercambiar ni otros sucedidos en las casi siete horas de encuentro. Baste decir que don Jesús conversó con cada uno de los 40 peregrinos que le acompañamos. Con todos y a todos dedicando el tiempo que cada uno merece: desde los sacerdotes a los niños; desde el director y el consiliario de Cáritas a personas sin hogar que también formaron parte de la aventura.
Enhorabuena, don Jesús. Por su gesto, por su disponibilidad, por su talante. Queremos seguir caminando así. No será fácil, ningún camino lo es, pero los fieles de Segovia estamos ilusionados con la tarea que nos espera y con este nuevo estilo de escucha y acompañamiento que nos propone. Porque tenemos que renovarnos, saber escuchar y saber proponer para ser representativos y útiles en el mundo de hoy. Y tenemos que hacerlo juntos. Que la sinodalidad, por favor, deje de ser de una vez por todas una de esas palabras tan largas de la jerga eclesial en las que nos refugiamos cuando queremos demostrar —aparentar— que somos distintos del mundo, para que se convierta, esta vez de verdad, en un término real, práctico y gozoso, que todo el mundo pueda entender.
Sinodalidad significa «caminar juntos». Tan sencillo como eso. Y a la larga, tan comprometedor. Porque este caminar de la mano se traduce en implicarse, escucharse, acompasar el paso, participar y buscar que los otros también participen, tomar decisiones entre todos, dejarse aconsejar, saber delegar y confiar, buscar una meta común. Y todo esto, creérselo y aplicarlo en el día a día apostando por ello sin excusas, sin ambages. No es fácil, pero es necesario. La sinodalidad es, debe de ser, el nuevo estilo de la Iglesia en medio de la sociedad. Para empezar, como dinámica interna. Y también, fuera del ámbito que impropiamente nos parece más propio: es decir, no sólo en las parroquias sino en la calle, que también es territorio para la Iglesia, territorio de misión. O caminamos con la gente —el pueblo— y convencemos —mucho mejor, enamoramos— con nuestro mensaje y actitudes, o terminaremos convirtiéndonos en un grupo más o menos numeroso, más o menos entusiasta, pero cada vez más irrelevante en lo social.
Ánimo, don Jesús. Sinodalidad es lo que usted nos ha demostrado practicar este último sábado caminando delante, detrás y en medio de nosotros. Esos kilómetros que hemos recorrido juntos han sido mucho más que un gesto, han sido la primera etapa de un nuevo camino, el que ahora comienza la Iglesia de Segovia. Desde Ángel a Eli, desde Manoli a Miguel, desde la pequeña Julia hasta el que esto escribe, tenemos la mochila preparada. ¿Por dónde empezamos?