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Trump y la falsificación del amor cristiano

Hace unos meses la expresión latina ‘ordo amoris’ (orden del amor) arrasó en las redes y por primera vez en la historia de la digitalización aparecieron juntos San Agustín y Santo Tomás como especialistas en el tema

por Ángel Galindo García
27 de abril de 2025
en Opinion
ANGEL GALINDO
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Hace unos meses la expresión latina ‘ordo amoris’ (orden del amor) arrasó en las redes y por primera vez en la historia de la digitalización aparecieron juntos San Agustín y Santo Tomás como especialistas en el tema. Algo tuvo que ver el Papa Francisco porque el 10 de febrero escribió antes de ser hospitalizado una de sus últimas cartas sobre este tema.

El papa se dirigía a los obispos de los Estados Unidos respondiendo al programa de deportaciones masivas y a la nueva política migratoria con la que se estrenaba la era Trump. Pero la notoriedad en las redes se alcanzó cuando el Vicepresidente J.D. Vance pidió al conjunto de la opinión pública que repasara la importancia del ‘orden del amor’ que establece un orden moral donde, a su juicio, se debe empezar por la proximidad familiar antes de llegar a la fraternidad universal. Su intención era clara; legitimar religiosamente, utilizando la moral católica, sus nuevas políticas sociales y migratorias.

Apenas han transcurrido dos meses y Trump ha ido poniendo en práctica aquello de “viva yo caliente y muérase la gente”, ¡viva bien Estados Unidos y se muera el resto del mundo!. Lo ha hecho iniciando la guerra económica de los aranceles, es decir, potenciando el egoísmo nacional y creando el odio y la guerra en la tensión global destruyendo el camino de la fraternidad universal. El camino de Trump es el del liberalismo puro al estilo del nacional-socialismo de Hitler y de Stalin. En este caso, marxismo y capitalismo se han unido en la persona de Trump.

Y mientras Vance y Trump consideran que la caridad bien entendida comienza desde la soberbia americana y se expande voluntariamente, la carta de Francisco no tiene desperdicio teológico ni político. La carta clarifica que el amor cristiano ‘no es una expansión concéntrica de intereses que poco a poco se amplían a personas y grupos’, desde el núcleo norteamericano de forma filantrópica al estilo masónico.

En el caso de la carta del papa, también sin desperdicio político, pone en tela de juicio la propuesta del presidente de Estados Unidos y también la de otros ministros europeos cuando manipulan la doctrina social de la iglesia para sus intereses, por varias razones:

(a) denuncia la instrumentalización partidista de la doctrina social de la Iglesia por parte de una administración pública;

(b) muestra la preocupación que hay en el Vaticano por la mitificación del catolicismo de Vance, como ocurre en la derecha española, como ‘paradigma’ de político confesionalmente católico, (dando a entender que la Iglesia les pertenece), lo que significa un zarandeo revulsivo para los restos de ‘democracia cristiana’, sobre todo en España y en Europa,

(c) recuerda que hay un criterio o termómetro moral para discernir el nivel ético de las propuestas políticas en los estados de derecho: ‘el trato que merecen todas las personas, en especial los pobres y marginados’;

(d) exige la promoción de un ‘verdadero ordo amoris para evitar criterios ideológicos que distorsionan la vida social e imponen la voluntad del más fuerte como criterio de verdad’.

Además de afectar a las políticas de inmigración ordenada que condicionan la agenda política de nuestros partidos españoles, también afecta a las políticas de desarrollo y al conjunto de las políticas socio-económicas. Es un debate central y recurrente no sólo porque afecta a la ‘caridad política’ sino porque recuerda aquella pregunta que en 1984 hacía MacIntyre al cosmopolitismo liberal desarraigado: ¿Es el patriotismo una virtud?

Trump está poniendo en evidencia que el nacionalismo y la partitocracia van en la misma línea de marginación de los pobres y de los emigrantes: el injusto reparto de la renta nacional entre las regiones nacionalistas como Cataluña o el País Vasco lo evidencian.

El ordo amoris cristiano no consiste en llenar primero las arcas del partido o de la familia nacional y dejar las migajas para los países pobres o para quienes vienen de fuera sino en acoger a las personas en cuanto personas repartiendo el pastel entre todos. Lo demás consiste en “viva yo caliente y muérase la gente”, principio que el liberal Malthus puso en práctica en el siglo XIX y Hitler lo universalizo en el XX. Según el papa Francisco el auténtico amor es inmanipulable.
——
(*) Profesor emérito.

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