Julio Misis se especializó en una yincana entre hospitales, una maestría que jamás habría deseado perfeccionar. Un familiar le dejaba a las 8.15 de mañana en el Hospital General de Segovia para someterse a un sinfín de pruebas y recibir de 11 a 1 su ciclo de quimioterapia. Sin tiempo que perder -y si no había retrasos- alguien le recogía en la puerta del hospital y le llevaba a un centro médico privado de Recoletas en Valladolid para su sesión diaria de radioterapia. Al agotamiento físico y mental del cáncer se une al estrés: hay que llegar antes de las 14:30 para que el viaje no sea en balde y el paciente reciba su sesión. Y la carrera es obligatoria, porque no salía antes de las 13:15 de Segovia “ni harto de vino”. Han sido los picos del iceberg de una experiencia “penosa y agotadora”.
Julio, de 56 años, resume sus sensaciones: “La dureza en sí es cuando vas acumulando sesiones. En los primeros días no notas el efecto de la radio ni el cansancio del viaje, pero en cuanto llegas a las seis o siete se te va sumando todo con los síntomas de la enfermedad. Y la radio te va dejando mucha huella. Como sufres la enfermedad día a día, no te das cuenta, pero subir el tramo de escaleras de Valladolid desde la calle a la planta de la radio… no puedes. Las pasas más putas que Caín. Te acostumbras a sufrir, a andar muy despacio, a cansarte mucho. Pero hay días que te pones a pensarlo y dices: es que esto es una p. mierda”.
Una vez allí, el proceso es rápido: tres horas en el coche para tres minutos de tratamiento. En su caso, desvestirse de medio cuerpo para arriba porque el tumor estaba muy localizado en la zona del esófago. Tuvo 28 sesiones desde mediados de abril hasta finales de junio, con interrupciones de todo tipo –en teoría son tratamientos constantes de lunes a viernes- por averías en la máquina o problemas médicos ajenos. Por ejemplo, una neumonía le hizo parar una semana.
Julio tuvo un tumor de esófago y requirió de tratamiento de quimioterapia y radioterapia previa a su cirugía, el 24 de septiembre, un procedimiento complejo -diez horas de quirófano y cinco de reanimación para extirpar el esófago y gran parte del estómago- que le ha tenido entre hospitales hasta la semana pasada. “Fueron unos meses muy jodidos. Sobre todo la radio. Y dentro de lo malo, yo he ido por mi cuenta. Pero no todo el mundo tiene esa facilidad de que alguien le lleve. El hecho de ir y venir te hace no tener otra vida”. En su experiencia se ha encontrado con casos en ambulancia como esperar dos o tres horas hasta que dan el alta a otro paciente. “Eso pasa cada dos por tres”.
Cuando el tratamiento es lejos de tu provincia, agrava los efectos de cualquier anécdota. En su primer día de radioterapia, se rompió el alternador de su coche. “Son las dos de la tarde y estás en Valladolid: hasta que llega la grúa por tu coche y salgo de allí, son las cinco de la tarde”. Pasó la Covid entre marzo y abril; antes de empezar la radioterapia, su oncóloga le hizo un test serológico y aún dio positivo. Tenía una carga viral muy baja y le mandaron a Valladolid. Allí no le dieron la radio hasta que dio negativo otro test la semana siguiente. Ya acumula 12 PRC y esa fue la última en que dio positivo.
Una campaña diaria
La movilización de Julio por la unidad de radioterapia en Segovia empezó antes de su tratamiento. “¿Cómo pueden tener tantísimo morro? Que después de 12 o 15 años nos digan que no vamos a tenerlo en otros tantos. Porque hacer una infraestructura de ese calibre en Segovia… Nos están condenando a no tener radioterapia en la p. vida”. Todo empezó con mensajes reivindicativos en Facebook. “Por convicción mía y por el compromiso que me he creado yo solo, no voy a parar”.
Él está preparado para una lucha a largo plazo. “Ya sé que no lo vamos a tener ni el año que viene ni el próximo, y yo me he desilusionado mucho porque me fío de la palabra”. Se ha reunido con personalidades políticas y mantiene su activismo. “Voy a seguir con el post diario y publicando vídeos. Lo que quiero es explicaciones públicas, que den la cara y expliquen ese presupuesto”. Un luchador con su historial no acostumbra a rendirse.
