En mi anterior intervención en este espacio comenté el nuevo éxito de la gimnasia rítmica en Segovia. A la vez que lo escribía me vino a la mente el desagradable acontecimiento que ocurrió con una entrenadora búlgara de la selección nacional, Emilia Boneva, a raíz de una denuncia proveniente de las propias gimnastas. La alta exigencia de los entrenamientos y el severo control del peso al que las exponía produjo en las jóvenes atletas unas consecuencias muy negativas, tales como el abandono prematuro de la competición y algunos trastornos de la conducta alimentaria, especialmente la anorexia.
Este caso puso en alerta algunos métodos de trabajo que se imponían en ciertas especialidades deportivas y que, sin duda, afectaban a la imagen corporal de las personas afectadas. Añadido a esto, los medios de comunicación siguen promoviendo unos estándares de belleza que potencian, en unos casos, los cuerpos extremadamente delgados y, en otros, los musculosos, por lo que muchas personas se sienten presionadas para ajustarse a estos patrones.
Una baja autoestima, la tendencia a compararse con algunas figuras públicas, el recibir comentarios negativos sobre su cuerpo, la tendencia a ser perfeccionista, los cambios hormonales, la influencia familiar por realizar dietas extremas o valorar mucho la apariencia física, el ser ridiculizado por el aspecto físico o la dependencia de los ‘likes’ son algunos de los factores que pueden contribuir a tener un trastorno de la imagen corporal.
También, en el ámbito deportivo se pueden producir este tipo de problemas. En unos casos por los modelos corporales exigidos (gimnasia, culturismo, etc.), en otros por la comparación con los compañeros y las compañeras, por las críticas de los entrenadores, las lesiones o las altas expectativas propias y sociales.
En cualquiera de los casos, hay que aprender a quererse más y a no valorarse sólo por la apariencia física. Por encima de todo está la salud física, mental y social.
