Si ayer hablaba en estas páginas del excelente resultado que, con una impresionante economía de medios y mucha imaginación, consiguen los búlgaros Atelier 313 en ‘Jack y el tallo de judía’, otro tanto se puede decir del francés Bakèlite. Su espectáculo seguramente habrá pasado desapercibido para muchos en medio del amplio programa de la semana, una única actuación el lunes a las once de la noche, con la sala ni siquiera llena.
Y es una pena, porque este ‘Braquaje’ es otro de esos espectáculos sin pretensiones extrañas que consiguen que el público sonría, ría y se admire de la capacidad de la mente humana, la del artista, para crear; de la capacidad de la mente humana, en este caso la del público, para imaginar a partir de lo que tiene enfrente y completar, en un proceso también artístico, el trabajo de la compañía.
Desde el cole, el protagonista y su compañero Billy, que nació prematuro y sigue sin crecer demasiado, estaban predestinados al mundo del hampa. De tener como juego favorito limpiar los bolsillos a sus amigos pasan a los chanchullos en su taller de coches y de ahí a un plan más ambicioso, robar un banco neoyorkino forrado de dólares, el golpe perfecto para retirarse definitivamente.
En poco menos de una hora, el espectador recibe instrucciones, cierto que no muy precisas, pero sí divertidas, de cómo perpetrar el robo. La historia es sencilla, no hace falta complicarla más porque funciona a las mil maravillas, de manera muy ágil. Pero lo mejor es la representación visual de la vida de los protagonistas, de los preparativos y del golpe.
El jardín en el que jugaban de pequeños, con el césped siempre verde representado por tres estropajos, un desatascador con un cepillo viejo encima emulando un árbol y una botella de plástico como nube, es magistral en su modestia. Lo mismo puede decirse de la ciudad de Nueva York, con sus edificios construidos con botellas de plástico perforadas e iluminadas desde el interior.
Los conductos del banco por los que se cuelan en el interior, tanto el entramado de pajitas como el tubo por el que reptan, pies incluidos, son una resolución tan sencilla como brillante y el uso de las pantallas, para emular la presencia del ‘padrino’ y para representar el desplazamiento en coche, es impecable.
El público disfrutó de lo lindo de un espectáculo que habría merecido una ubicación un poco mejor dentro del programa de Titirimundi 2010.
