Mañana se elige Presidente de la República Francesa. Los candidatos de la segunda vuelta han buscado el voto de quienes no lo hicieron en la primera ronda con discursos transversales basados en alertar del riesgo de la victoria del rival. Con los partidos tradicionales hundidos, tenemos a un Macron que gana odio y a una Le Pen que pierde miedo, tratando de pescar en una izquierda perdida de representación. Macron lo intenta desde el centro y los valores republicanos y Le Pen desde la insumisión y los extremos que se tocan. Uniendo desde lo que les separa para castigar al otro. Las pasadas elecciones y la ciencia política dan una victoria amplia de Macron como mal menor, porque la izquierda prefiere el centro antes que la derecha, pero hay una cautela que dice que una buena cantidad de electores de izquierdas pueden votar a Le Pen, no solo por un agotamiento del eje ideológico tradicional, por la alta incertidumbre vital o por la desconfianza en la política, sino porque no aguantan al Presidente y Le Pen ya no les asusta, y esto se explica mejor desde el psicoanálisis.
¿Por qué hay líderes odiados más allá de sus políticas? ¿Por qué políticos modernos y moderados son vistos como prepotentes? ¿qué oscuros motivos hacen que no se trague a tipos como Macron en Francia? ¿o a Sánchez en España?
Lacan, hijo del padre del psicoanálisis, distinguía dos tipos de odios: el odio al padre y el odio al hermano. El primero es estructurante, ejemplarizado en el rechazo que sentimos ante nuestro padre, no por quien es, sino por la posición que ocupa con respecto a nosotros. Este odio suele convertirse en amor excepto en el caso de los padres que abusan del criterio de autoridad (porque yo lo digo) y por los que creen que esa condición les hace infalibles e imbatibles. Los presidentes francés y español han dado muestras de ser muy padres presidentes y hay gente que no soporta esa determinación. Parece que una cierta distancia humana es mejor percibida. De nuestros padres de la patria, Felipe daba la sensación de no querer estar y Zapatero de estar por casualidad. Rajoy daba ambas sensaciones. Solo Aznar despertaba unos odios parecidos a los de Sánchez.
El segundo odio es el del hermano enemigo. Aquel que sentimos por alguien de nuestra sangre, como nosotros, pero que inevitablemente actúa distinto (porque es otro). Esas pequeñas diferencias explican la rivalidad del fútbol o de los pueblos vecinos y suele ser odio pasajero a no ser que se interpreten las diferencias como dolosas, como “mi hermano es gilipollas y lo hace para joderme”. Macron es odiado por la izquierda a pesar de haber sido ministro socialista y Sánchez es rechazado por el centro a pesar de ser taxonómicamente parecido al líder que buscan: trabajador, formado y capaz de adaptarse perfectamente a los trajes y la realidad que tiene que gestionar. Macron y Sánchez, libres en lo personal y moderados en lo político, son vistos como chulos o traidores por sus hijos y hermanos freudianos.
Después del debate, Macron cae igual de mal, es igual de “establishment alejado de la calle”, pero Le Pen da menos miedo
Si el odio es entre iguales, el miedo es entre distintos. El miedo es “el gran otro”. El psicoanálisis distingue tres tipos: el realista, el neurótico y el moral. El realista son los hechos, que suelen ser pocos. ¿Qué sabemos qué hace Le Pen (o Abascal) dónde gobierna? No mucho. Poner en Valladolid a un joven con pinta de escuchar a Taburete. El neurótico ya es más libre y asusta más. Es lo que creemos que harán. Romper consensos, sacarnos de Europa, cerrar fronteras, legitimar la homofobia, el machismo, enfrentarnos. Y por supuesto, está el odio moral, ese rechazo desde las tripas a códigos que consideramos inhumanos, a moral de matones, a abusos de abusones. Le Pen se blanquea para no asustar mientras Abascal pasa porque solo compite con el PP y no tiene a nadie a su derecha, como en Francia y porque es más de Floid que de Freud y porque para psicoanalizado el que tengo aquí colgado. Después del debate, Macron cae igual de mal, es igual de “establishment alejado de la calle”, pero Le Pen da menos miedo. Él estuvo solvente y arrogante dando lecciones a ella, que anduvo torpe pero empática con las clases populares. Aunque ganó él, ella pescó más, aunque no lo suficiente. Si no se apellidara así, quizá. Entre lo que odiamos (pongamos un plato de brócoli) y lo que desconocemos (una carne, pongamos de caballo), el 60% tira por lo malo conocido. Aunque si volvemos al puro psicoanálisis lo que vemos es a un hombre que se ha casado con su madre y una mujer que ha matado a su padre.
