“No sé absolutamente nada de lo que ha pasado en el mundo esta última semana, que me la he pasado en la montaña. Todo ha salido muy bien, tan bien que estoy casi hasta ‘mosqueado’ por ello. No es que esto sea un camino de rosas ni que los riesgos hayan desaparecido, porque sin ir más lejos el domingo nos volvió a pasar cerca una avalancha de nieve, pero sí que los planes se están cumpliendo incluso mejor de lo que esperaba.
A las 4 de la mañana del 26 de abril comenzamos la ascensión por la cascada del Khumbu, hasta que conseguimos llegar al campo 2, a 6.600 metros de altura. Hablo en plural porque conmigo vinieron el madrileño Manolo Díez y la ecuatoriana Paulina Aulestia, que quiere ser la primera montañera de su país en hollar la cima del Everest. En el campo 2 pasamos la noche, para a la mañana siguiente ascender a 7.000 metros y volver a bajar al campo 2 para reponer fuerzas.
El martes fuimos capaces de montar el campo 3 a 7.300 metros de altura. Normalmente cuando consigues llegar a esa cota lo que haces es bajarte hasta el campo base, pero yo preferí subir un poco más arriba, y logré llegar hasta una zona llamada de las bandas amarillas o ‘yellow bands’, que se encuentra a 7.700 metros, para posteriormente sí iniciar la bajada y descansar en el campo 2. Me dicen que esta temporada he sido el primer no serpa que ha llegado hasta las ‘yellow bands”. Pero ese no es mi objetivo.
Ayer bajé por la cascada del Khumbu hasta el campo base. Verdaderamente me encuentro muy bien, sin más problemas físicos que algún acceso de tos, que aquí se la llama ‘tos del Khumbu’, que por aquí todo el mundo la padece como consecuencia de las rachas de viento en altura, y del clima seco por el que estamos pasando. Tanto es así que la roca de la montaña es puro hielo.
No nos podemos quejar del tiempo que hemos tenido, aunque ahora ya sí que nos llegan unos días en los que la climatología va a estar un poco peor. No me importa, porque el trabajo de aclimatación ya está hecho, y me voy a bajar alguna jornada a Namche Bazar, el pueblo que está a 3.450 metros de altura, para dormir mejor y oxigenarme bien, ya que tiene alguna zona de árboles por la que poder respirar.
Esta semana trataré de recuperar fuerzas para intentar el asalto definitivo a la montaña del 7 al 10 de mayo. Veo el panorama que hay en el campo base, con la gente preparada y aclimatándose a la altura lo mejor que puede, y pienso que el Everest no se me puede escapar. Me he quedado solo porque mis compañeros de ‘El Reventón’ que tanto me han acompañado ya se fueron, pero me han dejado su fuerza, y además ya sé que ve llegando el momento de echarle valor a la ascensión. Me acuerdo de mi hermano, de mi familia y también de los niños de las escuelas de montaña de Segovia, La Lastrilla y San Cristóbal. Espero que no se les pase su amor por la montaña, y que algún día puedan llegar donde estoy yo ahora, a las puertas de intentar el ascenso a la cima más alta del mundo”.
