La directora del CRA El Pizarral lleva a Santa María La Real de Nieva en la sangre, en el corazón y hasta en el nombre. Soterraña Sastre, o Sote, como la llaman los alumnos, lleva toda la vida enseñando. Además de pregonera de las fiestas de este año, ha sido testigo directo de cómo ha cambiado el pueblo y los niños durante este tiempo, y charlamos con ella sobre esto, sobre educación y sobre algunas otras cosas.
—¿Cómo llevas el arranque de curso?
—Los principios siempre son costosos. Hasta que organizamos el curso hay mucho trabajo: preparar programaciones, coordinar al profesorado, dejar todo listo para el día 10, que ya tenemos a los chicos en el centro. Luego, una vez arrancas la tarea, todo va rodado. Aun así, cada inicio trae cosas nuevas; es lo que toca y hay que hacerlo. A pesar de los años, a mí me ilusiona empezar cursos nuevos con historias y retos nuevos. Claro que se está muy bien de vacaciones, pero eso nos pasa a todos. Tras los primeros días, nos ponemos al lío.
–Eres de Santa María la Real de Nieva.
—De toda la vida. He vivido aquí siempre, salvo los años de estudios. Este ha sido mi domicilio desde siempre.
—Con esa perspectiva, ¿cómo ha cambiado el pueblo?
–Como en toda la zona y buena parte de Castilla y León, hemos perdido población. Aun así, nos mantenemos dentro de lo pocos que somos. Se aprecian mejoras en infraestructuras y comunicaciones, pero el gran problema es el envejecimiento y la despoblación. Hay pocos niños; es un mal común del mundo rural.
—Se nota mucho en el colegio El Pizarral?
—Cuando empecé, en 2004, superábamos los cien alumnos. Ahora somos 63 en Santa María. Aun ampliando oferta —desde el año pasado tenemos educación de 0 a 3 años— se nota la bajada. La escuela de la Saleta, que durante años nos aportó alumnado, cerró. También hemos tenido transporte escolar y alumnos de pueblos próximos, pero la tendencia general es esa. En los dos o tres últimos cursos hemos ganado un poquito gracias al primer ciclo, pero hablamos de cifras pequeñas, donde “poco” ya es mucho.
—Vamos a las pantallas, algoritmos y redes. ¿Qué impacto ves?
—La tecnología ya es indiscutible; no se puede poner puertas al campo. Pero hay que educar su uso. Notamos descenso de la atención: todo es inmediato y muy estimulante; engancha. Familias y escuela tenemos que poner límites y acompañar. Más que consumidores —que ya lo son— debemos formar creadores con espíritu crítico: saber dónde entrar, qué evitar y por qué.

—Muchos padres sienten que las pantallas son “invencibles”. ¿Prohibir o regular?
—Prohibir por prohibir no funciona: lo buscarán por otro lado. La clave es diálogo, tiempos claros y control razonable. Es mejor un dispositivo común en zona compartida que pantallas en la habitación hasta tarde. Eso genera malos hábitos: falta de sueño, problemas de vista, peor comunicación. Hay que fomentar la calle, el juego y el deporte, y educar en uso responsable.
—¿Y la inteligencia artificial en el aula?
—Es una herramienta que ya está aquí. En el centro tenemos un buen plan de tecnología y trabajamos distintas actuaciones. Participamos en cursos en seguridad en internet. Cada trimestre hacemos una semana específica de seguridad digital para que el alumnado entienda que lo “bueno” puede tener consecuencias si no se usa bien. La IA facilita tareas, sí, pero hay que enseñar a utilizarla con criterio.
—Viajaste por distintos colegios buscando metodologías. ¿Cómo sería tu escuela ideal?
—Una escuela inclusiva, que acoja a todos sin diferencias y atienda a la diversidad; participativa y democrática. Con presencia real de todos los sectores: alumnado, familias y profesorado. Una escuela que cuide a las personas: soy partidaria de la pedagogía del cuidado. Todo es mejorable —en educación nunca se acaba—, pero ese es el horizonte.
—Sobre la relación con familias: algunos docentes sienten que ahora que la disciplina se ha relajado en la familia y que incluso algunos padres interfieren en su trabajo educativo. ¿Es así?
—Casos hay en todas partes. Pero si la escuela se plantea como un lugar que acoge, explica y cuida la relación con las familias, la convivencia es mucho más positiva. En comunidades pequeñas es más fácil, porque nos conocemos. Mantener buena relación facilita todo; poner muros complica y perjudica a todos, también a la escuela. Eso sí: cada uno en su papel. Se puede opinar sobre la escuela, pero las decisiones pedagógicas corresponden a los profesionales.

—Otra función clave es abrir puertas vocacionales. ¿Qué hacer si un alumno “se estrella” con su elección?
—Hay que individualizar. Con 18 años elegir carrera o FP es difícil; la oferta es enorme y a veces la idea que tienen no se corresponde con la realidad. Mi receta: animar a intentar, asumir que equivocarse es posible y ofrecer acompañamiento para reorientar. No se trata de imponer lo que a los padres les gustaría, porque el mundo cambia a gran velocidad y no sabemos qué hará falta en 15 años. Libertad con responsabilidad: apoyar, orientar, marcar límites razonables y, si no va bien, cambiar el rumbo sin dramatismos.
—Tres respuestas cortas. Primero: ¿cómo es para ti el profesor ideal?
—Alguien que sabe escuchar y observar. Que el alumnado sienta tu apoyo. Disciplina positiva: amabilidad firme. No todo vale, pero no hace falta castigo para educar. Ser comprensivos, claros y coherentes. Y mucha empatía: trabajamos con personas.
—¿Cómo sería el padre o la madre ideal?
—También disciplina positiva: límites con cariño y razonamiento. Hablar, comprender y acompañar. Poner límites no te hace peor padre; al revés. Es compatible con el afecto y el cuidado.
—¿Y por último, cómo sería el alumno ideal?
—No hay un “ideal” único. Creo que todos los niños y niñas tienen algo estupendo. Nuestro trabajo es dar espacio para que lo descubran y lo ofrezcan. Que estén motivados y con interés; a veces atraviesan momentos difíciles y ahí hay que sostenerles.
—Cambiemos de tercio. Este año eres pregonera. ¿De qué irá el pregón?
—Hablaré de educación. Santa María tiene una tradición educativa importante. Haré un repaso sencillo desde la fundación del pueblo hasta hoy, y enlazaré con las fiestas. Mi idea central es que tanto en educación como en las fiestas todo lo logrado es fruto del esfuerzo colectivo. Nada se consigue en solitario: necesitamos a todas las personas. Las fiestas de Santa María son de todos y para todos; se hacen y se disfrutan entre todos.
—¿Algo que quieras añadir?
—Agradezco al Ayuntamiento que me propusiera como pregonera. No lo entiendo como un reconocimiento personal, sino a la educación. Tenemos muy buena relación con el consistorio —son propietarios de los edificios y nos mantienen— y que reconozcan públicamente el valor de la educación me parece importante.
