No nació con tricornio ni con bigote, dos de las señas de identidad de un verdadero guardia civil. Pero conserva ambos elementos. Y si algo destaca José Luis de Santos Escribano, una vez jubilado tras casi 50 años al servicio de la Benemérita, es que siempre seguirá “siendo guardia civil”.
Hijo, padre y suegro de guardias civiles, no duda de que lleva genes verdes en la sangre. Su infancia, adolescencia y juventud la vivió en cuarteles. La semana pasada se jubiló y sus compañeros le dedicaron un homenaje de despedida. «Tras 47 años de permanencia en el Cuerpo, paso a otra situación, la de retirado, pero seguiré siendo Guardia Civil», insiste, ya con el grado de subteniente.
Fue en 1967 cuando ingresó en el instituto armado. Su primer destino: el penal de Ocaña, en Toledo. Luego fue a Madrid, donde estuvo en servicios de investigación en la Compañía de Puente de Segovia. Allí tuvo que intervenir en el operativo que se montó como consecuencia de las huidas de ‘El Lute’, el famoso delincuente, vigilando las chabolas de la carretera de Andalucía, donde tenía su residencia cuando no estaba en prisión.
Participó en la fundación del primer centro de comunicaciones establecido por la Guardia Civil y conocido como ‘Alfa 30’. «Fue difícil su aprendizaje», recuerda.
Tras luchar contra el contrabando en Palma de Mallorca, regresó a Segovia, la provincia de origen de su familia, una vez ascendido a cabo. Como comandante de puesto en Coca, realizó muchos kilómetros patrullando a pie y a caballo. «Entonces no había horario ni calendario», señala. Recuerda como anécdota cuando localizaron un burro cuya desaparición había sido denunciada días atrás. Una vez trasladado el animal a las cuadras del cuartel y estabulado junto a los caballos, llamaron al dueño. Su sargento, recto y serio, para comprobar que lo mostraba al verdadero dueño le preguntó: «¿No es más bien cierto que ese equino, unido por ronzal al pesebre, es de su propiedad?». El paisano respondió con un juramento, seguido de un solemne: «Que el burro es mío», despejando todas las dudas sobre lo que el oficial le preguntaba.
Un nuevo ascenso a sargento le llevó a Riaza. Luego al equipo de Policía Judicial en Segovia. Como brigada permaneció en Cantalejo, donde el cambio de milenio y el miedo al ‘efecto 2000’ le llevaron a vigilar la central eléctrica ‘La Electra’.
Como subteniente regresó de nuevo a Segovia como interventor de armas y explosivos. En este tiempo desempeñó un intenso trabajo con motivo de los numerosos movimientos de explosivos que se han necesitado en estos últimos años para la construcción de tres grandes obras: los túneles del AVE, la carretera de circunvalación SG-20 y la autopista AP-61.
En el año 2006 pasó a la situación de reserva activa en el Servicio de Acción Social de la Comandancia de Segovia.
Ahora, Santos hace balance de su paso por uno de los cuerpos de seguridad más prestigiosos, pero que ha tenido que afrontar a episodios «que nos hen hecho mucho daño», en relación al intento de golpe de Estado de Tejero en 1981, en el que tuvo que debió montar guardia en el Gobierno Civil de Segovia; o las operaciones y la fuga de su antiguo director general, Luis Roldán. «Yo siempre he tenido presentes los valores esenciales de la Guardia Civil, honor, lealtad, sacrificio y disciplina», señala. Ahora, con la paciencia de un buen vigilante, espera ver a su pequeño nieto «llevando con orgullo el tricornio».
