Incertidumbre, ansiedad, desconsuelo, estrés, apatía, desesperanza… Pronto se cumplirá un año desde que nuestros sentimientos empezaron a navegar por esas aguas tan turbias. Ahí seguimos, día a día, un mes tras de otro. Hubo un tiempo en que las religiones ofrecían su consuelo cuando estas pestes arrasaban sin piedad a la población, vida tras vida. Hoy somos más descreídos y supuestamente más científicos.
En medio de esta vorágine veo una oportunidad para detenerse y volver la mirada hacia dentro. Es tiempo para perderse por el pinar, el bosque que nos envuelve. Nuestro origen. Del bosque salimos hace ya cuatro millones de años. Pero aún continúa siendo la madre que nos envuelve con su abrazo y que nos acoge en tiempos de incertidumbre. Por eso sentimos tanta paz cuando nos perdemos, sin prisa, por los caminos del pinar. Siempre este sentimiento ha sido situado en una atmósfera religiosa. Hoy volvemos a lo primigenio.
No queremos intermediarios. Sabemos que en nuestro interior tampoco vamos a encontrar la solución. Pero el bosque nos ayuda a entender nuestro lugar en la naturaleza, en el mundo y en el cosmos. No somos los dioses que nos creíamos, tampoco atravesamos un valle solamente de lágrimas. Los rayos del sol de la tarde que se filtran entre los pinos nos ayudan a descubrir nuestro lugar en el mundo.
Jesús Eloy García
