La explosión de dos coches bomba, colocados en una mezquita de la ciudad iraní de Zahedán en la noche del jueves por el grupo terrorista suní Jundolá, un organización vinculada con Al Qaeda que trata de imponer el islamismo más radical en Irán, dejó el trágico balance de 27 fallecidos y 270 heridos, 11 de los cuales están en estado crítico. La primera de las deflagraciones es se produjo a las 21,30 horas y, poco después, cuando numerosas personas se habían acercado al lugar para socorrer a las primeras víctimas, se produjo la explosión de un segundo artefacto. La masacre tuvo lugar en la Gran Mezquita de la ciudad, mientras los fieles celebraban el aniversario de Imám Husein, el nieto del profeta Mahoma y la figura más venerada por los chiítas.
Según informó la televisión Al Arabiya, el grupo armado responsable de la masacre reivindicó en ataque mediante un correo electrónico en el que describe el crimen como una «respuesta a la ejecución», el mes pasado, del líder del grupo, Abdolmalek Rigi.
Asimismo, los terroristas explican que el objetivo último de su acción era la Guardia Revolucionaria, alguno de cuyos miembros pereció en el atentado.
Jundolá (traducido, Soldados de Dios) comenzó sus actividades contra el régimen de los ayatolás en el año 2003, liderado por los hermanos Rigi. Cuando Mahmoud Ahmadineyad llegó a la Presidencia en 2005, el nombre del grupo terrorista era tabú en Irán.
Entonces, sus atentados, en un país de mayoría chií, eran atribuidas a bandas de narcotraficantes o a delincuentes comunes que operaban a lo largo de la frontera con Pakistán y Afganistán, una de las principales rutas de salida del opio afgano al mercado mundial.
En los últimos años, sin embargo, su actividad ha crecido hasta representar una seria amenaza para la estabilidad del Gobierno. Al igual que ocurre con los separatistas kurdos del PJAK en la frontera noroeste, Teherán acusa a Occidente de financiar y respaldar movimientos secesionistas para crear grietas en la monolítica unidad política de un país que dista mucho de ser democrático.
La magnitud de la tragedia se tradujo en la inmediata reacción occidente, que, a través del presidente de EEUU, Barack Obama, repudió el «indignante» ataque.
En un comunicado, el líder afroamericano aseguró que «el asesinato de civiles inocentes en su lugar de culto es una ofensa intolerable, y quienes lo perpetraron deben rendir cuentas». El presidente recalcó que la superpotencia «se solidariza con las familias y los seres queridos de las víctimas, y con el pueblo iraní».
Por su parte, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, difundió un comunicado en el que aseguraba que «este acto sin sentido en un lugar destinado a la oración es de lo más mezquino y reprensible».
