Tenemos mascarillas que utilizamos normalmente todas las personas en este tiempo de pandemia. “Bendita mascarilla, que nos recuerda constantemente: la vulnerabilidad y fragilidad del ser humano y la responsabilidad en el cuidado de la propia vida y la de los demás; que los virus no hacen distinción de personas como nosotros, que hay países que además del “coronavirus” padecen hambre y esto tiene solución y hay vacuna para ello” (Julián del Olmo).
A este “virus” del hambre en el mundo quiero referirme en mi escrito de hoy. Es verdad que, como dice el obispo de Segovia en esta misma página que compartimos, “la enfermedad nos sitúa ante los límites de nuestra existencia y la experiencia de la enfermedad hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro…”. Esto debería llevarnos a pensar, además, en las personas que en el mundo pasan hambre y otras carencias y dificultades. También ellos tienen la necesidad innata del otro, de nosotros, para paliar o salir de su situación de carencia.
Inmersos como estamos en la denominada “primera pandemia del Siglo XXI”, podemos olvidar otras pandemias más mortíferas, más duraderas e infinitamente más graves, como son el hambre, la pobreza e, históricamente, la desigualdad. Manos Unidas, la ONG de la Iglesia Católica, que trabaja por el desarrollo de los pueblos y la erradicación del hambre y la miseria en el mundo, inicia su Campaña contra el hambre 2021 el próximo domingo, con el lema “Contagia solidaridad para acabar con el hambre”, que tiene como objetivo denunciar las consecuencias que la pandemia de coronavirus está teniendo entre las personas más vulnerables del planeta y promover la solidaridad entre los seres humanos como única forma de combatir la pandemia de la desigualdad, agravada por la crisis sanitaria mundial.
Las cifras son alarmantes. Con más de 95 millones de personas que se han contagiado con el Covid-19, este año más de 800 millones de personas padecerán hambre en el mundo. Ya son más de 1.300 millones las personas afectadas por la pobreza. No hay tiempo que perder porque el hambre y la guerra matan a más personas que el coronavirus, aunque esto puede no preocuparnos demasiado porque sucede lejos de nosotros y “ojos que no ven corazón que no siente”. En nuestro entorno también viven personas con muchas y graves necesidades.
Manos Unidas, en sus 62 años de vida, se propone reafirmar el valor de la solidaridad universal con mayor firmeza y abogar por la dignidad de todo ser humano y sus derechos; la necesidad de generar nuevos estilos de vida más solidarios; y la urgencia, desde la política y la economía, de crear condiciones de vida.
“La solidaridad es una exigencia de nuestra dignidad humana compartida, y es un deber que, cada ser humano, según sus circunstancias, sea responsable de todos los demás, al tiempo que asumimos la responsabilidad de “cuidarnos los unos a los otros”, nos recuerda Manos Unidas.
Para luchar y erradicar esta “epidemia” “tenemos el antivirus… pero su efecto no es milagroso, de un día para otro, y requiere tratamiento de choque: reconocer que todos somos iguales pero diferentes, únicos pero muy diversos. Valorar los pequeños servicios a los que antes no dábamos importancia.
Tenemos el antivirus… pero todavía no contamos con la suficiente tasa de “anticuerpos” y es necesario protegerse para evitar males mayores: somos seres esencialmente frágiles y vulnerables y la arrogancia de que “conmigo no va esto” se paga. Todos dependemos de todos, mucho más de lo que creemos, porque vivimos en un mundo globalizado. Lo imprevisible siempre es posible como lo ha demostrado la pandemia del Covid-19: la Vida y la Naturaleza son nuestro mejor tesoro y debemos cuidarlas, mejorarlas, compartirlas y disfrutarlas.
Tenemos el antivirus cien por cien eficaz: dar auténtico sentido al sinsentido de lo que vivimos y obramos. Construir una nueva humanidad cuyo objetivo no sea únicamente mercantilista como ahora. Mantenernos unidos en la adversidad y en la prosperidad: confiar en Dios, Señor de la Historia”. (Julián del Olmo) ¿Qué tal si nos inoculamos este virus para pasar de seres “racionales” a seres “razonables”, “relacionales” y solidarios?
