El iconoclasta Andy Warhol, adalid de la cultura “pop”, habría opinado —tal vez— que los dos edificios más bonitos de Segovia se encuentran, frente a frente, en las afueras. El silo cerealero, abandonado; y el supermercado Lidl, vivito y coleando. El primero es icono de Castilla, comparable al castillo de Turégano. Dos tipos de fortalezas: una de materia prima para elaborar víveres; y otra de guerreros. Me imagino en el interior del depósito de trigo al tío Gilito, siempre dispuesto a zambullirse, sin romperse la crisma, en el mar de monedas de oro almacenadas en su búnker, tan parecido al silo; mientras, los golfos apandadores, ladronzuelos entrañables, merodeaban condenados al fracaso. No cesaban de dar berrinches al viejo, cuyo chivo expiatorio era su sobrino: el pato Donald. Unos conocidos fueron bautizados como “apandatas”; mientras, conservo una figura de loza de los golfantes de Disney.
El bastión comercial “made in Germany” de Lidl incorpora arquitectura funcionalista, con entrada esquinera asemejada a la proa de un barco, según dicen también del alcázar. La estructura acristalada transmite mensaje de transparencia, propio de alemanes con sentimiento igualitario más desarrollado que entre españoles cainitas. ¿Una búsqueda de “heimat” —espacio íntimo—? Toda una extrañeza en este país de persianas. Desde la herencia árabe, con aquellas calles ciegas de las medinas, las casas se cierran frente al exterior. En amplios segmentos de la sociedad, no gusta recibir visitas; y la preferencia por quedar en bares o cafés resulta manifiesta. Siendo niños, los amiguitos acudían a nuestro hogar para jugar al Risk, Petropolis y demás; pero, apenas entré en los pisos de aquellos infantes.
La visita de los supermercados integra el turismo sociológico. Si los oligarcas rusos defenestrados se han hecho famosos, algo llamó mi atención en San Petersbugo (2003). Un establecimiento, situado junto al hotel de cuatro estrellas donde me alojé a orillas del Neva. Vaya oferta internacional de víveres finos, como se habría dicho en la España de 1900. Víveres: vocablo frecuente en Puerto Rico, cuyo español está, en parte, próximo a 1898. Así, se utilizan palabras galdosianas en desuso, tales como bregar. En el súper referido, entre otras existencias, jamón de jabugo envasado al vacío y botellas de “Vega Sicilia”. Ahí es nada: por entonces, los magnates se hacían de oro, vía exportación de petróleo adquirido en Rusia a precio de ganga. ¿Qué decir del Pushkin? El restaurante más elitista que he conocido, con carta en francés y clientela de nuevos ricos elegantísimos. En aquel Moscú, los taxis brillaban por su ausencia; pero, estos vehículos se agolpaban a la puerta del enclave gastronómico.
En las inmediaciones de mi alojamiento de la antigua Leningrado, existía otro supermercado, muy normalito, varado en la mediocridad de la época soviética. Ambos eran como la noche y el día. La cercanía, puerta con puerta, posibilitaba comparación efectiva: el lujo frente a su antítesis. Algunos dinosaurios de la URSS todavía pululan, cuales zombis, como la sucursal de los grandes almacenes moscovitas GUM en Samarcanda —Uzbekistán—, cuya escalera mecánica parada y “retro” es icono de la ciudad donde está enterrado Tamerlán.
OCU compara los supermercados; y publicita estudios descriptivos sobre el coste de la cesta de la compra. En mi caso, me interesan los factores culturales: ¿cómo condiciona la procedencia geográfica de la matriz la idiosincrasia de una cadena nacional o internacional?
Mercadona conoce al dedillo gustos y preferencias de la clase media-baja de España. ¿Por qué no utilizan la técnica comercial de ofertas puntuales en sus ventas? Desde su origen valenciano, los hermanos Roig sabían que el regateo es denominador común de las sociedades tradicionales del Mediterráneo; pero, en dicha cultura ancestral también cabía la posibilidad del engaño ante dicha acción. Así, unos precios fijos resultan más creíbles a clientes desconfiados en país “familiarista” con suspicacias frente a terceros. El vendedor consigue un excedente cuando vende algo por encima del precio con el que se contentaría; y muchos consumidores pueden sospechar que esto ocurre cuando acaban las ofertas.
Mis alumnos alemanes me comentan la orientación primigenia de Lidl y Aldi hacia la clase media-baja de su país; pero, con la renta per cápita menor de España, aquí compiten en el estrato de clase media a secas. Por ello, tienen menos público que Mercadona en Segovia, cuya mediana se ubica en el estrato medio-bajo. La adscripción a una clase social no solo depende del ingreso; sino también del nivel cultural en sentido amplio, más allá de los estudios. Las grandes ciudades propician en mayor medida aprendizaje, apertura de miras y gustos más cosmopolitas. En el extrarradio de Segovia, existe una carnicería enorme. En cierta ocasión, al preguntar si tenían pastrami, me respondieron: ¿qué es eso? Un fiambre judío, dispensado desde hace años en El Corte Inglés, que, vía Nueva York, hace furor en Madrid. De forma paralela, los vasitos acartonados de “matcha latte” —té verde con leche—, para tomarse bien fríos, son bebida favorita desde mi primer viaje a Japón (1998). Dos supermercados los distribuían en Segovia; pero han sido retirados por baja demanda. No es cuestión de presupuesto, sino de desconocimiento. Esta urbe registra un coste de la vida por debajo del madrileño; y la tasa de ahorro de las familias se posiciona entre las más elevadas de España. El déficit de información entre consumidores es fallo de mercado; y una educación para la nutrición gourmet debería impartirse en centros de enseñanza media.
Las cajas alineadas señalan frontera interior en los supermercados. Esto no ocurre en Aldi, donde dicho mobiliario ocupa espacio menor y periférico, al fondo de la entrada correspondiente al establecimiento ubicado en la salida hacia Soria. En una sociedad gregaria como la alemana, priman espíritu cooperativo y confianza, frente al entramado mediterráneo basado en la familia, donde el hurto posible por terceros se percibe como amenaza. La invisibilidad de dicha linde no aparece en la mayoría de establecimientos con dimensiones parejas en otras cadenas, que acotan la superficie contenedora de mercancías con muro de cajas, solo traspasable a través de pasillo angosto.
Los consumidores tudescos tienen gustos culinarios más globales, gracias a factores diversos: mayor renta per cápita; llegada temprana de inmigrantes; antigua tradición de vacaciones en el extranjero; y una economía abierta al exterior mucho antes que la española. No olvidemos que el “döner kebab” es invento posible de turcos en Berlín. La influencia de Estados Unidos, superpotencia con gastronomía más internacionalizada, también ha influido. Téngase en cuenta la relevancia de sus bases militares en suelo alemán, con la demanda de comida étnica por parte de todo ese personal, desde hace tantas décadas, inoculada a los locales. En este contexto de apertura, desde la oferta, los establecimientos de raíz centroeuropea marcan la diferencia en cierto aspecto: la mayor receptividad en la aceptación de pagos con la tarjeta de crédito menos deseada por el grueso de minoristas españoles.
Los supermercados alemanes exhiben percepción global del área mediterránea. Por ello, abundan productos griegos, italianos y galos. Por ejemplo, si hablamos de aceitunas, en otras cadenas solo habrá marcas españolas. De manera frecuente, LIDL coloca, durante unos días, expositores con alimentos no habituales de Italia o Francia; y puedes encontrar una salsa alioli al estilo provenzal, algo que en España solo hacía el Corte Inglés. A modo de sorpresa, ALDI nos premia con existencias gourmet multinacionales por tiempo limitado, tales como zumos de frutas elaborados con aguas minerales de la península transalpina. En una Europa integrada, Canarias es segunda o primera residencia de muchos alemanes. Por ello, no debe extrañar cierta triangulación: la llegada de manjares isleños vía supermercados germánicos, siendo ejemplo el almogrote. A pesar de mis visitas al archipiélago, vengo a enterarme en Segovia de la existencia de una marca canaria de refrescos fundada en 1956.
Los minoristas referidos también distribuyen remesas exóticas de Asia y Oceanía, desde una botella de cerveza “Saigón”, cuya lata adquirida en Vietnam guardo como oro en paño, hasta vino neozelandés, rareza propia de una tienda especializada de la milla de oro madrileña. Gracias, Alemania, por ayudarnos a ver de lejos.
