Un matrimonio de Pakistán huyó del país por ser ahmadíes, una interpretación del islam atacada por los radicales, que atacaron su casa con piedras, rompieron el brazo a Aziz y acosaron a sus hijos una vez que descubrieron una fe que ellos trataban de profesar en secreto.
“Ahora nos sentimos a salvo. No tenemos miedo. Puedo ver la sonrisa en las caras de mis hijos, son felices. Llevamos escondiéndonos desde la infancia, y aquí tenemos libertad”. Es el resumen que hacen Aziz y Amna, los nombres ficticios de un matrimonio de Pakistán, refugiados en Segovia tras sufrir una persecución religiosa en su país natal. “Nadie quiere irse de su país. Con los niños, es muy difícil empezar tu vida de nuevo, pero nos obligaron a hacerlo”.
La lucha de Aziz y Amna es una lucha de principios, por eso denuncian la persecución de los ahmadíes. “Queremos que la gente sepa sobre nuestra religión”. Las amenazas de los musulmanes radicales, una ideología con una gran presencia en el mapa político de Pakistán, les obligó a huir. “Queríamos salvar las vidas de nuestros hijos y las nuestras. Siempre escondíamos nuestra religión, nos escondíamos a nosotros mismos. Cuando nos descubrieron, se convirtió en un gran problema”.
La Constitución pakistaní de 1984 no considera a los ahmadíes como musulmanes, algo que ellos reivindican. “No consideran infieles. Si nosotros aceptamos esto y decimos que no somos musulmanes, ellos son felices. Pero si queremos actuar como musulmanes, que lo somos, nos echan la ley encima”. Es una discriminación que les impide decir “Salaam-Alaikum”, el saludo más común entre musulmanes, que significa “la paz sea contigo”, o recitar el Corán. La forma más efectiva de expulsar a alguien de un colectivo es negarle el derecho a participar de su rutina. Las sanciones son de la máxima dureza, hasta la pena de muerte.
Escondidos
El matrimonio había pasado toda su vida en Karachi, la ciudad más poblada del país, con casi 15 millones de habitantes. Cuando se casaron, vivieron en la casa de Aziz, de 43 años, con sus padres y sus hijas, una familia extensa. Él tenía un “muy buen trabajo” como ingeniero informático, programando Java Script y otro tipo de lenguajes. Amna, de 34 años, era profesora de inglés.
La suya era una vida en la sombra. “Hay muchos ahmadíes tratando de ocultar su identidad, especialmente en Pakistán, porque las leyes de blasfemia son muy duras. Pero una vez que son descubiertos, hacen que sus vidas sean miserables”. No pueden siquiera ir a por leche al mercado o comprar el periódico. “Nos odian” En su caso, la verdad salió a la luz en el funeral del padre de Aziz, en 2019. Su grupo celebraba el sepelio en un lugar diferente y aquellos compañeros de trabajo y vecinos descubrieron sus creencias. “Nos arruinaron completamente la vida”.
Lo que antes eran saludos se convirtieron en insultos. Recibir pedradas a la puerta de casa era su nueva rutina. “Los musulmanes venían cada viernes a darnos su discurso. Y no podíamos hacer nada, solo escucharles y decir, vale, somos malos”. El trabajo de Aziz es nocturno y en una de esas noches en las que volvía a casa le pararon, le dieron una paliza y le fracturaron el brazo. Por si le mensaje no había quedado claro, lo verbalizaron: “Deja esa casa, deja este vecindario. No queremos verte más aquí”.
La etiqueta de la traición
Para los grupos radicales, los ahmadíes son traidores, gente con la que habían compartido mesa sin saber su pernicioso origen. Una vez que les colocaron el sambenito, nadie quería comer con ellos. “No comas con ellos, son malos. Esa era la persecución”. Efectiva, porque los amigos se fueron evaporando. “Cambiaron para siempre. Solemos cocinar para los vecinos y una vez lo llevé a una casa y lo tiraron. Nos amenazaban todos los días por teléfono; lo sabían todo de nosotros porque llevábamos muchos años viviendo allí”. Un sufrimiento que también se trasladaba al colegio. “Los profesores acosaban a mis hijas”.
Al día siguiente después de aquella paliza, dejaron la casa y se mudaron a otro lugar sin abandonar la ciudad. “Creíamos que la cosa se calmaría con el tiempo, pero Pakistán está lleno de partidos extremistas. Si quieres enfurecer a alguien, dile que otra persona ha hecho algo mal. Es muy fácil. Con el tiempo, nos persiguieron. Y después de unos meses, se organizaron para atacar nuestra cosa”. Imaginen a medio centenar de personas insultando y lanzando piedras a la puerta de su casa. “Esto es ya muy común. Y mucha gente muere en estos ataques”.
Las medidas paliativas fracasaron, así que solo les quedó la baza de abandonar el país. “Pasas cada momento pensando que alguien va a venir a casa a hacer daño a los niños. No puedes vivir siempre con este miedo”. En ese momento, pandemia mediante, todas las embajadas estaban cerradas y la primera que reabrió fue la española. Así que fueron a pedir ayuda y solicitaron asilo. Agradece la acogida y la eficacia, pues sus hijos, de 14, 12 y 8 años, estudiaban en un colegio de Madrid en apenas un mes. Su visado tardó algo más de dos meses; mientras, se refugiaron en casa de sus familiares. Dejaron su país en septiembre.
Un nuevo hogar
Una vez que llegaron a España, se marcharon a Alemania, pues el grueso de su comunidad religiosa está allí y en Reino Unido. Pero la normativa otorga al primer país europeo que asigna el visado la responsabilidad de gestionar la solicitud de asilo. Aunque en Alemania apenas necesitaron explicar su situación –no son pocos los ahmadíes que se han refugiado allí–, les indicaron que esa protección internacional debía partir de España.
Han descubierto un mundo lleno de posibilidades como la libertad de expresión. Aziz enseña sus fotos en El Retiro de Madrid, explicando en libertad los principios religiosos en los que cree. “Para él es una victoria”, resume su esposa. “Aunque no hable español, va allí todos los sábados y se lo cuenta todo el mundo. Solo una persona que no ha tenido libertad puede entender lo que vale”.
Les gusta el clima mediterráneo: “Aquí hay cuatro estaciones”. Y el ambiente de Segovia. “Es pacífica, muy bonita y apenas hay ruido, nada que ver con Madrid o Karachi”. Viven en una casa “preciosa” y han empezado este mes sus clases de español en Cruz Roja. “Cuanto más rápido aprendamos el idioma, más fácil encontraremos trabajo”. Deben de pasar al menos seis meses desde su primera entrevista con la Policía a la expedición del permiso de trabajo.
Cuando llegaron a Madrid, vivían en un hostal. Amna se declara como una obsesa de la higiene y tenía miedo por lo que se iba a encontrar, pero esa habitación pasó el examen. Agradecen la acogida al personal de Cruz Roja en Segovia. “Son tan amigables que no siento que esté fuera de mi país. La gente en España es súper hospitalaria. Nos han dado una casa preciosa, especialmente la cocina. Muchas gracias por esa cocina”. La ONG es para ellas como un ángel de la guarda. “Sienten el dolor de los demás”. Valora esa empatía: “Saben que hemos sufrido, que estamos solos aquí, y nos ayudan”.
Cientos de ahmadíes asesinados en Pakistán
Desde 1984, cientos de áhmadis de Pakistán han sido asesinados por su fe y, sin embargo, las autoridades no han enjuiciado tan siquiera al 5% de los agresores. En 2010, 86 áhmadis fueron asesinados en dos mezquitas en Lahore en un ataque terrorista. En octubre de 2005, murieron ocho áhmadis y 20 resultaron heridos cuando fanáticos religiosos dispararon contra los fieles en una mezquita ahmadía en Mong, en el distrito de Mandi Bahauddin. Más tarde, los asesinos fueron arrestados pero el tribunal los dejó en libertad. En marzo de 2012, la policía torturó hasta la muerte al presidente áhmadi de una Comunidad local. En julio de 2014, una mujer áhmadi y sus dos nietas, incluido un bebé de siete meses, murieron asfixiadas en un incendio provocado en presencia de la policía.
La persecución a una comunidad reformista
La Yama’at Ahmadía del Islam (Comunidad Musulmana Ahmadía) tiene presencia en 210 países del mundo. Esta comunidad fue fundada en Qadian, India, en 1889 por Hazrat Mirza Ghulam Ahmad, un teólogo y reformador musulmán. El movimiento que inició es una encarnación del mensaje benevolente del Islam: paz, hermandad universal, justicia universal y sumisión a la voluntad de Dios. Rechaza cualquier forma de terrorismo y se opone al concepto de violencia agresiva para difundir la religión, es decir, la ‘Yihad’. Los ulemas extremistas se oponen a esta interpretación pacífica y la han utilizado para excomulgar a esta comunidad del seno del Islam. En Pakistán y en algunos otros países musulmanes, los mulás (el clero ortodoxo de mentalidad medieval), los políticos y los militares en el poder han cooperado para reprimir a esta comunidad reformista.
En 1974, Zulfikar Ali Bhutto, primer ministro de Pakistán, impuso el estatus de ‘no musulmán’ a los ahmadíes mediante una enmienda constitucional con el apoyo de los mulás. Diez años después, el presidente Zia-ul-Haq promulgó la Ordenanza XX que afectó trágicamente la vida cotidiana de los áhmadis. Esta legislación tipificó como delito punible con tres años de prisión y una multa ilimitada si practicaban, propagaban e incluso proclamaban su fe en el Islam.
Esta ley quiebra la garantía que brinda la Constitución pakistaní en el artículo 20 sobre libertad religiosa y el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. La Subcomisión de la ONU para la Prevención de Discriminaciones y Protección a las Minorías expresó su ‘grave preocupación’ por la promulgación de esta Ordenanza y solicitó a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU que pidiera al gobierno de Pakistán que la derogara. Sin éxito.
Tanto el Estado como los mulás han atacado las mezquitas Ahmadía. Se han demolido 28 mezquitas, 39 fueron cerradas y selladas por las autoridades, 23 incendiadas o dañadas y 17 han sido ocupadas a la fuerza por los opositores desde 1984, según la Comunidad Musulmana Ahmadía en España.
Bajo la presente ley, los ahmadíes no pueden votar a menos que lo hagan como “no musulmanes”. Aquellos que creen en el Islam, tienen que firmar una declaración jurada de fe sobre “la finalización del Profetazgo” y negar por escrito ser áhmadis para poder votar. A los áhmadis se les coloca en una lista separada de votantes, como no musulmanes. La reciente Ley de Elecciones de 2017 se modificó para incluir todas estas disposiciones discriminatorias y prohibitivas para evitar el voto de los áhmadis.
En la ciudad de Rabwah, que sirve como centro de esta comunidad en Pakistán, y donde el 95% de los residentes son áhmadis, los consejos locales no tienen ni un solo representante ahmadí. Prácticamente los áhmadis no tienen voz en los asuntos de los consejos locales. Como consecuencia, los servicios esenciales como agua, calles o alcantarillado se encuentran en un estado deplorable en esta urbe de 60.000 habitantes.
El derecho de los áhmadis a reunirse pacíficamente en concurrencias religiosas se ha visto gravemente restringido.
