El punto de partida es el Diccionario de la Real Academia. La palabra, “solitario”. Nos interesan dos sentidos: “1. Desamparado, desierto. 2. Solo (sin compañía)”. Y para “soledad”, tres sentidos: “1. Carencia voluntaria o involuntaria de compañía. 2. Lugar desierto, o tierra no habitada. 3. Pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o algo”.
Cuando iba al playero Cine Pineda, de niño, no había soledad alguna, a pesar de ir solo. No recuerdo haber ido con mi hermano. Pero vi muchas películas así que seguramente vino a ver alguna conmigo. La maldita desmemoria. Y el cine, eso sí lo recuerdo, era algarabía, hipnosis, hechizo.
Años después, de adolescente y en los años siguientes, seguía yendo al cine solo. Con las películas no había soledad porque te sumergías en ellas. No importaba que hubiera mucho público o poco, salvo en las reacciones ante escenas de terror o cómicas, por ejemplo. Pero yo iba a lo mío, a “mi película”.
Empecé a fijarme más atentamente en los solitarios del cine cuando obtuve trabajo en mi viejo cine. Allí había solitarios de los que no conocíamos el nombre. Les poníamos apodo, como “Zatoichi”, “El limones”, “El vinagres” (siempre avinagrado al sacar su entrada o ante las instrucciones del acomodador), o “El troll”, por poner algún ejemplo.
Estos solitarios del cine debían ser seres de costumbres. Generalmente siempre usaban el mismo horario y el mismo día para ver las películas. Había excepciones, con cinéfilos que venían a ver prácticamente todas las películas, en días laborables o festivos, a cualquier horario.
A mí me gustaba ser acomodador o portero porque tenía contacto con esos y otros espectadores. Podía charlar con ellos, a pesar de que a veces agobiaban con su verborrea. No era lo mismo si eras proyeccionista (lo fui brevemente), porque la cabina es solitaria, no hay contacto con las personas, sólo las ves desde la ventanilla de proyección.
Estar solo es estar fuera de sitio. El cinéfilo solitario está quieto o deambula. A veces la soledad puede ser independencia. Isabel Archer busca esa independencia en “Retrato de una dama”, de Henry James. Deambula en busca de un espectro (esa independencia). Pero no se llega a ninguna parte. Si se cree llegar aparecen otros fantasmas, algunos de ellos de mal humor, incluso crueles.

Hay muchos oficios en el cine. Uno de ellos es escribir para el cine, trabajo del guionista sobre material propio o adaptando material ajeno. Para el guionista la tarea es solitaria. En cambio, para el equipo de filmación es distinto. Hay muchos oficios en compañía.
Pero a nosotros nos interesa la soledad del personaje, la soledad del prisionero. Es el caso de “La ballena”, de Darren Aronofsky. El héroe (Brendan Fraser) está atrapado en su casa, no puede caminar e intenta comunicarse con su ordenador. Solo, intenta acercarse a otros seres humanos en un filme angustiante, terrible. La obesidad mórbida es el villano. El villano está dentro de él, tal y como le sucede a Mickey Rourke en “El luchador”, también del extraño Aronofsky, un cineasta sin parecido a otros.
A Rourke le dicen que no puede ejercer su oficio sin poner en riesgo su salud. Le “quitan” la vida al solitario, que no puede adaptarse a una nueva vida. La atractiva Marisa Tomei puede ser su última esperanza. El espectador ruega que ayude a Rourke.
La soledad nos rodea. Está por todas partes. Acecha durante años y a veces cada día, cada minuto nos sorprende con la guardia baja antes de dormir, de descansar. Es el asaltante nocturno: el insomnio. Y puede acechar también con la guardia alta. Vagamos intentando encontrar una salida. Los demás no nos ven. Somos invisibles. La lectura o la escritura pueden ayudarnos, si somos capaces de mantener la concentración.
Para estar menos solo también escribo esto. Es otro de los propósitos de estos escritos de cine. Cierro los ojos y me concentro en alguna película: “Solos en la madrugada”, de Garci. La he olvidado completamente. La siguiente, “Techo y comida”, una de las mejores películas españolas que he visto en los últimos veinte o veinticinco años. “Requiem”, de Alain Tanner, la búsqueda de un fantasma en Lisboa.

Y “Papillon”. El protagonista, Henri Charriere, escribe: “No puedo más, me ahogo de soledad, tengo necesidad de ver un rostro, de escuchar una voz, aunque sea desagradable”. Una película extraordinaria, imprescindible.
Dixon Steele (Humphrey Bogart) nace cuando ella (Gloria Grahame) lo besa. Muere cuando ella le deja. Es “En un lugar solitario”. Cine dentro del cine.
“Dersu Uzala”, de Akira Kurosawa, es el ingenio del hombre nómada, solitario. Pero puede valerse por sí mismo, valiente, resuelto. Mira la vida sin miedo. Es el solitario guía que deseamos encontrar. Es nuestro maestro para vivir, para saber cómo vivir. Como Robert Redford en “Las aventuras de Jeremiah Johnson”, que no sabe donde va.
Quizá “Solo ante el peligro” es la gran película sobre la soledad, con Gary Cooper y Grace Kelly. Manolo Marinero se convierte en nuestro Uzala particular y escribe lo siguiente: “El austríaco Zinnemann hizo su mejor película con esta historia del policía que debe superar el miedo, y la soledad, de la insolidaridad colectiva, de la polarización entre el orden y el desorden. “Solo ante el peligro” tiene la precisión del minutero del reloj del hotel que parece contar el tiempo que le falta al protagonista para su encuentro con la muerte al mediodía”.
Un instante, el final de “Centauros del desierto”, es el John Ford en estado puro, en la búsqueda de Debbie (Natalie Wood). Pero Wayne se apodera de la película (también Jeffrey Hunter). De nuevo Marinero escribió en su Diccionario informal de películas (1998) sobre Wayne en esa película y sobre Alan Ladd en “Raíces profundas”: “Cumplidas sus respectivas misiones, no tienen ya nada que compartir en la vida común de la gente corriente. Se han perdido. Vuelven a su profunda soledad. Están vaciados (…)”.
Me pregunto no sólo por la soledad del espectador de cine, sino también por la soledad del cineasta. Muchas veces llevan años, muchos años sin filmar. Los espectadores esperamos siempre a los cineastas de nuestras películas favoritas. ¿Qué harán? Me los imagino leyendo, viendo cine, buscando. Otros, posiblemente, han dejado de ser cineastas.
Camus siguió filmando. Mario Camus y sus solitarios como el fotógrafo de “Los pájaros de Baden Baden”. Gentes vaciadas, nos susurra Marinero, ayudante de Camus en esa película. El fotógrafo conoce a una mujer en el abrasador verano madrileño. Son de distintas clases sociales y aparentemente tienen las circunstancias en contra. Pero el espectador se une a ellos, piensa que pueden estar juntos. El fotógrafo está en riesgo, en peligro. De nuevo, repito, está vaciado.

Como el entrenador del Racing de Santander en “Volver a vivir”. Como un muñeco, inerte, acude a la llamada de un amigo que le propone entrenar al Racing. Una mujer aparentemente salvadora, de nuevo, se cruza en su camino. ¿Le salvará ella? ¿Le salvará su oficio? ¿O no hay salvación alguna?
Para completar la trilogía solitaria, una mujer fantasmagórica se le aparece al entrenador de baloncesto del Breogán, Martín Lobo, en “La vieja música”.
En “Cuando todo está perdido”, Redford es el capitán de un barco que puede hundirse. Lo afronta con serenidad. Sí, sí, esa es la palabra que necesitamos. Serenidad. Me la repito.
Compañía aunque sea un balón disfrazado para Hanks en “Náufrago”. Inventemos balones o inventemos lo que sea, compañeros imaginarios, amigos como Jack London o Robert Louis Stevenson o Alejandro Dumas o Pío Baroja.
Clint Eastwood también está sereno, impasible en “El jinete pálido”. No sabemos si es un fantasma o si es todo el sueño de una joven.
No sé que tal aguantará la soledad en “El desierto rojo” de Antonioni porque la he olvidado. También amenaza con el olvido “Lost in translation” de la hija de Francis Ford Coppola, Sofía. Los solitarios Murray y Johansson vagan por Tokio, perdidos.
“Ella llena mis vacíos”, dice “Rocky” de Adrian, en la gran película de Avildsen. Los vaciados son un boxeador vagabundo, sin futuro, y la dependienta de una tienda de animales. ¡Qué emocionante y sencilla es esta película!
Alain Delon camina por la ciudad, impasible en “El samurai” (“El silencio de un hombre”) ¡Vaya silencio! Es el cine de Jean Pierre Melville. Pulula Robert de Niro en “Taxi Driver” y Nicolas Cage en “Al límite”. Ambas de Scorsese con dos actores muy poderosos. Una mujer para sacar de la soledad a De Niro (Cybill Shepherd) u otra para Cage (Patricia Arquette). ¿Son irreales? Son solitarios que deben convivir con el absurdo en un entorno muy hostil.
La tragedia es “Azul”, la película de Kieslowski. La Binoche sobrevive milagrosamente a un accidente de coche. De la noche a la mañana queda sola, violentamente, brutalmente. ¿Cómo vivir así? ¿Insensibilizándose a los demás? Si ella no quiere salir de su soledad, de su muerte en vida… ¿serán los demás capaces de rescatarla? Zbigniew Preisner puntúa, cerebral pero también emocionante.
Yo he pedido ayuda pero también me he quedado un poco solo buscando cine. No recuerdo nada de “La soledad” de Jaime Rosales salvo la inquietud de no haber entendido nada. Tampoco recuerdo nada de “Solas” de Benito Zambrano. Como dice un amigo mío, es nuestro disco duro, ya no admite más memoria. Ha agotado su capacidad.
Recomiendo al lector “La carretera” de Cormac McCarthy. La película es igualmente formidable. El entorno más imposible para un padre y un hijo. Están solos pero se tienen el uno al otro. Qué afortunados somos si tenemos cerca a los nuestros.
No hay esperanza en esa película, pero el espectador intenta, busca aferrarse a algo. Ese es el cine que no le gustaba al espectador que conocí, Miguel Ángel Valdés (“Zatoichi”). Decía que no le gustaba ese cine. Bueno, le gustaba, lo que no le gustaba era la sensación de que ese cine pareciese el único posible.
Cierro de nuevo y pienso en algo positivo, de nuevo. Algo que recomendaría a Zatoichi. Y rápidamente viene a mi cabeza la mirada de esperanza del cine de Spielberg. Él no quiere desesperar al espectador. Quizá sea así en algun instante, en alguna película, pero no lo recuerdo. El solitario extraterrestre de “E.T” está solo pero los niños están con él, le entienden. Y el extraterrestre entiende que ellos quieren volar en sus bicicletas.
El joven héroe de “La vida de Pi” está solo en una barca, pero con un tigre en ella. ¡Un tigre! Vaya compañía. Pero todos nos encontramos en algun momento de nuestras vidas con un “tigre” al lado. Son muchos los depredadores cotidianos. A lo que iba.. la película de Ang Lee es especial, como todo su cine. Lee siempre, siempre suma. ¡Serenidad!
Y otro título para la soledad positiva es “Marte” (“The martian”), del mejor Ridley Scott. Es el sueño de la solidaridad para con el hombre solo, que lucha como gato panza arriba contra la soledad y el precipicio. Lucha escuchando música, buscando comunicación con otros seres humanos, lucha por su supervivencia. Aquí es Matt Damon. Mientras, Scott se empeña en filmar, filmar, filmar. Sin descanso. Frotando la lámpara maravillosa surge “Marte”.
Vagabundea el solitario Sinatra en “El hombre del brazo de oro”, extraordinaria, emocionante.
Vagabundeo. Tengo compañía, pero a veces ando solo. De “El vagabundo”, de Stevenson: (…) Tarde o temprano estalla la tormenta/ Que caiga sobre mí./ La tierra me rodea y ante mí el camino./ Riqueza no busco, ni amor ni esperanza,/ Ni que me acompañe un amigo./ Todo lo que busco, el cielo en lo alto/ Y a mis pies el camino (…)”.
A mis pies el camino. Stevenson, respuesta para mí mismo, para acompañarme. Respuestas para ir viviendo, y lo que apunté de mi madre mientras voy de cine en cine: “Hay que animarse uno mismo… y tirar para adelante”.
