Tras el “apagón” ocurrido el pasado día 28 de abril se han puesto en circulación toda clase de consideraciones. Lamentablemente la mayoría acercando el ascua a su sardina; esta actitud impide llegar a un aceptado conocimiento profundo de lo ocurrido y a un debate limpio sobre los modelos energéticos que deberíamos adoptar.
Voy a hablar un poco de las centrales nucleares, y vaya por delante que mi parecer es que es una idiotez prescindir de algo que ya tenemos y funciona. Es decir que, si una central nuclear resiste el escrutinio periódico al que le somete el Consejo de Seguridad Nuclear no tendría por qué ser cerrada. Además, según mi opinión, esa actitud hace más daño que bien al medio ambiente.
Para producir energía eléctrica una central nuclear mueve una gran masa de agua a elevadas presiones, para ello necesita grandes bombas (en general, tres bombas de unos 5 MGW cada una, llamadas bombas principales). Estas bombas son eléctricas y están alimentadas por la red exterior. Es decir: si falla la red exterior, o detectan cualquier perturbación u oscilación en la misma que supere un cierto nivel, se paran. En el “apagón”, pararon y esto es así siempre. Como es natural en ese mismo momento la central deja de suministrar energía eléctrica a la red.
Esa agua que mueven las bombas principales se utiliza, también, para refrigerar el núcleo del reactor. Por eso, cuando las bombas paran se deja de realizar esa función; como el combustible sigue activo, y generando calor residual, es necesario disponer de unos sistemas que hagan esa función cuando las bombas principales están inactivas.
Las bombas que emplean estos sistemas también son eléctricas, pero de mucha menor potencia (su misión no es ya producir gran cantidad de vapor a determinada presión para mover la turbina). Estas bombas, además de poder ser alimentadas desde la red exterior, tienen la posibilidad de alimentarse desde unos generadores diésel (GD de salvaguardia) que se ponen en marcha automáticamente cuando falla la red exterior. Pero estos GDs no alimentan a las bombas principales.
Además, en general, la central nuclear está conectada a un grupo hidráulico por si fallaran estos GDs.
Es decir: durante el “apagón” las centrales nucleares perdieron la facultad de suministrar energía a la red y se pusieron en marcha los GDs dejando las plantas en situación de parada segura.
Para volver a suministrar energía a la red una central nuclear, además de tener que disponer de energía exterior, necesita entre 12 y 24 horas, ya que la curva de calentamiento del agua debe ser muy tendida para tener en cuenta sobrecalentamientos, subenfriamientos, y evitar choques térmicos que dañen al núcleo. Por tanto, la recuperación es bastante más lenta que, por ejemplo, la de centrales de ciclo combinado o hidráulicas que prácticamente dan su potencia nominal al instante.
Por otra parte, al ser máquinas giratorias con elementos móviles pesados, poseen una inercia que permite hacer frente a oscilaciones de frecuencia con una cierta flexibilidad. Cierto es, sin embargo, que grandes y bruscas oscilaciones de frecuencia en la red provocan su desconexión y, con ella, la parada súbita (“disparo”) de la central nuclear.
De hecho, en el mes de enero de este año la CN Almaraz II se desconectó automáticamente de la red al detectar fuertes oscilaciones en la misma. Hay, también, otros incidentes (avería interna, variación de algún parámetro fuera de márgenes, etc) que pueden provocar el “disparo” de la central nuclear y, dada la alta concentración de potencia que poseen, esta súbita parada provoca una oscilación en la red que afectará a otros suministradores de energía. Durante los últimos cinco años se han producido unos 35 incidentes de este tipo.
La llamada operación “flex” de las centrales nucleares hace referencia a otra peculiaridad. La posición de las barras de control del reactor permite que la central “opere” por debajo del 100% de potencia. De esta forma puede adecuar su potencia a su contribución a la generación de energía. Esta flexibilidad está en un rango que va del 100% al 65%, y está limitada a dos variaciones diarias. Por ejemplo: 75% de día, cuando la contribución de otras fuentes como la fotovoltaica es más importante, y 100% por la noche para, por ejemplo, proceder al bombeo de agua a embalses.
Esta capacidad disminuye con el grado de “quemado” del combustible; es decir, durante un ciclo de combustible esta “ductilidad” es mayor al principio del ciclo (nada más terminar una parada de recarga) y va disminuyendo a medida que el ciclo avanza, siendo cero en las etapas finales.
Dado que no sabemos exactamente las causas que provocaron las oscilaciones en la red, no podemos asegurar (ni negar) que una mayor presencia de energía de origen nuclear hubiese evitado el “apagón”. Lo que, sin embargo, sí podemos asegurar es que la seguridad absoluta no existe, porque, aunque la probabilidad de ocurrencia de un suceso sea menor que una en un millón nadie puede asegurar que el suceso no vaya a ocurrir hoy. Y una en un millón es la probabilidad de corte en los diseños de las centrales nucleares: por debajo de ella se supone que tal evento no ocurre.