Estamos apañados, a escala nacional, y a escala provincial. Informaciones no nos faltan, en los medios escritos, hablados, digitales y no digamos en la televisión, donde algunas cadenas se dedican casi exclusivamente a tratar sobre la actualidad, calamitosa actualidad, de la pandemia en el mundo y, lógicamente, en nuestra España, tan vapuleada hasta el momento. Casualmente, a las horas en que en los hogares se come o se cena, las cadenas televisivas coindicen en “obsequiarnos” con reiteradas imágenes de pinchazos, laboratorios, hospitalizaciones…Vamos, que es incomprensible que todavía sean muchos los que toman a broma la cosa y sigan empeñados en hacer su santa voluntad, en contra de lo que los responsables sanitarios nos aconsejan.
Claro que, si miramos hacia estos responsables sanitarios, tenemos que lamentar que “desde arriba” no se haya previsto y preparado un programa ajustado y real para proceder a las vacunaciones. Y así nos va en todas las comunidades autónomas y en todas las provincias, entre ellas la nuestra. Mucho informar, mucho alardear, mucho autobombo y a la hora de la verdad faltan dosis de vacunas, faltan jeringuillas, falta personal sanitario para aplicarlas, falta una adecuada concreción sobre la mejor utilización de unas y otras mascarillas, y falta, en definitiva, repito, una auténtica programación nacional para seguir un orden adecuado en el momento de proceder a la vacunación. Porque entre que unos se vacunan indebidamente, porque dicen que sobran dosis; otros se quejan de no ser los primeros, otros piden que sean tales o cuales profesionales los que en primer lugar expongan sus brazos para recibir la inyección, esto es, amigos, un caos. Del que no nos libramos los segovianos.
En estos días estamos aprendiendo a conocer el significado de muchas expresiones, de muchas palabras que se están empleando por parte de unos y otros responsables. De esta forma se enriquece nuestro vocabulario sanitario personal, aunque a veces haya que acudir a algún diccionario de la lengua, o especializado en la materia, para saber el significado correspondiente.
Y es que ahí tenemos, a la orden del día, la situación epidemiológica, los cribados, el autoconfinamiento, los tets, los asintomáticos, la sintomatología, los nombres encriptados, el autoaislamiento, la cuarentena, las dosis, los inmunes, los afectados, el toque de queda…¡Bueno, bueno…!
Todo ello se resume en las dolorosas noticias de cada día, que nos vienen metiendo el miedo en el cuerpo ante el avance mundial de la epidemia, y por supuesto, su cada vez mayor influencia en nuestra sociedad, en nuestro país, en nuestra comunidad, en nuestra ciudad o pueblo y, para muchos, también en las propias familias, pues en bastantes de ellas se vive directamente la angustia de tener algún enfermo.
La situación, por supuesto, no es para andar con bromas, y todos deberíamos tener una plena conciencia de nuestros deberes y de nuestra forma personal de actuar para poder contribuir a que la pandemia se vaya reduciendo. Por supuesto, cumpliendo también escrupulosamente las obligaciones impuestas a cuantos en estos momentos se encuentren en sus domicilios aquejados del mal, sobre los que las autoridades procuran extender una vigilancia constante para comprobar el cumplimento de la responsabilidad.
Paralelamente a esto, el panorama ciudadano es un tanto desolador, aunque se siga viendo reuniones familiares en torno a las mesas de algunos bares que todavía han tenido la oportunidad de sacarlas al aire libre, para cumplir fielmente las normas. Y es triste, de una parte, porque a diario se va observando el cierre de comercios, de pequeños establecimientos ahogados por la situación; se ve la menor afluencia de compradores, se van reduciendo las posibilidades de tener abiertos centros culturales…En fin, que la cosa no es para tomarla a broma.
Y resulta que hace un año decía el Gobierno de la nación: “Estamos preparados. No hay razón para alarmarse por el coronavirus”.
En medio de este panorama, aquí pidiendo la declaración de “zona catastrófica”… (Como si en Segovia no hubiera helado nunca).
¡Se ve que en nuestro pueblo todavía queda algo de “buen humor”!
