Lo triste de lo sucedido con la Gimnástica Ayllonesa y la desproporcionada sanción que ha recibido por parte del organismo federativo correspondiente es que ya nada sorprende cuando está el fútbol de por medio. A nadie debería parecerle extraño el aparente carácter recaudatorio que rezuman la mayor parte de los castigos en el balompié cuando todo en este bendito deporte gira en torno al dinero.
Últimamente han sido noticia futbolistas y entrenadores que no pagan a Hacienda; amaños de partidos y sospechas de corrupción deportiva. Por no hablar del proceso electoral de la RFEF o las decisiones del máximo organismo internacional relativas a la concesión de mundiales atendiendo a criterios, digamos, volátiles. Todo para el fútbol, pero sin el fútbol. Y del reparto de los derechos televisivos y que los clubes ricos sean más ricos y los pobres más pobres hablamos otro día.
Los espectadores, los valores o las multas a un club modesto como la Ayllonesa no les importen nada a los que rigen los designios del fútbol. Están a otras cosas y además cuentan con la complicidad de los que generan confrontaciones ridículas en los medios sobre si fulano o mengano merece un balón bañado en purpurina, en vez de prestarle atención a lo bonito que es que un puñado de chicos lleven el escudo de su pueblo representando a una zona castigada por la despoblación, por ejemplo.
Los futbolistas cadetes de la Ayllonesa no serán profesionales, y lo mismo hasta se les han quitado las ganas de jugar, al menos durante un tiempo. Eso es grave. Y que a los de los despachos no les importe es todavía peor.
