Se atribuye al filósofo de origen polaco Ernst Cassirer la expresión “animal simbólico”, refiriéndose al ser humano y su capacidad inagotable de construir símbolos. Es decir, de convertir cualquier objeto, en representación de otro. El mundo de la publicidad está poblado de símbolos que se multiplican y que los medios digitales difunden sin cesar en forma de imágenes y sonidos cada vez más agobiante, por cierto. Todo objeto material, por sencillo que sea, puede convertirse en un símbolo sensible con un significado propio. La función del símbolo es la de ser un intermediario que mentalmente nos acerca objetos situados fuera de nuestro alcance. El éxito de la publicidad consiste en presentar imágenes y sonidos lo más atrayente posible, recurriendo a resortes psicológicos, que estimulan el deseo de poseer aquello que se anuncia. Debido al mismo fin que persiguen, los símbolos publicitarios son tan efímeros y fugaces, como lo es la sociedad consumista.
Por el contrario, hay símbolos perennes, que representan valores permanentes. Así ocurre con la bandera de un determinado país. Al verla ondear, pensamos en la nación que representa. Quizá nos recuerda su situación en el mapa o una antigua visita a ese territorio. El himno del club de fútbol, o los colores del equipo, tienen un valor sentimental que supera al valor real. La simple combinación de colores del club favorito en una camiseta, multiplica su precio, que, sin embargo, los aficionados no dudan en comprar.
Cuando se trata de la representación de un país, la legislación correspondiente define con detalle los colores que conforman la enseña nacional. Una bandera resume simbólicamente la historia y el acerbo cultural de esa nación. En España, la Constitución de 1978, en el Artículo 4 define los colores que forman la bandera española. La Ley 39/1981, de 28 de octubre regula su uso correcto. En el Artículo 1., se lee: “La bandera de España simboliza la nación; es signo de la soberanía, independencia, unidad e integridad de la patria y representa los valores superiores expresados en la Constitución”. En artículos posteriores, se regula el uso de banderas autonómicas junto con la enseña del Estado.
En ningún caso la ley prevé el uso de otros signos, carteles, pancartas, etc., en edificios públicos. En anteriores legislaturas socialistas era frecuente el uso indebido del balcón principal del Ayuntamiento al exhibir pancartas variadas y otras colgaduras no oficiales. Se convertía así el edificio, sede principal del Ayuntamiento, en un lugar de exhibición particular. En la etapa actual se deberían evitar equívocos y reafirmar la identidad bien definida del equipo de gobierno municipal. El mismo edificio consistorial, es un símbolo material donde está representado el pueblo soberano. ¿No es acaso el lugar donde se ejerce el gobierno y la administración de la ciudad? La utilización del balcón del edificio institucional con fines particulares supone un uso abusivo. El respeto derivado del sentido democrático exige distinguir los intereses particulares, de los valores institucionales. Ningún distintivo de grupo, por loable que sea su fin, debería usurpar aunque sea temporalmente, el espacio que corresponde únicamente a la bandera y a los símbolos oficiales, que representan a todos los ciudadanos.
