Hasta finales de mes aún podemos ver una ambiciosa y poliédrica exposición colectiva en la galería La Reja de Segovia. Por razones tanto artísticas como de oportunidad varia con frecuencia se organizan exposiciones colectivas en las que distintos artistas comparten espacios y paredes, en los que se muestran obras diferentes en lenguajes, técnicas, temáticas, soportando miradas cruzadas, emociones alternativas y buscando diálogos complicados, que posibilitan relaciones complementarias e itinerarios sutiles. Más allá de la mera yuxtaposición, a veces superposición, de las obras en un espacio y un tiempo concretos buscamos un cierto relato común que de unidad, coherencia, legibilidad, gratificación a la visita. Y esa es la principal dificultad de toda exposición colectiva. Superadas las inevitables jerarquías y las sorpresas creativas individuales, cada artista deberá modular su tono en un contexto coral y cada obra será signo de un significado mayor que sin duda debe primar en el conjunto.
«Sietejuntos», que no revueltos. Siete artistas con trayectorias bien definidas, ensayadas, convencidas. Coincidentes en técnicas, como el óleo, la tinta, las técnicas mixtas, sobre lienzo, tabla o papel. Gestos y grafos fuertes en todas sus expresiones, de Sel Jiménez a Antonio Madrigal, abordando abstracciones líricas, en Celia Herranz e Iván Montero, o paisajes contrapuestos, en Sofía Madrigal y Carlos Costa, figuras y metáforas fantasiosas en Raúl Bravo.
De una serie «Sin título» Sofía Madrigal compone con quince dibujos en blanco y negro un paisaje solemne en soledades, intenso en fragmentos quebrados y gritos silenciosos, árboles como homúnculos en memorias rotas y caminos perdidos. Solo nos consuela la perspectiva reconocida y las huellas en la tinta que no pudieron borrar los pinceles.
Con dibujos en técnica mixta sobre tabla Raúl Bravo nos hace partícipes de seis momentos dramáticos en los que intuimos un relato titulado «Baren’Storm», entre olas gigantes, barcos de velas vapuleados por las tormentas del destino, paisajes románticos en mares lejanos y tiempos sin minutos, en los que el infierno se rasga en manchas y los colores fríos inventan un mar que nos devora.
Frente a estos paisajes deshumanizados, Carlos Costa cumple un sueño, pintar la noche de la ciudad sabida, Segovia que cobija con colores carnosos una soledad plácida en rincones humanizados (Plaza Mayor, Calle de San Frutos, Calle de Marqués del Arco) en una memoria sin bullicio y con luces y manchas ilusionistas.
Y metidos en sueños, la abstracción de las obras de Celia Herranz («Rojo» y «Azul»), como indagación de profundidades cromáticas y los paisajes líricos y transparentes de Iván Montero, con texturas libres de servidumbres sensibles.
Las diez obras de Antonio Madrigal son invitaciones en formatos diferentes a la charla amable en bares como paraísos nocturnos donde los personajes en gestos sinceros e irónicos y colores libres comparten emociones y anhelos. Sugerente es el pequeño dibujo emulando unas meninas privadas, interiores domésticos, composiciones nocturnos. Y las dos escenas de baños («Sonia se baña» y Tere se baña») con tanta memoria acumulada con Matisse en la retina.
Los tres dibujos de Sel Jiménez nos atraen con toda la fuerza de sus trazos y de su enigma. «Nidos» tan acogedores, tan agresivos, tan contradictorios. Rasgos que entrecruzan las búsquedas huérfanas. Líneas que hilvanan llamadas, negros que acogen ausencias, pequeñas manchas rojas que zigzaguean un calor mínimo, casi olvidado. Nidos como laberintos vacíos de vida abandonada, emigrada. Nidos como fósiles, escultóricos. Sobrecoge cada vez que vemos la obra de Sel Jiménez, tan ágil y tan dura, tan enigmática y tan atrayente, tan poderosa y tan desvalida.
Colectiva de paisajes y soledades, de metáforas y silencios, de sueños y palabras, de nocturnos y aventuras. Colectiva de emociones buscadas y fantasías rotas. Colectiva de pequeños relatos en los que la mujer, el hombre se sospechan inventándose.
