Aunque hace casi cuatro décadas que abandonó oficialmente los ruedos, en la memoria de los buenos aficionados al toreo permanece inalterable el nombre de un torero segoviano que en la decada de los 60 compartió cartel con las más grandes figuras de la Fiesta Nacional, con quien mantuvo una dura pugna en los primeros niveles del escalafón. Hoy, Andrés Hernando recuerda sus buenos tiempos sobre el albero en una distendida charla -que no entrevista- con el crítico taurino Pablo Pastor en los encuentros digitales de EL ADELANTADO.TV
La primera pregunta es de obligado cumplimiento. ¿Porqué quisiste ser
torero?.
Yo tenía inquietudes desde niño, buscaba algo. Instituto sindical Virgen de la Paloma de Madrid, y una mañana me levanto para ir al Colegio en el metro desde Menéndez Pelayo hasta Estrecho, para coger el Tranvía por el paseo de las Delicias y por allí comencé a oir unas coplas que hablaban de Manolete, y me llamaron mucho la atención, porque hablaban de un ídolo que había muerto en la Plaza de Toros de Linares. Ahí fue el inicio de mi interés, al ver que un hombre había dado su vida en una profesión así, porque me pareció grandioso, y pensé poco a poco que quería ser torero.
En el suplemento anual de EL ADELANTADO de toros, dedicado a tu persona, figura una hermosa portada de Lope Tablada que simboliza un niño con vacas lecheras con el Castillo de Pedraza al fondo. Seguramente habrás vivido una experiencia similar en tu infancia.
Es cierto. Había unas vacas lecheras que pertenecían a Florencio Martín, tío de José Luis Martín Berrocal que las sacvaba al prado, y de niño me ponía delante y las obligaba a embestir, por lo que lo primero que intenté torear en mi vida fue una vaca lechera. Luego, en Requijada, se reunían rebaños de ovejas y cabras y intentaba torear algún macho cabrío (risas)
Luego llegó el primer becerro ¿cuándo y dónde le toreaste?
Lo hice en Manzanares el Real, que entonces me llevaba el malogrado Alfonso del Toro, que me enseñó a torear en el Retiro después de verme en una fiesta campera creada por la Peña «El 7». Toreé delante de mi padre, que decía a Del Toro «el niño no tiene ni idea», y de hecho me llevé unos cuantos revolcones porque era un becerro ya toreado. Pero Alfonso dijo «es verdad que no tiene ni idea, pero al torear no ha cambiado de color y eso es síntoma de que tiene valor, porque cuando le ha cogido el becerro no se ha asustado y ha vuelto a la cara del toro», y por eso se interesó en mi, porque era un gran maestro. Después, en un festival cómico-taurino maté mi primer becerro, pero estaba tan a gusto que no quería matarle.
Después debutas con picadores en 1956 en Chinchón y años más tarde en Vista Alegre, donde tuviste cinco o seis novilladas seguidas.
El 6 de julio, con victoriano Valencia y Parrita, pero no estuve bien… como novillero
Y llegamos a una de las fechas más emblemáticas, el 1 de julio de 1962. En la bicentenaria plaza de toros de Segovia, Hernando inicia el paseíllo con Victoriano de la Serna y El Viti y el éxito es rotundo, con tres orejas y el rabo, y tras dar la vuelta al ruedo, es llevado en hombros hasta la puerta del hotel Sirenas de la capital
Fue un gran acontecimiento, yo no quise que me llevaran hasta el hotel, y no me subieron a la habitación de casualidad. Fue emocionante, yo cuajé dos toros muy buenos, y algunos grandes aficionados me dijeron que podía llegar a ser figura del toreo. Después, por circunstancias las cosas no se dieron bien con la casa Dominguín, yo me fui quedando atrás, toreé en Francia algunas novilladas y después Martín Berrocal y (Gustavo) Postigo me ayudaron bastante, a los que echo tanto de menos.