Sé por qué me hice del Atlético de Madrid. Tenía siete años cuándo me vino una hepatitis de esas que se curaban estando dos meses en cama. Un tío mío y padrino de bautismo -que también era Atlético- acudió a verme y me regaló un futbolín. Muy a su pesar, se puso él en los mandos del Madrid y me dejó a mí los del Atlético. Me imagino que se dejó ganar, nunca me lo reconoció; aunque yo puse todo mi saber y logré el triunfo. Esa experiencia milagrosa fue el inicio de mi fidelidad al equipo más experimentado en saber sufrir.
Ahora, cuando tengo algunos añitos más, no voy a cambiar; no es fácil mutar mi naturaleza hecha para acostumbrarme a desconocer cuándo los colchoneros vamos a ganar o perder; por eso dormimos sin malos sueños cuando nuestro equipo, aunque no se jugaba nada el pasado domingo, perdió en la casa sagrada metropolitana por uno a cuatro ante el Osasuna. Eso sí, cuando suena la flauta rojiblanca y vencemos a un adversario complicado, léase Madrid o Barcelona, ponemos la canción de Sabina y disfrutamos como ese niño que venció a su tío en el siglo veinte. De tales desventuras y alegrías saben mucho nuestro jefe ‘Desde la Grada’, Javier Martín, y mi compañero de sección, Quique Gómez, atléticos a corazón abierto.
Ser sufridor del Atlético significa no pedir nada a cambio; es decir, como un franciscano de carrera, con la preparación suficiente para afrontar cualquier embate futbolístico que te pueda venir con espíritu cristiano ¡pero sin ninguna penitencia eh! Si alguno de ustedes lo desea le aliento para que pruebe a convertirse en Atlético. Es muy fácil: compare y compre en rojiblanco, ya verá como su corazón no sufre. ¡Ah, y feliz verano!
