No sé si en el resto de España será también así (la desestructuración del país es lo que tiene: que cada uno hace las cosas según su entender), pero en Castilla y León, un estudiante de 2º de Bachillerato se enfrenta a resolver integrales, destripar sintagmas o memorizar fechas de hechos históricos que, con los recursos actuales (que para eso están) siempre tendrá a mano para consultar. Sin embargo, no tiene Educación Física. Y algún alumno querrá hacer CAFyD, digo yo. Pues ni una hora, oiga. Ni una mínima atención al ejercicio en las neuronas del estudiante. Como si el cuerpo fuese un estorbo en plena adolescencia, justo cuando más necesitan entenderlo, moverlo y cuidarlo.
Que la única etapa educativa en la que desaparece la asignatura sea precisamente la que más estrés acumula -selectividad (o PAU, o EVAU, o EBAU, o como demonios se llame, que soy boomer), decisiones de futuro, identidad en construcción- es un despropósito difícil de justificar. Y no solo porque el ejercicio físico sea salud, sino y, sobre todo, porque el ejercicio físico es educación en mayúsculas: disciplina, autocuidado, bienestar emocional, hábitos para toda la vida… al fin y al cabo, ¿no va de eso la educación y la formación de la persona?
Pero viendo lo que hay, tampoco me extraña: en un sistema educativo monopolizado por la obtención de conocimientos y en el que no hay ni rastro de asignaturas que enseñen a gestionar un hogar, a entender una nómina o un contrato, a navegar por la burocracia, a conocer los derechos y deberes básicos, a técnicas de negociación, a empatizar…, me encaja perfectamente que ignore la educación física como una parte fundamental de la educación integral de nuestros adolescentes.
El sistema educativo, se supone, prepara para el futuro, pero, para alguien como yo, que ya se ha enfrentado a buena parte de ese futuro que les espera a los jóvenes, ese sistema educativo (del que, por cierto, formo parte) a menudo se olvida de preparar para la vida. Y así seguimos.
