LUGAR: Sala Municipal de Exposiciones Casa de la Alhóndiga. Plaza de la Alhóndiga, 1
HORARIO: De miércoles a viernes: de 17’30 a 20’30 hs.
Sábados, domingos y festivos de 12:00 a 14:00 hs y de 17:30 a 20:30 hs.
Del 4 de marzo al 3 de abril de 2016
Juan Pablo Sánchez vuelve a exponer en Segovia, en la Alhóndiga de Segovia, tras varios años de silencio público, pero no exentos de un trabajo intenso, cotidiano, laborioso, dedicado casi en exclusiva a la pintura. En esta exposición Juan Pablo Sánchez pretende recuperar la pintura, sin olvidar el dibujo que subyace, el grabado que da cuerpo y sensualidad, la escultura que aporta volumen y tacto. Es una pintura para tocar, para sentir, ya que en buena medida es un reto a la vista.
“La pintura es una forma de vida. Para mí supone colmar la vocación, llegar a estar satisfecho conmigo mismo y con lo que hago. No pretendo otra cosa”, explica el pintor que ha tenido una relación muy estrecha con Segovia, relación vital que se acumula en una honda y extensa memoria visual y a la que ha dedicado, incluso regalado, buena parte de su obra escultórica, calcográfica y de restauración.
Por todo ello podemos decir que la pintura de Juan Pablo Sánchez es para sorpresa de algunos y contra tantos otros tópicos, una pintura muy segoviana, hondamente segoviana.
Pero es una pintura inquietante, repleta de enigmas y no solo perceptivos, con empastes y texturas arrancadas de la memoria, en búsqueda de una luz sutil y etérea, apenas visible, muy alejada de la tópica de la luz limpia y transparente de los paisajes alzados de la llamada pintura castellana. Es una luz interior, velada, que apenas ilumina, presente más que representada, que conlleva cierta magia y misterio. Se dice que es un artista “sobrio”, dando continuidad a la pintura del 98, de empastes subjetivos y visiones extraídas del inconsciente que pendula la vida. Pintura entre el surrealismo y el expresionismo, entre la figuración diluida y la abstracción esencial, entre la anécdota borrosa y la ambigüedad de formas intuidas, siempre desde “la verdad, la melancolía, la ternura y el humor”, nos insiste el pintor.
El conjunto supone una selecta antología de la producción de los últimos años, 2010 a 2015, del artista. Se trata de una muestra compuesta de 37 óleos sin título en cada obra, para que espectador se deje sorprender, interrogar, inquietar por unas pinturas escasamente reconocibles a primera vista, que quiebra nuestro hábito de ver una pintura descriptiva, realista por reconocible desde experiencias comunes. Pintura que lleva la figuración al límite, como proceso de decantación, en la que la abstracción es el resultado de eliminar lo anecdótico, lo superfluo, lo circunstancial. La figura humana siempre está presente como llamada esencial con rasgos primarios, suficientes, imprescindibles, una mano, un par de pies, un rostro insinuado, con ojos y bocas apenas sugeridos por respeto, por no decir en demasía. Cada hombre y mujer están presentes y en la misma medida ausentes. Pintura de silencios y secretos. Las sillas vacías, homenaje a Van Gogh, esperan aún la visita pendiente y que venga a cumplir las expectativas no agotadas y los deseos no cumplidos.
Y los objetos de tantos bodegones imprescindibles también aportan silencios elocuentes a tantas vivencias dispersas, difusas, apenas ya recordadas.
Las figuras ambiguas de los personajes, niños escondidos bajo la mesa, paseantes sin calles, desnudos opacos, como Olimpia de Manet, prostitutas a contraluz de los deseos miedosos, reinas vociferantes, políticos sin cabeza, dejan sus huellas en el cuadro creando tensiones de formas apenas habitables y colores en cárdenas, azules, cobaltos, más allá de convenciones y de automatismos. Pintar la pintura. Cada cuadro de Juan Pablo Sánchez integra otros cuadros, remarcando tensiones.
Y el humor, el perro y el juguete, el espejo y los sombreros, hace soportable la actividad pictórica en su soledad y exigencia constante, a la vez que introduce una cierta distancia y dignidad a cada vivencia referida, liberando a la pintura de un tono sarcástico y menos obsceno, sin moralismo alguno, como en la pintura de Gutiérrez Solana.
Juan Pablo Sánchez se aproxima a Matisse, la pintura como divertimento gozoso.
Las veladuras dulcifican la memoria, aportando un contraste discreto entre el personaje y el ambiente, como contrapunto, para evitar la copia fácil de la realidad y menos aún del mismo cuadro. En la precisa coherencia del trabajo de la pintura de Juan Carlos Sánchez, se pone todo el empeño en no repetirse, hay que dar libertad a cada rasgo gráfico surgido, sensualidad y carnosidad a cada empaste, que las formas vivan mínimamente, que los colores respiren en veladuras sutiles que solo descubrimos gozosamente en una mirada paciente y persistente sobre cada obra.
Tal vez por eso recupera la técnica del pastel, que él mismo crea con escayola y sulfato de calcio para darle más cuerpo y materia, asimilando al óleo y su “tempo” y representando personajes caricaturizados en espejos fríos y con una escenografía barroca y banal. La pintura como ajuste de cuentas ante tanto despropósito que nos rodea, como hiciera Goya y Daumier
Es una pintura que recupera recuerdos de infancia, cine en blanco y negro (tributo a Dreyer), fotografías de momentos únicos, como las de R. Doisneau. Pintura de palabras fundamentales, se pinta como si se escribiera, experimento directo. Se pinta aquello que no se puede contar, intuiciones primarias, ideaciones radicales, que el ojo apenas vislumbra. “Mi pintura es un canto a la impotencia”, dice el pintor. Traicionamos la visión con el lenguaje de los pinceles para creernos espectadores de nosotros mismos. Cada obra es un relato mínimo de recuerdos propios o ajenos que aún rezuman vida y color, luz y aire. “Pintamos para que nos recuerden y nos quieran”.
