El pasado 18 de diciembre, la Cámara de Comercio de Segovia, concedía uno de los Premios Sello Real de Paños a la librería Cervantes, convertida ya en un icono segoviano con más de un siglo de historia a sus espaldas.
Su actual dueño, Guillermo Herrero, aunque agradece el reconocimiento no duda en atribuir este premio a quienes vinieron antes que él, “recogemos los frutos de nuestros mayores”, declara.
En una época donde el pequeño comercio cada vez es más minoritario e incluso los grandes comienzan a tener problemas para enfrentarse a los gigantes de la venta por Internet, mantener un comercio como la librería Cervantes, con más de un siglo de historia, supone un gran mérito. En Segovia además, por su reducido tamaño y la explosión turística de las últimas décadas, cada vez son menos los comercios tradicionales que pueden presumir de mantenerse a flote durante décadas y aun menos los que han llegado al siglo de vida sin despeinarse.
La Cervantes, además, como recuerda Herrero, ha vivido una aventura de casi 120 años de historia (los cumplirá en 2026) que le llevó desde la primera apertura en la calle San Francisco, de donde pasaría al número 21 la calle Real en 1907, después a la calle Cervantes en 1912 y finalmente al actual número 18 en 1916.
Desde entonces, cientos de historias y de personajes han pasado por la librería Cervantes, desde el fusilamiento de uno de los libreros durante la Guerra Civil por espía, hasta el paso de las estrellas del Hollywood dorado cuando en los años cincuenta y sesenta, la ciudad se volvió escenario para las grandes producciones estadounidenses. La Cervantes fue la única en esa época capaz de conseguir publicaciones en inglés para clientes como Henry Fonda, que rodó en la ciudad en 1965.
Fue y sigue siendo, historia viva de la ciudad, aunque los comercios de este tipo se encuentren en “vías de extinción”, como explica Herrero, “en ocasiones por no amoldarse a los tiempos y a veces por la falta de oportunidades a este tipo de comercio”, lamenta.
El cierre reciente de locales que han sido un icono en Segovia, como la tienda de ultramarinos Candamo o a finales de este mismo 2024, el bar Gallego o el bar La Escalera, recuerdan lo difícil que es mantener los comercios de toda la vida.
Según un estudio realizado por la FES el pasado verano, dos de cada diez comercios segovianos estaban cerrados. Cerca de medio millar de pequeños establecimientos de la ciudad, el 22 por ciento del total, colgaban en su escaparate el cartel de “se alquila” o “se vende”.
No obstante, el paso constante de peatones por las calles del centro de Segovia, permite que los más tradicionales todavía persistan. En apenas unos pocos metros, se concentran otros dos locales centenarios de Segovia: Confecciones Germán Elías, que resiste en el número 36 de la calle Juan Bravo desde 1893 y el más antiguo de todos, la administración de lotería de Los Picos, gestionada generación tras generación por la misma familia, desde finales del siglo XVIII y por cuya ventanilla han pasado personalidades como Antonio Machado.
A solo diez minutos a pie, también resiste uno de los comercios más veteranos. En la esquina entre la plaza de Somorrostro y el comienzo de José Zorrilla, se encuentra Hijo de Maximino Gómez Ultramarinos, que con 126 años a sus espaldas, es uno de los pocos que siempre se han mantenido en el mismo emplazamiento. Desde allí vieron cambiar la ciudad, desaparecer en los años ochenta el antiguo mercado de la plaza de Somorrostro y convertirse después en un parque infantil.
El establecimiento de cadenas de supermercados en los alrededores desde finales del siglo XX, han llevado a este centenario comercio a reinventarse, centrándose ahora en productos gourmet y de proximidad, especialmente aquellos agrupados bajo la marca de la Diputación, ‘Alimentos de Segovia’ y de la región, ‘Tierra de sabor’.
COMERCIOS ‘CASI’ CENTENARIOS
Con 99 años a sus espaldas, la confitería El Alcázar ya es un emblema de la ciudad. A esta pastelería, ubicada en la Plaza Mayor de Segovia, se debe uno de los postres más reconocibles para todo aquel que visite la ciudad: el ponche segoviano.
El Alcázar se fundó en 1926 de la mano de Frutos García Martín, quien ya había sido socio en el conocido restaurante Lhardy de Madrid, que decidió establecerse tras enamorarse de Segovia. Según cuentan sus diarios, pronto manifestó su deseo de “crear un producto de confitería de tal calidad y exquisitez que sea identificado con la confitería de mi propiedad el Alcázar, y, como tal, de Segovia” y de ahí salió el que ya se considera postre oficial de la ciudad. La labor de su fundador, llevó a la pastelería a ganar la Medalla de Oro del Gremio de Confiterías en 1963. Hoy sigue al pie del cañón, atrayendo a los clientes con el aroma de sus dulces hasta un escaparate que es historia de Segovia .
COMERCIOS EN EL RECUERDO
Aunque parezcan eternos, los comercios centenarios también tienen fecha de caducidad. Son muchos los motivos que pueden llevar a su fin, pero el cambio de los tiempos llega finalmente para todos.
Alimentación Candamo era hasta el verano de 2022 una tienda de ultramarino de las de siempre, una de aquellas donde el dueño conoce el nombre y la vida de los clientes habituales. Situada en la esquina privilegiada entre la calle San Francisco y la plaza del Azoguejo, Candamo abrió sus puertas a mediados del siglo XIX, entre 1850 y 1855, fundada por Antonio Candamo Rivas, un gallego destinado a Segovia para hacer el servicio militar obligatorio, que decidió establecerse al enamorarse de la ciudad.
El éxito cosechado a lo largo de los años, permitió que Candamo adquiriese en la misma calle el palacete conocido como la Casa del Sello, que actualmente acoge el área de Turismo de la Diputación. En sus bajos se alojó el Café Moderno, del que también era dueño y donde dicen, se organizaban espectáculos de cabaret y timbas clandestinas.
Más tarde, durante la Guerra Civil, su sótano fue refugio para muchos vecinos y vecinas durante los bombardeos a la ciudad.
Muchos años después, con la llegada de la democracia y ante la amenaza de las grandes cadenas de supermercados que llegaron para quedarse, Candamo se especializó en productos de proximidad y apostó por la calidad de los mismos, una estrategia que le permitió resistir hasta hace apenas un par de años. En esta época se hicieron famosos su bacalao de las Islas Feroe, las tortas de chicharrones o las conservas, una delicia que muchos clientes lamentaron perder.
Finalmente, tras 172 años de existencia durante los que vio cambiar la ciudad hasta ser prácticamente irreconocible, su último propietario, Eduardo Doldán, decidía cerrar las puertas del ultramarinos más antiguo de Segovia. No fue el comercio online, ni la turistificación de la zona, que cambia comercios de toda la vida por tiendas de souvenirs y cadenas de heladerías, lo que le llevó a esta decisión, sino la falta de relevo generacional, algo de lo que adolecen muchos de estos comercios.
Tras su cierre, una tienda de ropa ocupa el lugar del centenario comercio.
