Cuando todo el mundo creía que no era ese el escenario en donde inevitablemente iba a surgir la guerra; cuando se intentaba argumentar con determinación que el PP lideraba un proyecto estable desde el centro político, y que por lo tanto no cabía siquiera sentarse con Vox, surgió el enfrentamiento cainita; se evidenció lo que parecía refulgir bajo todas las luces pero que los protagonistas se cuidaban en esconder: que el tiempo del dilema estaba cerca: o Isabel Díaz Ayuso o Pablo Casado.
Los populares tienen una propensión patológica a tirarse un tiro en los pies. Que no posee comparación alguna con otro partido, por más que las batallas internas formen parte de la geografía humana de cualquier organización en la que intervengan las personas. Las palabras de Pablo Casado en una entrevista a Carlos Herrera en la COPE son de una gravedad mayúscula: acusaba al hermano de la presidenta de comisionista cuando no de utilizar un testaferro para una actividad mercantil con la Comunidad Autónoma de Madrid. Lo puramente legal o ilegal se ve en este caso complementado por el hecho de que se trataba de una adjudicación que por ser de urgencia había obviado la publicidad y concurrencia de un concurso público e ido directamente a Consejo de Gobierno en que su hermana no se inhibió.
Muchas preguntas quedan en el aire, entre ellas por qué se esperó durante tantos meses la explicación de Ayuso cuando es la fiscalía la que mejor puede desarrollar esa investigación si se desea la mayor transparencia. El caso es que ahora el espectáculo que brindan los populares parece no encontrar un final inmediato y ser, en cambio, el fatal precedente de las vistas judiciales que a partir de marzo esperan al partido en Castilla y León por presuntos episodios de corrupción. Mientras, se ofrece a los adversarios, fundamentalmente a PSOE y Vox, un escenario en el que el propio Partido Popular se borra ahogado como está en sus propias penas. Los socialistas seguirán erre que erre intentando demostrar que la corrupción forma parte del ADN de los populares mientras que los suyos –sus casos-, que han sido de una gravedad inusitada en número y en alcance, son solo muestras aisladas de accidentes particulares. Vox, a su vez, se encuentra en la posición más cómoda y que tanto rédito político le está ocasionando: aguardar el suicidio de su contrincante político mientras observa cómo gana terreno a costa de él.
En situaciones como esta, cuanto antes se ventile la crisis antes se evita la sangría. Pero no parece que sea esta la perspectiva próxima. El viernes, una reunión entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso concluyó en desacuerdo. Por otra parte, Alberto Núñez Feijóo ha sugerido que si no se resuelve con prontitud la guerra abierta la única salida posible sería un congreso extraordinario, lo que supondría no solo dilatar en el tiempo y en el espacio la guerra abierta sino ampliar las trincheras a otros campos y por lo tanto que las víctimas sean más numerosas. En medio de este teatrillo, el presidente en funciones de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, afronta dos retos: dirimir sus querencias entre Casado y Ayuso y emprender contactos para la formación de un gobierno con el apoyo de un partido dividido y con no demasiadas bazas para conseguir un ejecutivo en solitario, porque en esta situación es muy complicado que nadie le ofrezca su apoyo de manera gratuita.
La cuestión hoy día, y salvo sorpresas que no se esperan, se resume en cuánto tiempo van a esperar los barones más sólidos del PP para tomar las riendas en un conflicto que se puede extender a sus territorios, y, por ende, si tienen capacidad y fuerza para gestionar una crisis que sin duda afectará a gobiernos locales presentes y futuros. Por último, si la guerra que ha estallado es definitiva o solo un preludio de lo por venir en una sucesión de capítulos que ni siquiera los guionistas más conspicuos de series televisivas son capaces de igualar.
No debe de estar nada contento Alfonso Fernández Mañueco. Y lo curioso es que no debe de estarlo precisamente con los estrategas de su propio partido
Causa extrañeza que solo días antes de que la conflagración estallara, el candidato Mañueco se paseara del brazo de Isabel Díaz Ayuso y la presentara como modelo de lo que debe hacer un presidente. ¿Tan poco informado estaba de lo que se cocía en el centro de gravedad del partido? ¿Hasta ese punto llega la improvisación a la hora de hacer una campaña electoral propiciada desde el mismo PP cuando quien está en el ruedo no conoce las armas de las que dispone para rematar bien la faena? No debe de estar nada contento Alfonso Fernández Mañueco. Y lo curioso es que no debe de estarlo precisamente con los estrategas de su propio partido.
En cualquier caso, la única solución posible es la claridad y la presentación de pruebas por una y otra parte para que el cierre no se haga en falso, y tras de ello la solución total de un conflicto que ha convertido al PP en el peor enemigo del PP.