Hispanista, escritor, biógrafo de Gaudí y Picasso, gastrónomo y practicante de segovianismo, fue nombrado Hijo adoptivo de Arevalillo de Cega, donde este guía ilustrado de viajes especiales e historiador del arte tiene casa desde hace 30 años. Lleva cinco lustros estudiando y viviendo España y es un apasionado de los rincones evidentes e insólitos, además de buen conocedor de su vida cultural.
— ¿Qué fue lo primero que le atrajo de este país y cómo llegó hasta la provincia de Segovia?
— Hice un viaje a España en 1981 con Alexandra Coulter, mi mujer y madre de mis tres hijos. Estando en Madrid, un día cogimos el tren de la sierra hasta Segovia. Dimos un paseo desde el Acueducto hasta el Alcazar, recorrimos las calles del casco histórico y nos sentamos muy cerca de la Casa de Machado, mirando a Zamarramala.
Quedamos fascinados y le dije a Alex: ‘Puede ser que algún día vengamos a vivir aquí porque esta ciudad es mágica’. Aquello, de momento, quedó en un sueño, pero cuando terminé mi doctorado y después de trabajar tres años como marchante de arte para una empresa radicada en Nueva York y Londres, empecé mi tesis sobre Arte en los Estados Unidos a medios del siglo XX. Conocí entonces, en 1984, a Esteban Vicente y al crítico de arte Clement Greenberg, el más poderoso e influyente del siglo XX; para mí la persona clave, quien descubrió a Jackson Pollock a De Kooning e hizo un reportaje elogioso de Esteban Vicente ya en el año 54. Era un influyente estudioso muy relacionado con el movimiento abstracto en los Estados Unidos y tenía, al final de su carrera, un carácter difícil. Discutimos en Nueva York y pensé: no quiero saber en un tiempo nada sobre el mundo del arte; voy a hacer algo diferente y, como siempre quise ser cocinero, aunque ya era algo mayor para lo jóvenes que empiezan, pensé que la cocina española no estaba muy bien representada en los libros en inglés y decidí explorar la gastronomía española.
— ¿Metiéndose hasta la cocina?
— Así fue. Mi intención era escribir el libro que, finalmente, se publicó en inglés bajo el título ‘Taste of Castilla’. En el Reino Unido, la cocina española no estaba nada representada. Es más: en aquellos años a cualquier cosa le llamaban ‘cocina española’ pero no lo era. En Londres encontrabas unas falsas tortillas de patatas, hechas con chips y cosas horribles y pensé: la cocina de España tiene fama pero la gente debe conocerla de verdad y decidí investigar.
— ¿Por qué eligió Segovia?
— Primero fuimos a Cuenca, luego a Madrid y terminamos en Segovia.
Conocí a Cándido y mis diez palabras en castellano no dieron de sí para entablar más conversación. Solo logré que me firmara un libro, muy amable.
Fui a Duque y, afortunadamente, Marisa Duque, acababa de volver de Inglaterra donde había trabajado para aprender su inglés. Podía entenderme con ella y me habló de su sueño de crear el famoso postre inglés Trifle. Me preguntó si podía hacerlo y empecé a trabajar al día siguiente; sin cobrar, claro.
Alquilamos un piso y trabajaba media jornada. Fue en el 86. Mientras, Alex, mi mujer, fue profesora de inglés, nativa evidentemente, y también daba clases particulares, lo que nos permitió conocer a mucha gente de Segovia. Ahora, después de tantos años de estudio y vida en España, diría que siento pasión por el país, su gente y el tipo de vida, pero en los comienzos fue una atracción por algo exótico.
“Hace 30 años
la atracción por
España tenía que ver con lo exótico;
ahora siento pasión por
un modo de vida”
— ¿Y la cocina le sirvió para aprender castellano?
— (Se ríe)..bueno, sí, de aquellas maneras. Puedes imaginar qué clase de vocabulario aprendes cuando estás trabajando en una cocina a 35 grados. Pero, aparte de esto, sí: aprendí mucho con el cocinero, Pedro Carabias; un autentico caballero, que me enseñó no solo de cocina, sino del trato con la gente y sus cocineros. Tengo un recuerdo magnífico de él y creo que mi iniciación en la pasión por la idiosincrasia española se la debo a gente que, como él, sabía manifestarse con ese humor y esa forma de ser vital y abierto.
— ¿La cocina fue un laboratorio para conocer la idiosincrasia del país?
— Sí y funcionó aquella intuición. No conozco ningún otro país donde la comida, la cocina y la gastronomía sean tan importantes en todos los órdenes de la vida cotidiana. Un tomate, el aceite y unas aceitunas permitían largas conversaciones sobre el producto, la materia, sus usos y la psicología humana.
— ¿Conocer otras lenguas facilitó el aprendizaje del castellano?
— Hasta cierto punto, supongo que sí. Yo había nacido en Bélgica y de ahí nos trasladamos a Finlandia . Mis primeros tres idiomas fueron sueco, finlandés -que es más complicado- y el holandés y, con cinco años, la familia se trasladó a Londres, con otro idioma. Puede ser complicado pero muy enriquecedor.
— ¿Qué le hace a un escritor de arte convertirse en hispanista?
— A muchos historiadores, como a Paul Preston, no les gusta la palabra. Para mi, significa amor por España y su riqueza cultural. Es un término que me gusta porque no solo abarca la riqueza del mundo contemporáneo sino la fascinación por un pasado muy rico: fenicios, griegos, romanos, árabes, visigodos y restos de otras culturas. El Franquismo hizo pensar que España era diferente hasta que llegó el gusto por sentirse europeos, pero siempre he pensado que no había un país más Europeo históricamente que España. Desde el siglo XV y XVI, todos los famosos arquitectos de Bélgica, Holanda, Francia, hicieron aquí su obra y mezclaron sus ideas del flamenco, de la cultura y la arquitectura y tienen ideas ya muy españolas. La presencia del mundo árabe durante 7 siglos es fundamental. En Segovia algo menos: tres siglos, pero ya es mucho. Todo esto hace interesante España porque nunca terminas de aprender y ver.
Es como pensar desde ahora hacia Felipe II; tres siglos de mixtura cultural, de convivencia de los que aún quedan ejemplos maravillosos.
— En 1992 publicó In the kitchens of Castile. Desde entonces y hasta ahora ha acrecentado su conocimiento de la cocina de esta tierra. ¿Qué es lo que más ha cambiado?
— Desde el mundo del vino a todo lo demás, el crecimiento ha sido realmente importante. Los sumilleres tienen un nivel mundial y una obsesión sana por aprender todo del mundo vino. La mejora de la materia prima y el respeto hacia los productos de calidad, sean habitas o jamones, es sobresaliente.
En el 85 y 86 era muy difícil encontrar en Segovia un aceite extra virgen. La cocina también ha cambiado porque se ha internacionalizado más, respetando los orígenes.
“La gastronomía
española está
a la vanguardia
de lo mejor que
se hace en el mundo”
— Como gran conocedor del arte, además de la gastronomía. ¿Qué rincones le resultan esenciales?
— En Segovia, San Antonio el Real y el Acueducto y, en Turégano, un sitio mágico para mi es el ábside románico descubierto hace unos años, totalmente único, genial y todavía con su color original…es como entrar en el mundo del Arcipreste.
Para entender España: El Escorial. Me ha costado algunos años apreciar su belleza porque es una experiencia muy fuerte. Vas por primera vez en invierno y su arquitectura es gris, fría y enorme. Recuerdo un día que lleve al director del Victoria & Albert Museum, Sir Roy Strong y seguimos viaje por España. Después de diez días, me dijo, pensando nuevamente en El Escorial: ¡Qué arrestos los de la reina Elizabeth de Inglaterra que vivía en un chiringuito , como era el palacio de Hampton en comparación con El Escorial, para enfrentarse con España!.
Santo Domingo de Silos es otro sitio penetrante. Sus escultores son de la calidad de Miguel Ángel, y no sabemos quienes fueron. Escultores anónimos y exóticos. Para mi es imprescindible ir a Silos.
En Andalucía, la Mezquita de Córdoba. Y en Úbeda, la sinagoga del agua ejemplifica lo que queda por descubrir. Fue el peluquero que compró una casa cercana quien encontró unos capiteles y toda la sinagoga, con el mitre con agua corriendo, aún. Es especial. En España coges un palo y la historia es tan rica que encuentras vestigios sorprendentes.
— Si la Sagrada Familia es -como usted titula- ‘El paraíso terrenal de Gaudí’, ¿Cuáles son los paraísos terrenales de Gijs van Hensbergen?
— Arevalillo de Cega y Segovia. Pero lo mejor es seguir descubriendo sitios; mi último hallazgo: Pontevedra. Y, por supuesto, el Museo del Prado, donde podrías pasar toda tu vida. Y ¡el Museo Arqueológico Nacional!, que ha mejorado tanto que no está muy lejos de parecerse al Brithis Museum.
— En 1992 una exposición mostraba por primera vez a Esteban Vicente, desconocido en Segovia. ¿Qué recuerda de aquella exposición que usted coorganizó?
— Conocí personalmente a Esteban Vicente con Harriet, en Madrid, en el año 90. Fernando Ortiz, técnico de cultura en el Ayuntamiento, me preguntó si yo le conocía. Tenía unos folios de mi tesis en casa y fue donde comprobé que Greenberg, el crítico más poderoso del siglo XX, ya en los años 50, había elegido a Esteban Vicente como uno de los pintores más importante de este país. Le pregunté por qué quería saberlo. Fernando me dijo que su origen venía de Turégano, lo que no se sabía en Nueva York o nadie hablaba de ello. Pensé que era una equivocación. En unos años de múltiples viajes a Nueva York nos tratamos bastante, primero en su piso de Nueva York y luego en su casa de Los Hampstoms y pensé que sería fantástico tener en Segovia una exposición de Esteban Vicente y así se hizo con el apoyo de la entonces Caja de ahorros de Segovia, el ayuntamiento, la Junta, la Diputación y por supuesto, de su marchante, Elvira González, una mujer valiente y exigente, obsesionada con la obra de Esteban Vicente. Aquella exposición fue preciosa y Esteban estaba muy orgulloso. Fue un momento clave; él ya con cerca de Noventa años, buscando otra vez sus raíces. Creo que el éxito de aquella exposición le sirvió para entrar en contacto de nuevo con Segovia y redescubrirla.
— La fama de ciudad pictórica de Segovia se remonta al siglo XIX, incluso antes. La luz de Segovia (el azul Zuloaga), el curso de pintores pensionados, la cercanía a Madrid, ¿qué ha pesado más en la manera de ver y pintar Segovia?
— Lo más importante es la concreción que arrancan los artistas desde su mirada, partiendo de que hay mucho para inspirarse. Siempre he creído que la meseta es algo aburrida para ser pintada; otra cosa es sentarse en Zamarramala y contemplar la ciudad de Segovia: ¡Es una imagen única!. , por eso, siempre que vengo trato de entrar por Zamarramala.
Digamos que el casco histórico que dibuja Segovia en el paisaje hace más atractiva la montaña que decora el fondo. Esto ya lo sabían los genios de la arquitectura renacentista, como los Gil de Hontañón y la escuela de Juan Guas. Sabían que esa Catedral, vista en la distancia, cuando pasas por el campo, dibuja su silueta de forma rotunda contra la sierra.
“A muchos
historiadores, como
a Paul Preston,
no les gusta la palabra hispanista. Para
mi significa amor
por España
y su riqueza cultural”
— Su libro sobre El Guernica lleva el subtítulo descriptivo de ‘La historia de un icono del siglo XX’. ¿Qué otros iconos reconoce en la historia más reciente de este país?
— Los iconos de la historia reciente son más arquitectónicos, por ejemplo el Guggenheim, pero es de un americano (se ríe). Yo, prefiero el Kursaal de Moneo, en San Sebastián, y entre otros iconos de la segunda mitad del siglo XX diría La Capilla del Santísimo de La Seu de Palma de Mallorca, de Miquel Barceló: tiene una belleza brutal, chocante, espectacular….es como estar debajo de una ola de color. Hay iconos que funcionan como referentes de un tiempo significativo, como El Equipo Crónica, y otros más actuales, como la escultura de Cristina Iglesias. Hay bastante gente que trabaja en el primer nivel internacional creando futuros iconos.
En materia gastronómica, un icono ya indiscutible es el Basque Culinary Center, en San Sebastian, que estoy convencido va a cambiar el mundo de la gastronomía a nivel mundial, igual que el centro de investigación de Madrid Fusión, con Ferran Adria y la Fundación de El Bulli, que practican ¡un lujo de innovación!.
— ¿Cómo se ve ahora la cocina española en el mundo?
— España es el primer país del mundo en cuanto a gastronomía. Lo saben los cocineros de este país y de otros. A los españoles se les respeta y se les reconoce en cualquier parte del mundo. Entre los 10 mejores del mundo siempre hay tres o cuatro de España entre los primeros puestos. En todos los sitios de España hay cocineros magníficos que pueden decir bien alto que han elevado el nombre de la cocina y la gastronomía a lo más alto. Es imposible pensar ahora cómo va a ser el futuro porque parece que estamos instalados en la perfección. Puestos a hacer futuribles, mi idea es que quizás la evolución pase por volver algo más a las raíces, pero con la sabiduría de las nuevas técnicas practicadas. Quizás se simplifique algo más, aunque es solo una idea, porque comprendo que los cocineros vanguardistas siempre quieran ir más allá. Pero, insisto: creo que la cocina autentica de cada zona de España tiene buenas muestras de nivel.
— ¿Qué destaca como lo mejor de la cocina de Castilla y León?
— Resumiendo, lo mejor es su autenticidad; ése sabor de la tierra. Un buen caldo con un cochinillo o un cordero; unas lentejas, que son un plato muy sencillo, son un manjar para cualquier mesa y, además, son asequibles.
— Alguien que ha aprendido cocina en las cocinas, que distingue tradición de innovación, ¿que ingredientes considera los imprescindibles de la cocina española?
— Le haría un monumento a las legumbres. Luego está el sabor del pimentón, el chorizo, las patatas, el ajo y el aceite de oliva. Todo ello daría para vivir siempre y ¡una larga vida!, porque son saludables.
— Cuando está en Oxford, ¿Qué es lo que más echa de menos de Arevalillo y viceversa?
— El respeto por la tranquilidad en mi pueblo segoviano es impresionante. Por eso, cuando estoy yendo a Londres varios días seguidos desde Oxford es imposible no recordar la tranquilidad del campo y su luz y sol, incluso en los días más fríos.
Cuando estoy escribiendo y leyendo en mi casa de Arevalillo, pienso en las bibliotecas de Oxford, pero no cambiaría esos días por nada. Cada vez más, Arevalillo -que ya tiene 30 años en nuestra historia familiar- es más mi tierra. Es un pueblo unido que quiere celebrar su identidad sin estridencias, con naturalidad y lo hace con unas fiestas participativas donde todos salen a festejar la vida- y siendo un pueblo muy pequeño, se hacen muchísimas cosas, lo cual es admirable y para mi familia muy enriquecedor.
— Y a estas alturas de la vida, ahora que camina hacia los sesenta y ha vivido en tantos sitios, ¿De dónde se siente más cerca? O dicho de otro modo, ¿cómo explica su identidad un ciudadano con tanto mundo?
— ¡Qué difícil!. Aplicando mi sentido del humor español diría que me siento como un perro mestizo. (se ríe abiertamente). Todos los sitios tienen sus cosas pero si he de definirme, en pocas palabras, creo que tengo algo de cerebro anglosajón y un corazón y alma bastante españoles.
“Calidad arquitectónica y vida son los requisitos
de una ciudad cultural”
— Segovia tiene fama de ciudad cultural. Lo mismo sucede en Oxford, donde vive. ¿Qué requisitos debe reunir una ciudad cultural?
— Para empezar miles de años de historia y calidad en su arquitectura y, de todo esto, Segovia está sobrada. Los arquitectos siempre quieren ser mejor que los anteriores y dejar su huella. Esto viene sucediendo a lo largo de los siglos. Aquí, en Segovia, el románico deja ejemplos maravillosos y después el gótico y antes los visigodos y así durante siglos. Tenemos los cimientos de una cultura; lo que los ingleses llaman ‘culture metres’. Pero siendo importante el continente, también tiene que ser una ciudad viva, capaz de aprovechar y dar uso a esos espacios y, ahí, juegan un importante papel los intelectuales, artistas y pensadores afincados en Segovia.
Quizás porque mi mundo es el del arte, me fije desde el principio en lo esencial que resultaba para Segovia tener artistas como un Rafael Baixeras y Mon Montoya, amigos entre ellos y grandes pintores. O un artista de talla internacional como es Carlos León. Y aquellos otros como Juan Manuel Contreras, ‘Peli’, Eloisa Sanz, José María García Moro, Luis Moro ‘el joven’ y otros muchos que aportan vida real con sus propuestas.
Además, a Segovia con Madrid le sucede lo mismo que a Oxford con Londres; es importante esa cercanía porque hace más heterogénea la programación cultural y al público, como espectadores de los hechos culturales, les convierte en personas activas más exigentes.
Ese intercambio entre Segovia y Madrid es fantástico porque retroalimenta la exigencia y mejora la programación y la forma de mirar y reflexionar.
Luego, existe otro tipo de programación que da una proyección de Segovia importante para el exterior, porque sirve de anuncio o reclamo, por ejemplo el Hay Festival. Conozco el Hay en Gales desde hace muchos años y conocía Segovia evidentemente, así que, cuando supe que el Hay vendría a esta ciudad, pensé: ¡qué listo Peter Florence!, ¡No hay otra ciudad tan idónea para hacer su festival!.
Es una ciudad de escritores, músicos, artistas pero todos ellos se multiplican por la provincia. He tenido la gran suerte de hallar a flamencólogos, arqueólogos de relieve, historiadores, críticos de cine, escritores, directores de museos, que tienen sus refugios ‘secretos’ en esta provincia. Gente que trabaja desde Segovia y viene a su retiro ‘espiritual’ en pueblos pequeños. El entorno de Arevalillo de Cega, mi pueblo, es una especie de ‘milla de oro’ para todos ellos.
HistoriaHisto
