La fiesta en Nava es mucho más que encierros, charangas, conciertos y dj, que también. Una fiesta que se precie, y esta es de las mejores, no puede desatender el deporte y la comida, que el cuerpo tiene un límite y necesita recuperarse. El programa se completa con actividades y encuentros para vivir la calle con los amigos, con los vecinos, en un escenario que se presta a la chanza y el compadreo. Por ejemplo, con las exhibiciones de pelota a mano del domingo 14. Esa noche el frontón municipal se torna en templo laico. El golpe seco de la pelota contra la pared es música antigua, primitiva, que recuerda a las raíces vascas y castellanas del juego. Aquí no hay protectores de titanio ni zapatillas de diseño: solo manos desnudas, piel que se abre en cada golpe y orgullo que no se doblega aunque el dolor obligue a apretar los dientes. Los viejos lo ven desde la grada, recordando cuando también dejaron su sangre en el frontón; los jóvenes aprenden que ser de Nava también es eso: chocar la palma contra la piedra y no rendirse jamás. Dos días después, el mismo ritual. La misma pared, el mismo eco seco, el mismo público que aplaude con cerveza en la mano. Repetir es necesario, porque los pueblos, como las religiones, se construyen sobre ritos. Y este juego es uno de ellos: no se trata de ganar, sino de estar ahí, de dejarse la piel en cada tanto y que el pueblo entero lo celebre.
Otro evento que se consolida y crece cada año es la Marcha Ciclista popular. Ese día, las bicicletas se adueñan de las calles. Hay esfuerzo, sudor y pedaleo a la antigua: se avanza por orgullo y se llega por cabezonería. Padres e hijos pedalean juntos en una prueba que tiene más de dejarse llevar que de competición. Los que pedalean saben que el premio no es una medalla ni una foto para las redes, sino el aplauso de los vecinos y la certeza de que después habrá barra, charla y quizá un pincho esperando en la plaza.

Más deporte y ahora de altura. El balonmano en Nava es emblema y resistencia. A las ocho de la tarde, el pabellón se convierte en trinchera. Los Guerrer@s Naver@s, como se llaman con orgullo, se miden contra Frigoríficos del Morrazo, deporte de alto nivel en las llanuras castellanas. Lo del balonmano en Nava es ejemplo es la prueba de que un pueblo pequeño puede codearse con cualquiera si pone corazón en cada ataque y cada defensa.
Y con el deporte, la gastronomía. No hay mejor manera de disfrutar las fiestas que reunidos con los amigos entorno a una mesa. El momento de la comida es un descanso entre emociones, encuentro con los amigos y ganas de disfrutar sin prisas, que se come sentado, y el cuerpo necesita un descanso entre tanta actividad desacostumbrada. Además, después no hay que fregar los platos.
El domingo 14, antes del partido de pelota, se rinde homenaje al hambre con una hamburguesada en la plaza mayor. El lunes 15 llega la salchichada con cervezada incluida. El miércoles 17 toca paella popular en el Caño del Obispo. Y el jueves 18, la fiesta de la Tercera Edad y la Fiesta de la Mujer se celebran con pinchos y refrescos. Ese día, el protagonismo es de quienes sostienen el pueblo: las manos curtidas de los mayores y la energía obstinada de las mujeres. El brindis se hace en su honor, y cada bocado sabe a respeto.
En septiembre, Nava enseña su mejor lección: que la existencia, si se vive en comunidad, se convierte en una fiesta que ni la rutina ni el tiempo podrán borrar.
