En una época de soledad acuciante, cualquier interacción vale un mundo. La red de voluntarios de Cruz Roja en El Espinar ha paliado el aislamiento de las personas mayores con favores de todo tipo; desde llamadas telefónicas, hacer la compra o ejercicios para mantener engrasadas las neuronas. Ahora que ya muchos están vacunados y salen de nuevo, agradecen a cada paso esa labor altruista con ideas geniales como unos cuadernillos que ya quisiera Rubio.
Claudia Tarozzi, de padre italiano y madre croata, y Miguel Ángel Rodríguez, madrileño, se casaron en Londres y se asentaron con el paso de los años en El Espinar. Claudia, filóloga y pedagoga, empezó una labor diversa de voluntariado con clases de apoyo a niños con algún tipo de necesidad. Estuvieron implicados en cualquier actividad, desde venta de lotería hasta ir de apoyo a un partido de fútbol entre invidentes. “Desde que vinimos a Los Ángeles de San Rafael quisimos promover cosas a nivel cultural, de agrupaciones y de concienciación”.
De ahí surgió en 2019 un grupo para personas mayores de 60 años, entre los que ambos se incluyen, con actividades lúdicas y culturales. Mientras, Miguel Ángel llevaba otro grupo de mayores en San Rafael en un hogar en el que juegan la partida de cartas y pasaban la tarde. Compartían edad y experiencias vitales en un grupo que oscilaba entre las 8 y las 20 personas. “Esto termina agotándose porque se conocían y la vida de cada una de la sabían las demás”. Así que la cabeza más visible del grupo le planteó incorporar novedades. “Fue un reto porque a mí me obligaba a crear temas”. A partir de las experiencias de Claudia, planteó ejercicios como leer un texto sin vocales, de final al principio, tanto de izquierda a derecha como de derecha a izquierda, sudokus o problemas matemáticos y de lógica.
Esa misión de incentivar la capacidad cognitiva de los mayores avanzó con un grupo con personas de Alzheimer, tras la propuesta de una de las psicólogas. Claudia se hizo cargo del grupo y los primeros cuadernos que pasaron por sus manos fueron unos de Rubio. “Están bien, pero tienen algunas limitaciones como que son bastante repetitivos. Decidí usar esos cuadernos a mí manera porque siempre he dado así las clases”. Complementó esa labor con otro tipo de actividades, desde de movilidad a juegos, cantar o bailar.
Ese bagaje sirvió para plantear el proyecto de los cuadernos para personas mayores cuando llegó la pandemia. “A mí me gusta mucho defender la lengua castellana, sobre todo en este momento, que se escribe fatal”. Ya ha preparado 38 modelos que ha repartido con una periodicidad media de dos semanas a una treintena de personas. “Queríamos seguir en contacto con ellos”. Había cuadernos “muy buenos” de La Caixa o del grupo de juventud de Cruz Roja en Cataluña y empezaron a distribuirlos. “Me parecieron demasiado complejos y a partir de ahí me animé a hacer los míos propios”. En tiempos de pandemia, la impresión no era una cuestión menor. “Cuando son seis o siete cuadernillos, los puedo imprimir yo en mi casa”. No obstante, la norma es imprimirlo en una papelería.
En un primer momento, en 2019, la distribución fue semanal; desde 2020, ralentizaron el ritmo y reparten dos cuadernillos al mes. Hay una base lingüística o curiosidades como las cascadas más bonitas de España. Otro pilar del formato es lograr que el usuario participe y opine sobre los diferentes temas que se le plantean. Son ejercicios que evalúan, por ejemplo, el correcto uso de la h, distinguir si no de sino o porque de por qué. A estos ejercicios de gramática general se añaden sudokus o mandalas. “Los colorean de una forma maravillosa. Los tengo todos fotografiados y he propuesto hacer una exposición con ellos porque es una preciosidad”. También propone otros dibujos relacionados con la temática del mes o la estación. “Procuro que sean páginas diversas”.
Una de las encargadas de repartir los cuadernos es Isabel Codina. Dueña del restaurante El Espino, aprovechó el primer confinamiento para echar una mano. “Había gente muy aislada y nosotros estábamos bien”. Tenía un grupo de 26 personas asignadas –hubo bajas por traslado o fallecimiento- y su función era llevar o recoger los cuadernillos. “Como llevo aquí 16 años, realmente recibían la visita de una conocida. Hubo una persona que no quería que se lo llevásemos porque le daba miedo hasta el cuadernillo”. Hubo circunstancias de todo tipo; desde los que salían solo a comprar hasta los que no abandonaban su fortaleza.

Los ancianos aprovechaban la visita para hablar de sus familias, de su día a día o de lo que estaban cocinando. Es decir, la charla insustancial que tanto añoraban. “Nosotros teníamos una responsabilidad enorme porque íbamos a ver al sector más castigado. Y la ejercíamos. En aquella época tocar cualquier pomo te daba miedo, también a nosotros”. Esa preocupación estaba siempre presente. “Ellos estaban tan agradecidos que había quien te invitaba a pasar a su casa y decíamos que no, que no se podía”.
Isabel lo compatibilizaba con el reparto de comida. Cruz Roja entregaba cheques: compras de 120 euros para cuatro personas. Habla de “dos carros llenos si lo haces bien” y tenía que ser variado. “Mucha gente comía lo que les llevabas”. Para maximizar el importe, no se incluyen ciertos ‘lujos’, productos que no están permitidos. “A mí me daba mucha pena que no estuvieran los postres de niños, pero es que puedes hacer una compra impresionante con ese dinero”. También estaban excluidos refrescos o zumos. Estos voluntarios hicieron de dietistas para muchos mayores durante meses.
Los ancianos le mostraron a Isabel, de 49 años, su agradecimiento cuando le operaron en invierno de la espalda: no paraba de recibir llamadas. “Es maravilloso, una experiencia impresionante. Es mucho más lo que te llevas tú que lo que haces por los demás”. Tras meses colaborando, se hizo una prueba de anticuerpos y dio negativo. “En aquella época no se hablaba tanto de secuelas en la gente de nuestra edad. Lo que te preocupaba era pasárselo a alguien, así que me quité un peso de encima…”
Los proyectos de voluntariado están subvencionados por la Junta de Castilla y León con cargo a la asignación tributaria del 0,7% del IRPF para la realización de programas de interés general. El programa de Promoción de la red social y del envejecimiento saludable atendió a 271 personas en 2020 y a 123 en los cuatro primeros meses de 2021; el de Atención a personas con funciones cognitivas deterioradas asistió a 82 vecinos en 202 y a 42 desde enero a abril. En total, hubo 353 usuarios en 202 y 165 en lo que va de año.
Lucía Moreno, argentina que lleva más de dos décadas en El Espinar, está estudiando una FP de Interacción Social. Es una suerte de rastreadora emocional, encargada de cuidar por teléfono a los mayores. Desde compañía a preguntarles qué tal con la vacuna u ofrecerles ayuda con cualquier desplazamiento. “El Covid les ha quitado la independencia de dar un paseo o tomar un café. Ellos se han mostrado muy cercanos y muy agradecidos».
En su haber tiene más de cien llamadas, un formato que tiene sus límites. “Falta un abrazo, un apretón de manos, una sonrisa…Falta calor, cercanía, tacto. Esa mirada para saber si están tristes o felices, si sienten dolor o pena”. Dada la circunstancia y la distancia, ella tiene su método: preguntar. “Qué hacen, cuántas llamadas reciben día a día, cómo se acuestan por la noche o se levantan por la mañana, si ven mucho la tele… Así me hago una idea de qué vida tienen”.
El primer consejo contra la soledad es dar paseos. “Los días de sol hay que aprovecharlos a tope, que lo sientan en la cara y en las piernas. Que salgan de casa. O que estén apuntados a un centro de jubilados. O que vayan a tomar un café”. En esencia, socializar. Hay casos más proclives a salir que otros. “Es verdad que la pandemia ha quitado vida social a los jóvenes que empezaban a salir, pero también a las personas mayores que tenían su independencia”. Y los que no tenían esa independencia, han perdido a su asidero: su familiar, visitante o voluntario.
Por eso, Lucía relata las heridas psicológicas que le transmitían por teléfono. Gente que dice “para qué vivir así los últimos años”, encerrados y sin compañía. La tristeza del abuelo que no ha podido disfrutar del primer año de su nieto o los deterioros físicos, del que hacía caminatas y ahora le cuesta cruzar la esquina de su casa. Pero se están levantando, cual Ave Fénix.
