Segovia tiene alma de decorado. Piedra vieja, frío serio, cielo limpio y un acueducto que ha visto pasar más promesas rotas que un juzgado de familia. Quizá por eso, en los últimos años, medio famoseo patrio ha venido a esta provincia a jurarse amor eterno: cantantes, futbolistas, influencers, aristócratas y empresarios de altos vuelos.
Ayllón tiene tirón, y perdonen ustedes la rima. Allí, en 2018, David Bisbal y Rosanna Zanetti se casaron casi en secreto, como quien no quiere molestar: ceremonia mínima, pocos invitados, música suave y un “sí, quiero” al atardecer entre muros de ocho siglos. Cuatro años más tarde, el lateral del Real Madrid Dani Carvajal se casó en el mismo escenario con Daphne Cañizares, modelo, empresaria, influencer y fundadora de una agencia de organización de bodas. Esta vez no hubo intimismo: unos 250 invitados, compañeros de vestuario desfilando entre los arcos —Courtois, Asensio, Lucas Vázquez, Butragueño— y una novia enfundada en un vestido de princesa diseñado por Alejandro de Miguel, bendecido por las revistas como uno de los más elegantes de aquel verano.
El 25 de junio de 2022, Lucía Pombo, piloto e influencer, hermana de la ubicua María Pombo, se daba el “sí, quiero” con Álvaro López Huerta, también del gremio aeronáutico.
Pero es la capital la que ha despegado en los últimos años como destino nupcial del famoseo patrio. En marzo de este año, el extenista Roberto Carretero, campeón de un Masters 1000 en los noventa, pasó por el Ayuntamiento de Segovia para casarse con Karmen Arteaga, de familia bien situada en el mundo empresarial y muy presente en redes. Ceremonia civil en la plaza, fotos con el acueducto de testigo, banquete en el Hotel Cándido y fiesta final en la finca Los Jazmines. Entre los invitados, elenco de programa especial: David Bustamante y Yana Olina, Carlos Moyá y Carolina Cerezuela, David DeMaría cantando para los novios. La ciudad, por una noche, convertida en plató ambulante.

Ese mismo circuito emocional lo remató poco después Ana de Miguel, representante de influencers y, sobre todo, nieta de Cándido López, el mesonero que convirtió el cochinillo segoviano en monumento nacional. La lista de invitados parecía el feed de una red social: Paz Padilla y su hija Anna Ferrer, Anita Matamoros, Mery Turiel, Marta Riumbau, Sofía Hamela, Willy Bárcenas con Loreto Sesma, Alonso Caparrós… Influencia digital regada con vino de la tierra y cochinillo crujiente cortado, cómo no, con plato.
En el flanco aristocrático Segovia juega en otra liga, y desde hace tiempo. En 2004, en el Real Sitio de La Granja de San Ildefonso, Beltrán Gómez-Acebo, hijo de la infanta Pilar, se casó con la modelo Laura Ponte. Boda real, literalmente: reyes, príncipes, grandes de España, más de quinientos invitados, ceremonia en la Real Colegiata y fiesta en el Esquileo de Cabanillas.
Algo más tarde, Borja Thyssen y Blanca Cuesta intentaron sumarse al carrusel segoviano. El paisaje era perfecto; lo que falló fue el Obispado. El obispo recordó que en la diócesis no se consienten misas de boda en capillas privadas. Hubo que buscar otra iglesia a toda prisa. La España del lujo chocando de frente con la España de las normas, y en medio, Segovia, encogiéndose de hombros.
En los últimos años, la aristocracia ha afinado el gusto. Inés Ybarra, fotógrafa y empresaria, se casó en 2024 con Jaime Ardid Martínez-Bordiú, emparentado con el clan Franco, en una casa familiar del siglo XII con vistas a la ciudad. Una boda pequeña, casi clandestina, más pesada por los apellidos que por el número de sillas. Pocas fotos, mucha historia; otra vez la piedra, haciendo de notario silencioso.
Si uno traza el mapa de todas estas bodas, la conclusión es clara: Segovia se ha convertido en escenario ideal para el amor público que quiere parecer discreto. Ellos ponen los votos, los vestidos y los invitados, y la provincia pone la escenografía y el cochinillo. Luego, ya veremos cuánto dura el “para siempre”.
