EL PSC ganó las elecciones en Cataluña, pero ERC se sintió más independentista que izquierdista y decidió pactar con la derecha repartiéndose las carteras. Cien días después (nos hemos acostumbrado a la ineficacia catalana) constatamos que la ‘operación reencuentro’ de Moncloa se puede convertir en un desencuentro crónico. Los republicanos rechazaron sentarse con los socialistas para priorizar la agenda secesionista sobre la agenda social. Dieron igual los gestos y los pactos de los grupos parlamentarios en Madrid e incluso los nuevos retos de reconstrucción pospandémica.
ERC se ha instalado en un peligroso y extraño concepto de liberalismo identitario, una especie de “somos distintos y exigimos decidir distinto”. Una visión que trasciende los márgenes de la democracia, donde los ciudadanos iguales, al margen de su origen, argumentan y deliberan sin excluir y de esa dialéctica surgen leyes que fijan un ideal de justicia que pondera los intereses de todos.
Hay un error de origen en el imaginario colectivo que siente que la Guerra Civil fue contra Cataluña y que ellos han encabezado la resistencia ante una España reaccionaria y opresora
¿Cómo es posible que ERC haya aceptado estas reglas? Hay un error de origen en el imaginario colectivo que siente que la Guerra Civil fue contra Cataluña y que ellos han encabezado la resistencia ante una España reaccionaria y opresora (también en democracia). Con abrir un libro de Historia basta para entender que la burguesía catalana, sus socios, no han sido precisamente románticos partisanos. Cuando un error se hace colectivo se convierte en verdad y es aquí donde aparece una maquinaria cultural e informativa de construcción de identidad por reacción, la afirmación de uno basada en la negación del otro. Basta con leer ‘El hijo del chófer’ de Amat para entenderlo.
Artur Mas usó esa ‘verdad instalada’ para tapar la cartera con la bandera y para desviar la indignación hacia España. ERC cayó en la trampa y se embarcó en la quimera con una Convergencia llena de recortes y corrupción porque había un enemigo imaginario mayor.
Por supuesto, los catalanes independentistas tienen sus emociones. Respetables, como todas las emociones. Irracionales también. Lo que no es respetable son las evidencias de xenofobia. Los apellidos de los miembros del Gobierno de Torra eran Turull, Maragall, Buch… Ni un solo apellido castellano. La próxima semana hablaremos de Vilagrà, Torrent, Jordà…Los primeros apellidos en Cataluña son García, Martínez, López…hay que ir al 26 para ver un Vila y al 34 para ver un Serra. El 70% de los primeros apellidos catalanes son castellanos.
Si la representación institucional es menor a la poblacional hay discriminación. Si nos quejamos de que haya más compañías dirigidas por hombres llamados John que por mujeres (dato cierto) no deberíamos asumir que haya una minoría privilegiada monopolizando la presencia institucional, como si Cataluña fueran ellos. Porque imponen una agenda irreal y la llenan de grandes palabras imaginarias que ya no significan nada real.
Los Fernández de L´Hospitalet no se ven representados, ven su idioma ignorado y condicionado el acceso al trabajo, despreciados por sus orígenes y percibidos como colones de los que hay que defenderse. A pesar de tener rentas más bajas y más necesidad de políticas progresistas. Que la CUP ponga como condición la inestabilidad social para garantizar la estabilidad del Gobierno se puede explicar por una noción anti política de la política, pero la izquierda real debería pensar que en la próspera y libre Cataluña de 2021 o se es secesionista o se es de izquierdas, hay que elegir.
