El noveno aniversario del 11-S ha puesto a prueba la tolerancia de un país que basa en la libertad sin cortapisas buena parte de su propia razón de ser. Frente a esos ideales, la creciente comunidad musulmana de la superpotencia percibe cómo las muestras de rechazo son cada vez mayores.
La punta de ese iceberg la constituyen las amenazas de quemar el Corán proferidas por el pastor Jones y la furibunda polémica surgida a raíz del anuncio de construcción de una mezquita a dos manzanas de la Zona Cero. Ambas realidades recuerdan a los ataques que, por ejemplo, vivieron los católicos en el siglo XIX también en EEUU.
El propio presidente Obama, que en un principio defendió que el templo se erija donde sea, con la única limitación de las ordenanzas locales, tuvo que recular y, ante la avalancha de presiones, admitir luego que la cercanía al solar de las Torres Gemelas era «inoportuna».
Obama, además, y por increíble que parezca, se ha visto obligado a insistir en que el pastor Terry Jones -cuya iglesia cuenta con 50 feligreses- no representa los valores de EEUU, sino que, al contrario, ponía en peligro la seguridad de los soldados estadounidenses con sus amenazas de quemar el libro sagrado de los musulmanes. «No nos volvamos unos contra otros. Somos una nación ante Dios, podemos llamarle por diferentes nombres, pero seguimos siendo una nación», sostenía el mandatario el viernes.
Sin embargo, según Richard Cohen, presidente del Southern Poverty Law Center, que estudia asuntos de justicia social y de las minorías en el país norteamericano, el diálogo y tolerancia que piden Obama y una plétora de grupos cívicos y religiosos se pierde entre las «denuncias incendiarias contra el Islam». Si en el siglo XIX los protestantes veían un enemigo en cada inmigrante católico, ahora son los seguidores de Mahoma el blanco de la islamofobia conservadora.
Lo cierto es que los musulmanes locales son apenas 2,5 millones, es decir, un 0,6 por ciento de la población adulta de EEUU, según el Centro Pew sobre Religión y Vida Pública, pero a raíz del 11-S su vida se parece cada día más a una pesadilla trufada de odio y violencia.
En Nueva York, un taxista fue apuñalado después de que un pasajero le preguntase si era musulmán y, en otra ocasión, un hombre se orinó en las alfombras de oración de una mezquita mientras gritaba improperios contra los mahometanos. En Jacksoville, en Florida, una bomba casera explotó en un centro islámico donde se encontraban 60 personas, mientras que en Tenessee un desconocido prendió fuego a un equipo de construcción en el lugar donde se va a levantar otro templo.
La situación la resume Pam Geller, cofundadora del grupo llamado Paro a la islamización de EEUU (SIOA): «Los musulmanes van creciendo en número e influencia, hasta el punto de que intentarán la toma del poder político, y si eso no funciona, echarán mano de la intimidación, asesinatos y terrorismo, como ya lo han demostrado en decenas de países».
