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Se vende atención

por Julio Montero
14 de abril de 2021
en Tribuna
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Los vendedores saben bien que lo primero es captar la atención de sus potenciales clientes. Lo intentan quienes nos llaman para hacernos una oferta de telefonía, siempre mejor que la que ya tenemos. También las chicas sonrientes que nos abordan en plena calle para informarnos sobre lo más importante del mundo: salvar niños por unos pocos euros; acabar con el hambre por unas monedas; conseguir que se investigue una enfermedad que no interesa a los laboratorios farmacéuticos, etc. Y ese empeño inicial fuerte, ocurrente, simpático, enseguida nos lleva a temas más complejos: nos cambiamos a la nueva compañía de telecomunicaciones convencidos de que es mejor que todas las demás; o adquirimos un compromiso de pago mensual o anual para colaborar con esas causas nobles. Lo normal, sin embargo, es que no prestemos atención a esos requerimientos tan directos y evidentes de pescarnos.

Lo normal, sin embargo, es que regalemos nuestra atención sin cobrar nada y, además, sin darnos cuenta de ello. Incluso tenemos el convencimiento a veces de que somos nosotros quienes conseguimos que nos presten atención los demás y nos sintamos así mejor. En otras ocasiones, en muchas, cambiamos atención por entretenimiento, por distracciones agradables. Y no caemos en la cuenta de un hecho patente que se realiza cada día a plena luz: la atención se adquiere (a veces se compra) y se vende. Es una actividad muy lucrativa El mercado de la compra-venta de atención se ha hecho progresivamente más eficaz en los últimos doscientos años: unas veces actúa de modo sutil y otras de manera brutal y descarada.

Uno de los modos más frecuentes y más incorporados a nuestra vida en este mercadeo de captación de la atención ajena es su compra a cambio de ventajas y distracciones.

Los cosechadores de la atención ya se encargan luego de venderla a quienes más lo necesitan

Los cosechadores de la atención ya se encargan luego de venderla a quienes más lo necesitan: empresas que han de colocar sus productos y servicios en una sociedad normalmente saturada de ellos. Porque la innovación que se vende habitualmente es una burla. Ayer fui protagonista-víctima de un ejemplo. El vendedor de almohadas nos urgía a comprar inmediatamente más barato porque la empresa había innovado y las antiguas habían perdido valor: las nuevas tendrán un color de funda distinto y así nos ‘beneficiaríamos’ de la novedad. Y es difícil saber donde está el engaño: en que la innovación es falsa y solo pretende cerrar una venta cuanto antes, o en las mejoras reales que para dormir supone la nueva funda.

El cambio más habitual es ofrecer entretenimiento y distracción por atención. Eso ha convertido a nuestras cadenas generalistas de televisión en escaparates luminosos sin fin (24 horas al día) en el que se muestran catálogos de productos y servicios diversos, diversísimos. En los espacios libres se sitúan programas para conseguir que nos mantengamos en exposición abierta a la publicidad. Incluso los propios espacios de distensión se llenan de productos para reflejar adecuadamente la realidad y así los incluyamos en nuestra normalidad.

No es un escándalo para nadie. Pasa igual con el resto de los medios de comunicación. Son, en realidad, contenedores de atención para vender luego. Y eso afecta más de lo que pensamos a nuestro modo de entender la información: las noticias de éxito son las que captan la atención, no las ‘importantes’ de verdad. Ese es el primer filtro de la información: lo noticiable no es necesariamente lo importante para la humanidad, el país, la región o la ciudad. El ‘interés informativo’ tiene más que ver con el interés (el de los bancos) que con lo informativo.

Hasta los comentarios de los lectores en la prensa digital ayudan a extender los espacios para la publicidad e incrementan los ‘impactos’ y por lo tanto los ingresos. Así los ilusos que piensan contribuir al bien común con sus aportaciones llenas de sentido común (o de odio, obscenidades o estupideces, que de todo hay) sencillamente colaboran de manera gratuita en el cumplimiento de los presupuestos por publicidad.

No te digo la telerrealidad, que no puede ser más realidad comercial

Y si eso pasa en el serio y grave mundo de la información no te digo en el burbujeante y chispeante del entretenimiento: no hay risas gratis, ni concursos sin sobreexplotación, ni amores no interesados o dramas no calculados… y no te digo la telerrealidad, que no puede ser más realidad comercial.

Estas consideraciones no son para escandalizar a nadie. Vivimos en un mundo construido sobre un silencioso, pero real y voluntario, pacto de explotación de nuestra atención que no admite límites: hemos aceptado que nuestra vida está mediada en todas sus dimensiones. Y esto significa, en crudo, que hemos renunciado en la práctica a tener información directa de la realidad. Dicho más a lo bestia: estamos de acuerdo en vivir un mundo de ‘segunda mano’.

Si tenemos un pacto voluntario es porque nos compensan los beneficios que nos ofrecen; pero quedan zonas obscuras que compensa aclarar. Porque ese modo de vivir deja en otras manos nuestra atención, que es un componente esencial de nuestra conciencia y de una vida propia consciente. Un buen ejercicio es sumar por un lado las horas que pasamos distraídos e ‘informados’ en lo que nos ofrecen los medios y las redes sociales (y ponerlas el signo menos). En otra columna todas aquellas que dedicamos a lo que nos interesa a nosotros al margen de la mediación comercial: y restar una de otra. No se cuentan las horas de sueño. El resultado será el coeficiente bruto de vida propia. Si sale muy negativo es que los comerciantes de la atención están vendiendo nuestra vida. Eso significa que la vivimos para ellos. Una nueva forma de dominio en la que el esclavo babea de satisfacción. La libertad hay que ganársela, aunque solo sea para pactar un trato decoroso sobre nuestra atención.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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