La entrega de los premios Princesa de Asturias 2019 será recordada por la afortunada y a la vez emotiva puesta de largo de la Princesa de Asturias en los asuntos protocolarios de Estado. También lo serán esas mismas fechas, por los episodios violentos perpetrados por los independentistas que generaron todo ese combo en el noticiario y que finalmente hizo pasar desapercibidos en el prime time informativo a los propios homenajeados. Por ejemplo, me acordé de mi “admirada” y este año premiada, Lindsey Vonn y en toda su trayectoria merecedora del premio Princesa de Asturias al deporte y pensando que ojalá este reconocimiento endulzara la dureza de estos últimos años de su activa carrera, después de una serie de lesiones y largas convalecencias. Supongo que para una chica de Minnesota debió de resultarle especialmente pintoresco y llamativo todo el acto protocolario. De cualquier manera, su rostro y sus gestos evidenciaron una gran naturalidad y a la hora de recoger el premio estuvo muy cómoda, tanto o más, como en su día se pudo observar a su paisano Woody Allen, bastante más acostumbrado a estos eventos y que del mismo modo años antes, fue galardonado en el teatro Campoamor de Oviedo, donde empezó una entrañable conexión con la organización del premio, con la tierra asturiana y por ende con el Reino.
En este mundo de galardones y menciones, como el caso del director de cine, se suelen generar curiosas relaciones entre todos los intervinientes: entidades premiadoras, candidaturas, premiados y cuando el dinero público financia dichos reconocimientos; entre la propia ciudadanía y el Estado. Las posturas y opiniones previas o posteriores, de muchos de los galardonados respecto a las “premiaciones y premiadores”, ponen de manifiesto en ocasiones muchas incoherencias que generan enfrentadas opiniones producto de la polémica. Seguramente recuerdan aquella en la que Fernando Trueba, recibiendo el Premio Nacional de Cine dotado de 30.000 euros (quién los tuviera), manifestó irónica o de manera sincera, su nulo sentimiento de españolidad, sin soltar por ello el dinero. Como tampoco lo hará Cristina Morales, reciente premio 2019 de Narrativa y ya en el bolsillo los respectivos 20.000 euros. La verdad que no tiene desperdicio escuchar las declaraciones de la escritora antisistema que aplaudió la violencia de Barcelona en aquel momento, prefiriendo hogueras en las calles antes que cafeterías abiertas, pero eso sí; muy contenta con el premio… en fin, allá ellos; pero habrá quienes también pensarán y no faltándoles la razón, “que no con nuestro dinero”. Lógicamente y tratándose de dinero público, la controversia está servida pero no menos opiniones enfrentadas se generan cuando son entidades o fondos privados quienes gestionan algún premio; los Oscar, por ejemplo, o el resto de festivales de cine, los literarios, los de editoriales poderosas, una infinidad de disciplinas con sus respectivos reconocimientos, o los que sin duda son el top del ranking de los premios: los Nobel de la Academia Sueca. Como saben, estos premios generan anualmente gran expectación y debido a su trascendencia, una gran especulación previa a su concesión. En ocasiones se desatan los rumores que se proyectan directamente en las apuestas, como sucedió con la menor sueca Greta Thunberg, cuya presencia mediática estaba permanente en la palestra y posicionándola hasta hace solo unos días, como una candidata favorita para el nobel de la paz. A veces estas tendencias son reflejo de la opinión pública o responden a un intento de sugestión o de presión con la misma intencionalidad, de crear una opinión general que condicione las concesiones del reconocimiento, convirtiendo en opciones de peso simples propuestas con escaso argumento ¿recuerdan la plataforma pro candidatura del inhabilitado juez Garzón al Nobel de la Paz? Existen otras opciones para esa misma categoría, que incluso contextualizando el momento histórico nos parecerán absolutamente surrealistas, aberrantes o cuando menos excéntricas y así constan en el registro de candidaturas de los premios suecos: Hitler fue candidato en el 39, Stalin en el 45 y el 48 o Michael Jackson en el 98 como ejemplo. Incluso algunas que sí fueron premiadas como la de Obama, generaron cierto desconcierto ya que pareció que más que los hechos, directamente se premió “el presunto potencial para ellos”. Pero mejor hablemos del Nobel que ha otorgado reconocimiento a más paisanos; el de Literatura nada menos. Allá por el 82 en el Andrés Laguna, el más peculiar y motivador profesor de literatura que recuerdo, nos explicaba la curiosa relación (u opinión) que el recién galardonado con el Nobel, Gabriel García Márquez, había tenido hasta ese momento de los premiados y los premios. Sobre esta premiación del colombiano, el escritor Juan Rulfo declaró que “por primera vez después de muchos años, se había dado un premio de literatura justo” ¿Qué podría haber pensado el mexicano si hubiese visto años más tarde a Bob Dylan premiado con ese mismo galardón? ¿Lo hubiese comparado con la posibilidad de que a un “donette” se le concediese un premio internacional de repostería fina? En fin, bromas aparte, ojalá en este panorama gris siga habiendo muchos premios que sirvan de aliciente y reconocimiento para las verdaderas eminencias, y que sea siempre bienvenida cualquier aportación a la sociedad producto de la excelencia.
