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Santiago Sanz Sanz – La tierra de la reciprocidad, no del olvido

por Redacción
10 de abril de 2019
en Opinion, Tribuna
santiago sanz
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No hemos cambiado tanto

Cuarenta y muy pocos cumplidos tenía mi abuela Gabriela, cuando unas fiebres se la llevaron dejando a mi abuelo con tres hijos pequeños. Teniendo en cuenta la presencia, la fuerza y el infinito espacio que una mujer es capaz de abarcar en todos los ámbitos, supongo que “los cuatro” (mi padre, mis dos tías y mi abuelo) quedarían un poco desamparados además de huérfanos con aquel trágico fallecimiento. Cuenta mi padre, que aquellos días en que las fiebres le subían a mi abuela y se la llevaban sin remedio, Don Darío, que era el médico del pueblo, estuvo presente cuantas veces fue requerido y las que él, por propia iniciativa y ante la gravedad del momento, creyó convenientes… que no serían pocas. De igual modo recuerda, cómo familiares y amigos estuvieron siempre dispuestos a echar una mano siguiendo las indicaciones médicas que entre todos intentaron que fuesen suficientes para mitigar ciertas carencias habituales de la posguerra.

Sobre todo comenta, cuando su tío Evaristo y su primo Luciano fueron una noche con una mula y varios capazos, hasta los neveros de la serrezuela de Pradales a buscar la nieve necesaria para intentar dar la última batalla a aquellas temperaturas que afligían a mi abuela, o por lo menos conseguir unos días de tregua… poco más se pudo hacer.

La presencia de algunos familiares y amigos fue una constante en las vigilias junto a su lecho. Hasta mi madre, que era muy niña, siendo su familia vecina de medianil con la de mis otros abuelos, recuerda haber entrado en la habitación y quedar impresionada ante la visión de mi abuela postrada con su larguísimo cabello negro que desde la almohada se extendía por uno de sus lados hasta la altura de las manos que reposaban cruzadas sobre el vientre. Es lo que recuerda de aquel momento… y gente; recuerda que había mucha gente.

Eran otros tiempos de una España solidaria que hoy está más “vacía”. Entonces todas las comarcas mantenían una población más o menos estable y estos tenía una manera especial de relacionarse. No sé si era una prioridad consciente, pero no se dudaba a la hora de echar una mano. Si aparecía un nublado amenazante después de haber finalizado una jornada de trabajo en la era, no era de extrañar que antes de regresar a la casa más de uno se aplicase en echar una mano al amigo o al vecino rezagado. De esa manera podía terminar la faena para que el agua de lluvia no terminase entorpeciendo las labores de la trilla o el aventado. El mismo agua caído del cielo, que en el campo y salvo muy contadas ocasiones, se suele recibir siempre de muy buen agrado; especialmente si llovía cuando todos los vecinos habían sido convocados de urgencia para extinguir algún incendio desatado en el monte o en las tierras. Se hacía trabajando “codo con codo”, incluso con la gente de los otros pueblos de al lado que con el repicar previo de las campanas avisando del siniestro, de igual modo se habrían movilizado… Por cierto; excelente red social de comunicación esta de los viejos campanarios.

Todos aquellos actos solidarios llevaban implícita una firme correspondencia de “reciprocidad”. Una interdependencia necesaria que daba a cada elemento su espacio y su importancia; su capacidad de sumar en una consecución de cuentas en el interminable “día a día” del campo. Era cuando la expresión “hoy por ti, mañana por mí”, alcanzaba todo el sentido práctico del entendimiento. Donde los códigos de relación encontraban un ámbito muy favorable en un tipo de familia más extensa, con unos lazos de parentesco que aun se mantenían muy bien apretados como garantía de supervivencia para que el sentido de la solidaridad, que no era exactamente como hoy lo percibimos, respondiese a un conjunto de iniciativas e implicaciones más complejas y también mucho más amplias: la generosidad, el sustento, el trabajo… el tiempo. Donde unos y otros, desde la afinidad, compartían los aspectos productivos, los ratos de ocio y la melancolía del duelo.

Tampoco todo era perfecto, no se crean; los episodios de conflictos de la España más negra tenían su propia versión en los pueblos y con “la tierra” como motivo protagonista en la mayoría de casos: que si la linde, que si el terreno, que si el paso… todo eso. Lógicamente, sabemos que el roce de la convivencia genera diversos sentimientos y comportamientos. Como ahora, en aquel entonces los perfiles más humanos también aflorarían; sentimientos como los celos, la envidia, el amor, el cariño, el desapego… pasarían a ser el catalizador de la convergencia (o divergencia) del destino de muchos de los habitantes de las comarcas y provincias que hoy conocemos como la España Vaciada.

Precisamente fueron también sentimientos los que movilizaron a muchos y siguen siendo un síntoma de que todos esos “lugares” siguen estando vivos. Muchos segovianos íbamos de verde… algunos de verde esperanza. Quedó demostrado en las calles de Madrid con toda la fuerza y la vitalidad que aquel acto reivindicativo significó para reclamar un acceso igualitario de todos los ciudadanos a todos los servicios. Exigiendo, de una vez por todas, recibir del Estado los compromisos que alivien todo ese vacío con las medidas concretas y necesarias para que una tierra que fue la de la reciprocidad por siglos, después de esta campaña política, no se convierta en la tierra del olvido.

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