A simple golpe de vista, deberíamos ser capaces de distinguir en el propio escenario de la vida y en la fantasía, al bueno del malo, a la abuelita amorosa de la bruja ambiciosa o al mago blanco del malvado hechicero. Podemos equivocarnos en algunas primeras impresiones, claramente; pero en general, más que por la estética, siempre terminaríamos reconociendo los diferentes roles por sus acciones… así era el cuento hasta ahora.
Sabemos que somos el resultado del conjunto de los valores sociales, intelectuales y de todo aquello que dentro de las tradiciones, ancestrales o adquiridas, han modelado las conductas dentro de los grupos humanos. Con el tiempo habíamos desarrollado puntos de vista de interpretación idénticos, acerca de qué conductas y qué tipo de relaciones entre los individuos, son adecuadas o contraproducentes para la sociedad. Incluso en los permanentes procesos de “culturización” y “fusiones culturales” a las que nos somete una tendencia generalizada y constante por “lo global”, siempre se han observado elementos de percepción comunes y naturales en lo referente a “lo adecuado o no”, de determinadas conductas o de determinados perfiles. Como producto complejo de elaboración lenta, finalmente no debería importar si en origen todas esas pautas de comportamiento pudieron ser concebidas por hábitos sociales, religiosos, por las normativas propuestas o por toda la carga de enseñanza y condicionamiento en los que la familia y los entornos sociales de la mano de la educación (también la académica) fueron fundamentales para llevar a la sociedad a tiempos mejores. También “los cuentos”, “los mitos”, “las fábulas” y “las leyendas”, contribuyeron como una excelente herramienta para transmitir los valores de comportamientos positivos: la solidaridad, la valentía, la perseverancia, el esfuerzo, la entrega, la paciencia; cualquiera de ellos constituía la carta de presentación de sus protagonistas. Con el paso del tiempo, contribuyeron a establecer de manera sutil, patrones de conductas positivas para el grupo, encaminadas a desarrollar buenas relaciones entre los individuos, que a su vez generaron las circunstancias sociales más favorables para asegurar la supervivencia y el desarrollo del colectivo.
No imagino cuestiones más importantes o más necesarias de impulsar, que todas aquellas que dignifiquen a las personas, o contribuyan a una sociedad más justa y cohesionada. Desde cualquier punto de vista, ese debería ser el objetivo común al que contribuir desde cualquiera de los frentes posibles y bienvenidas deberían ser entonces, todas aquellas acciones nobles que lo propicien. Sin embargo, algunas ideologías que suelen teorizar en principio con ese mismo propósito; el de los individuos y las cuestiones sociales, a la hora de la verdad no parecen gustarles algunas iniciativas filantrópicas modernas. Ciertos valores no parecen encontrar encaje en su modelo social, ni mucho menos en su filosofía. Ese extremismo está dispuesto a asumir el riesgo que supondría para una sociedad, que en el caso de pérdida de esos patrones y por consiguiente de los valores que conlleva, pueda quedar reducida a cenizas o en la menor de las consecuencias, a la absoluta decadencia… a lo mejor esa es su intención; el “fuego purificador” como mejor escenario para que el mito resurja de las cenizas. Ya nos sabemos ese final.
Vamos, que nos están cambiando “el cuento” dándole un giro tras otro a muchos de los conceptos; los que venían siendo buenos, ahora parecen malos y al contrario; los malos, buenos.
Puede que en un modelo social en ciernes, todo quede sometido a la intervención de un Estado vocacionalmente paternalista, o maternalista, donde al hombre hecho a si mismo con capacidad de iniciativa, se le deberán ocultar los méritos para someter sus posibles acciones de filantropía a campañas mediáticas de desprestigio buscándole además, el más absoluto descrédito… ¿no estará ya pasando eso?
Tanto está cambiando el cuento, que no hace mucho tiempo asistíamos boquiabiertos a unas declaraciones de un político vasco en los medios, calificando de héroe a un criminal que afortunadamente ya está preso. Llamando héroe a Josu Ternera, claramente se está pervirtiendo el término. No se si se hizo en un ejercicio de incontinencia verbal desmedido o quién sabe si en pos de un oculto proyecto político. Da igual, podría ser peor si se le denomina héroe porque de verdad así se le observa.
Para los que traemos ese “viejo defecto cultural”, entendemos que el etarra es lo opuesto a los héroes de “los mitos”, de “las leyendas” y de los mismos “cuentos” que por cierto, jamás le podrán contar ya a aquellas niñas de Zaragoza, hijas de mis compañeros, como tampoco podrán contarles las historias de líderes carismáticos de los que andamos tan necesitados, ni mucho menos de valores, de los que empezamos a estar tan faltos. Porque en este reino, si algo nos sobra son trileros; justo los que proponen modelos sociales nuevos y en realidad solo aportan adoctrinamiento, para que cada vez , para bien o para mal y con peores sutilezas que las del tiempo, nos estén cambiando el cuento.
