La gestión del aire acondicionado no solo incrementa la factura eléctrica, además puede llegar a disparar el conflicto en la convivencia domiciliaria. Mi mujer y algunas de sus amigas mexicanas, “norteñas” como ella y habituadas a las temperaturas severas del valle de Texas, se acostumbraron desde niñas a pasar los tórridos veranos de ambos lados del rio Bravo bajo los fríos chorros de ruidosos aires acondicionados y rodeadas de instalaciones domésticas de conductos refrigerantes y toberas. Debo decir a favor de semejante “filia gélida”, que en aquellas latitudes predominan temperaturas estivales de más de cuarenta grados y que fuera de los restaurantes o de los gigantescos centros comerciales no se ve un alma caminando por los parques ni mucho menos por las aceras. Yo, sin embargo, soy enemigo de esos contrastes artificiales y en la mayoría de ocasiones de los poco progresivos cambios de temperatura, en todo caso estimulados por unas cortantes e invisibles cortinas de aire glacial sin termino medio entre “el apagado” o “el muy frío”, y creo que coincido en opinión sobre este asunto concreto, con el marido de algunas de estas amigas, también español.
Ellas, sorprendidas ante lo que entienden como un patrón de conducta frente a la refrigeración casera, bromean desarrollado cierta teoría para intentar explicar lo que aprecian como una costumbre ibérica claramente contraria a su generosa y álgida gestión del aire. Nuestras ”respectivas”, siendo expertas y profesionales del sector energético, consideran que en España, país claramente deficitario en ese sentido, se nos han sugestionado intencionadamente muchos conceptos poco saludables sobre el aire acondicionado con la intención de que moderemos el gasto energético; un argumento descriptivo que nos expone como simples víctimas de una conspiración pro ahorrativa… por cierto: los resfriados veraniegos, las faringitis y las contracturas de espalda o cuello, no son otra cosa que el resultado de una poderosísima e inculcada fuerza sugestiva.
Bromas aparte, o mejor no, siguiendo en esa misma línea; se puede contemplar la posibilidad de que realmente sí seamos ciertamente manipulables o propicios a la sugestión en grupo, y esta ser capaz de moldear ciertas percepciones sociales y por lo tanto la predisposición a una uniformidad de respuesta general de un colectivo sobre determinados temas inverosímiles. Vean si no como ejemplo destacable, las ultimas declaraciones de la CUP, que después de una reciente reunión de la ejecutiva han terminado reconociendo la “no existencia de la república catalana”. Me pregunto en qué dimensión delirante y paralela han estado todo este tiempo para terminar ahora con semejante conclusión reveladora ¿En Narnia?… ¿En la Tierra de Oz?… A qué tipo de aislamiento, bombardeo ideológico y consignas repetitivas se habrán visto sometidos para ser sugestionados o abducidos de semejante manera. Claro, que si a muchos de ellos ya les viene la desconexión desde la escuela, además no han abierto nunca un libro de historia y tv3 ha sido la sintonía de su vida, todo empieza a cobrar un poco de sentido.
Y es que el martillo pilón que supone el mantra intencionadamente ideológico no descansa desde los medios afines, a las declaraciones de algunos políticos. En todo caso afirmaciones encaminadas a generar conflicto moral y de pensamiento en el propio individuo. Como una criba de conciencia, mediante el mensaje insistente se fuerza la falsa expectativa de que solo hay un único criterio de pensamiento digno y de moral elevada. Vamos, que para algunos, si uno aspira a ser buena gente y pretende abrazar cualquier causa o reivindicación social de manera convincente y moverse en los parámetros más justos de la vida, debe apartarse inmediatamente del chorro nocivo de aire frío procedente del lado oscuro del pensamiento liberal y por supuesto dejar de votar a cualquiera de las opciones conservadoras, evitando así conflictos entre la sugestionada conciencia y la posibilidad de ser juzgados moralmente por la ministra y su “genealogía del pensamiento progresista”.
Qué empeño y cuánto esfuerzo en sabotear cualquier tipo de encuentro en el centro político e ideológico de convivencia. Qué interés perverso de adoctrinamiento sugestivo y extremista mantienen ahora algunos sectores entre aquellos que muchos podríamos haber considerado alternativa política y que hoy ansían asociarse con los propios enemigos radicales del sistema, bajo la propagandística coartada y el poco fiable término “progresista”; sobre todo cuando este incluye a independentistas y extremistas.
Con tal de aferrarse al poder, aunque sea con el brazo retorcido, se está olvidando o se pretende que ignoremos, que las mayores cotas de libertad y avance social en el estado de bienestar se han dado siempre bajo la cobertura en consonancia de las ideas liberales, el progresismo innovador y la social democracia con una clarísima vocación integradora de centro, y todo ello; en el marco del cada día más denostado mundo capitalista. Así que si queremos seguir avanzando, ya podemos ir buscando puntos de encuentro con el mismo esfuerzo que ya se ha empleado en acentuar las diferencias, porque igual que con el aire acondicionado, con su “encendido” o su “apagado” y tanto extremismo sugestionado, corremos el riesgo de terminar llevando las relaciones domésticas del reino al conflicto desatado.
