La sociedad occidental siempre precisó un mínimo de cohesión social que impulsase el desarrollo de su civilización y garantizase con cierto optimismo la longevidad de su cultura para evitar así la decadencia y la consiguiente caída. La refrescante apariencia de sus paisajes humanos o el engañoso aspecto homogéneo de este mundo puntero, han sido el referente y el anhelo de otros muchos pueblos. Sin embargo, occidente o mejor dicho las democracias del mundo desarrollado, llevan décadas dando muestras inequívocas de fracturación a nivel interno a la vez que, de nuevo y usando un viejo término, las invasiones bárbaras derriban las limes del viejo imperio, mientras este se abstrae entre analgésicos de una mala resaca de décadas de festejos celebrados hasta el exceso. Y es esa misma conjunción, la de las celebraciones y abstracciones de los síntomas que evidenciaron la decadencia en otros tiempos, asistimos a un deterioro alarmante en las relaciones que afectan a una sociedad que aún estando muy comunicada, paradójicamente se encuentra menos cohesionada que nunca, con infinidad de individuos que en grupo o de manera aislada, se sumergen en sus cada vez más numerosas burbujas de abstracción, radicalidad o alineamiento.
Ya casi nadie se libra de estar dentro de los ambientes aislados de intereses corporativos, políticos o de determinados sesgos sociales llenos de prejuicios. Grandes magnates controlan desde sus burbujas de poder o mediáticas, otras menores para hacer de referencia y de plataforma de pensamiento a otras de periodistas, de políticos… incluso de los parlamentos, que siguen inmersos desde hace décadas, en la burbuja progresista de lo políticamente correcto, pretendiendo seguir con la dinámica de discursos exclusivamente complacientes con ese mismo criterio, con algunos de sus elementos aplaudiendo el histrionismo o ciertas posturas radicales y luego escuchando inmóviles y perplejos, los mensajes de advertencia veraces y certeros, acerca del peligro de nuevas burbujas con sello de ingeniería social, que desde estos mismos foros o desde ámbitos académicos y con la intención del adoctrinamiento a través de los libros de texto, insuflan otras lingüísticas, de género y geográficas en espacios domésticos, que como todos sabemos, conducen a la fractura social y a más radicalidad de pensamiento. Mientras, los mediocres líderes políticos, abducidos por sus superlativos egos, envían desde las burbujas de sus aduladores adeptos, mensajes y consignas de intolerancia cada vez más radicales que potencian la estanqueidad y el enfrentamiento con las del resto y debilitan la cohesión social de las democracias occidentales ¿Es ese el proyecto?
A todo esto, el ciudadano medio sigue buscando el consuelo en el “mundo feliz” de la tecnología, inmerso en las aplicaciones que facilitan la desenvoltura en lo cotidiano o la facilidad de estar permanente conectados en los diferentes y cada vez más evolucionados canales de comunicación como las redes sociales y la consiguiente “percepción de omnipresencia” que nos proporciona el constante uso de dispositivos portátiles. También, en la inmediatez práctica para acceder a los datos sobre cualquier tema, incluso en aquellos que hasta no hace mucho tiempo eran de difícil acceso y altamente especializados, con el riesgo de sufrir la magnificación de los mismos o su distorsión intencionada. Sin embargo, una vez dentro de esa dimensión en la que la informática somete a la intervención algorítmica todas nuestras consultas y además procesa los contextos personales de nuestras relaciones, conversaciones y opiniones, habremos generando un espacio selectivo en exclusividad con afinidades a nuestro estilo de vida, muchas ilusiones perceptuales respecto al mundo real y una predominante complacencia ideológica; dicho de otra forma: nuestra propio “efecto burbuja” donde satisfacer virtualmente nuestras carencias.
La satisfacción de poder eliminar los elementos que no nos complacen de manera virtual, es una proyección que responde directamente a nuestros anhelos personales de poder trasladarlo todo a los espacios reales que nos rodean. La criba de los filtros algorítmicos, es en realidad la de nuestro propio sesgo ideológico depurando los elementos de información y otros datos que consideramos desechables, para permanecer rodeados dentro de nuestras burbujas exclusivamente de estímulos complacientes y poder hacer constantes ejercicios de exhibicionismo lampiño, de decadencia y de aislamiento físico en una habitación cuyos “muros” herméticos, al igual que Bob Geldof a ritmo de Pink Floyd, o destruimos… o terminarán destruyéndonos.
La realidad parece superar “los escenarios fantásticos orwellianos” que en esa misma línea de ciencia ficción fueron aderezados con los aportes tecnológicos que Isaac Asimov dejó acertadamente detallados. Más aún; si a todo lo anterior, se le añade el panorama pre-apocalíptico que reflejan en muchas ocasiones las imágenes de los telediarios, con los conflictos geopolíticos, las crisis humanitarias, los desastres climáticos y “todos esos drones sobrevolando”… diría que están tomando vida muchas de aquellas viejas historias ilustradas de ciencia y ficción de los desaparecidos comics de los 80´s a los que estuvimos tan enganchados. Alguien debería habernos avisado entonces, que ciertas lecturas nos acarrearían alguna que otra paranoia y que junto a las burbujas del gin-tonic (también las inmobiliarias) la del cava y las cervezas; nos traerían mucha ansiedad y fuertes dolores de cabeza.
