Mirando atrás… el 2016 no hizo otra cosa que prolongar la línea trágica de fallecimientos que habían significado para el rock y la música en general, uno de los periodos más dramáticos que se recordaban. Terminábamos 2015 todavía asimilando el tener que ver como se desvanecía la impactante presencia de Lemmy Kilmister, o como se difuminaban de la memoria los últimos rasgueos de una “Lucille” ya desamparada de BB King, cuando la muerte de David Bowie vino a sorprendernos en pleno mes de enero. Tristes y fríos sonaban los acordes de aquel nuevo invierno cuando esa sensación de pérdida irrecuperable se vio acrecentada solo unos meses más tarde, por el fallecimiento de otro de los grades referentes musicales de los últimos tiempos, Prince.
Por todos conocidos, la historia de ambos es una vida de provocaciones, extravagancias y éxitos, tras los cuales siempre hubo una serie de circunstancias y paralelismos musicalmente ambiciosos, siempre troquelados por un sello perfeccionista innato y proporcional a su prodigiosa capacidad creativa. Su legado musical constituye una obra imprescindible, aunque quizás su recuerdo para muchos de nosotros, también irá ligado al de su personalidad e imagen.
El escenario era su elemento. El mismo escenario que ambos utilizaron para poder enmascarar lo más terrenal de su natural timidez y condición humana. Desde allí, en clave de performance y puestas en escena, crearon sus propios mundos de imagen y expresión donde desinhibirse y donde poder mostrar su verdadera solvencia y capacidad musical… ambas infinitas. El escenario era el sitio donde pudieron encontrarse a si mismos. Se movieron con soltura por el ámbito de lo ambiguo y mutaron sus imágenes creando nuevos estilos… se convirtieron en símbolos.
Siempre mantuvieron intacta su capacidad de seducción en todas y cada una de esas facetas. Con ellos daba igual visualizar en el escenario un pícaro contoneándose a la vez que interpretaba un magistral y libidinoso solo de guitarra, que un rítmico caballero pausado y absolutamente sugerente. Cualquier “versión” de sus cautivadoras presencias terminaba deslumbrando a todos.
Definitivamente, el paso del tiempo terminará dándonos la razón de que al igual que a ellos y muchos otros que nos dejaron durante aquel fatídico trienio, Leonard Cohen, Tom Petty, Chris Cornell, “nada ni nadie se les podrá comparar”… porque todos lo hicieron; todos ellos fueron capaces de acuñar las dos caras de la moneda con la que pagar el pasaje a la inmortalidad reservada solo a los “héroes”… mientras, nosotros y nuestros vinilos, mirando atrás las esquelas, nos fuimos quedando un poquito más huérfanos.