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Sansón

por José Luis Salcedo
23 de noviembre de 2021
JOSE LUIS SALCEDO web
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¡Oye tú, no te acerques demasiado! (Recordando a Jorge Ilegal)

CARA Y CRUZ EN EL DEPORTE SEGOVIANO

Salvemos nuestro patrimonio en riesgo de ruina

Entre los personajes ociosos que pulularon por Segovia por los años 30, 40 y parte de los 50 del siglo pasado, uno muy singular fue el llamado Sansón. Este hombre, cuyo verdadero nombre era Cándido de la Cruz, tendría 1,50 m de altura, de unos 40 años, de cara redonda, muy vivaz, calado siempre con una gorra de visera. Vestía un traje y corbata pero muy raídos. Desde primeras horas de la mañana se apostaba en el Café Venecia -que estaba situado junto al Azoguejo– dispuesto a hacer cualquier recado que los clientes o cualquier persona le encargara, naturalmente dándole una propinilla.

Como era un café en el que se congregaban muchos clientes a jugar a los naipes y al dominó, éstos por no molestarse a ir al estanco le decían dándole una peseta: ¡Sansón, tráeme una cajetilla de 90! Raudo como el viento Sansón realizaba el encargo y naturalmente obtenía los 10 céntimos sobrantes como compensación por su «trabajo» con lo cual se sentía muy satisfecho.

Su primitiva profesión había sido silletero, profesión que consiste en hacer asientos de enea o paja a las típicas sillas de palos redondos y blancos, pero la profesión debía de haber ido a menos y él llevaba muchos años que no la ejercía (tal vez no buscaba trabajo de su profesión por temor a encontrarlo) por lo que se había buscado este «modus vivendi». Así que su vida la pasaba en el Café haciendo los recados que le mandaran sin hacer otras cosas salvo los días señalados por la festividad del gremio de hostelería que se celebraba el día de Santa Marta.

Tenía una afición desmedida por los toros, aunque su sapiencia en el arte de Cúchares era muy limitada. Como él presumía de saberlo todo en tocante a los toros era solicitado para organizar espectáculos taurinos en los pueblos y particularmente en la becerrada que daban los camareros anualmente en la plaza de toros de Segovia.

Ya se había recorrido muchos pueblos de la provincia de Segovia como director de lidia en las novilladas y naturalmente toreando (llamémoslo así) teniendo en alguna ocasión que matar al astado a tiros por la Guardia Civil.

En una novillada que intervino en Turégano, estuvo rematadamente mal. Al terminar la lidia los mozos se conchabaron para hacerle una mala jugada. Le cogieron y le sacaron en hombros como si hubiera hecho una faena extraordinaria. Sansón al verse en esa guisa iba diciendo a los costaleros: ¡Muchachos, aunque he toreado bien, no es la cosa para tanto! ¡Qué sí, Sansón, que eres el mejor torero del mundo!, le decían. En estas disquisiciones iban avanzando hasta que llegaron al pilón, que era a su vez abrevadero de bestias, a la entrada del pueblo, junto a la taberna de Ezequiel Astarloa, y allí vestido de luces le tiraron de bruces al pilón. Creo que jamás volvió por esta localidad. Cuando alguien quería burlarse de Sansón, maliciosamente le recordaba esta aventura que a él le carcomía el espíritu, pero como era de buen conformar se callaba, aguantaba y sufría la tarascada.

En fin que para la becerrada de los camareros que anualmente celebraban, le contrataban para organizarla. Él actuaba de director de lidia y se integraba con los toreros aficionados por un día y particularmente intervenía en la cuadrilla bufa; ese día comía con ellos y tal vez le dieran alguna propina por su «trabajo».

Ya he dicho que desde las primeras horas de la mañana, llegaba al Café Venecia, se sentaba y leía la prensa, que a veces interrumpía para echar una mano a los camareros si se lo pedían, esperando la llegada de los clientes. Como era una persona muy humilde y a la vez simpática, algún cliente al ver a Sansón le decían: ¡Sansón te invito a tomar un café! A lo que éste se acercaba sigilosamente al dadivoso y le decía así como en secreto: Don fulano, se lo agradezco mucho pero ya he tomado café, ¿no le es a usted lo mismo darme su importe?

Esto que hoy nos puede hacer cierta gracia en el fondo no tenía ninguna, porque manifestaba las penurias que Sansón pasaba. Nadie se explicaba cómo podía vivir con esas limosnas, y alimentar a su mujer. Pero como Don Rodrigo en la horca, tenía su orgullo (podemos decir vergüenza torera) que le duró hasta el final de sus días. En Segovia por los años citados siempre proliferaron personajes vagos como la chaqueta de un guardia, pero cada uno con distinta particularidad. Ya sabemos por los escritores clásicos que en otro tiempo describieron el Azoguejo como la Universidad de la Picaresca.

A mitad de los años 50 Sansón murió y ya a partir de ese día ya nada se supo de él ni nadie se ha vuelto a acordar. El tiempo hizo que se le olvidara, pero su peculiaridad bien merece que le recordemos con cierto cariño y además nos produce cierta nostalgia que nos hace evocar aquellos tiempos en los que diez céntimos de peseta era una buena propina.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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