Recientemente el actor Richard Gere ha manifestado su alegría por vivir en España: “Hay sanidad pública y además no hay armas”. No es poco. Antes, se decía que sólo un español tenía derecho a criticar a España y que, si escuchaba una crítica extranjera, defendería a su tierra con uñas y dientes. Tal vez por eso y porque en el fondo nos gusta que los extranjeros nos doren la píldora, las manifestaciones del estelar actor han tenido cierto recorrido. Sin embargo, hay mucho de cierto en lo que dice sobre la sanidad española y eso me hace recordar algunos episodios que me reafirman en la idea de que nuestra sanidad pública, pudiendo ser mejor, es una de las mejores del mundo. En estos casos las experiencias personales, con sus luces y sombras, suelen moldear la percepción. A ello voy.
Mi primer encuentro con la sanidad pública se produjo en el año 69, a los pocos meses de nacer. Una dolencia que entonces era casi mortal me llevó al complejo hospitalario segoviano del 18 de julio. Con apenas tres meses de vida, mi madre y todo el equipo de sanitarios encabezado por un médico del que sólo sé que se llamaba Carlos, se empeñaron en renacerme; y lo consiguieron. De entonces guardo un costurón sobre mi pecho al que, el tiempo ha ido añadiendo nuevas suturas; cicatrices de la vida. Las enfermeras me llamaban “el muerto resucitado” mientras que me cuidaban; gracias. Después fueron muchas más las veces que mi paso por urgencias ponía en su sitio todo lo que mi ruda infancia y adolescencia se empeñaban en romper.
Poco tiempo antes de la pandemia un arreón cardiaco severo estuvo a punto de llevarme al huerto. Y de nuevo, allí estuvo la sanidad pública —en este caso madrileña— para empeñarse en no dejarme morir. En aquel momento tenía una relación fluida con nuestro paisano, Rafael Calvo Ortega. Cuando los sábados por mañana me llamaba por teléfono a casa para interesarse por mi salud, comentábamos las cosas de la vida. Rafa —le decía— si alguien me habla del desmantelamiento de la sanidad pública, le tendré que desear que pase por donde he pasado yo para que vea que no es cierto. Él reía y me decía: Luis, ¡no sabes cómo me alegro de oír eso! Hoy echo de menos aquellas conversaciones con Rafa y el cruce de cartas y de libros. Ánimo, amigo.
No me extenderé más ni ahondaré en el turismo sanitario de guiris que, empadronándose en la Costa del Sol, vienen a por un tratamiento. Por algo será. Concluiré con una historia que me hace comprender mucho mejor las declaraciones de Gere. En el año 2023 un familiar estaba ingresado en el hospital Jiménez Diaz de Madrid, el médico que le asistía había comenzado su carrera profesional en Estados Unidos y confesaba que regresó a España, porque no podía soportar el dolor de conciencia que su trabajo tenía allí. Cada vez que prescribía alguna prueba médica o un tratamiento —decía— sabía que probablemente estaba arruinando a la familia. Allí tienes dinero o un seguro o te mueres. Así de duro.
Si, seguramente hay mucho que mejorar. Pero también hay que mejorar la percepción del usuario en la valoración de lo que tenemos y olvidarnos de la sanidad pública como arma ideológica; detrás de eso no hay más que intereses personales y políticos de ideas grises. Tenemos una buena sanidad, aunque mejorable, universal y gratuita. Parece mentira que tengan que venir de fuera para decírnoslo.
