Vamos con la tercera y última Mirada al camino de Zamarramala, uno de los paisajes del alma que a los segovianos nos gusta especialmente y que los artistas han plasmado en sus lienzos, pintándolo con asombro.

En su gouache “Carretera de Zamarramala”, Juan Ignacio Davía -dando el mismo tratamiento a tapia y camino- hace que cobre presencia el sinuoso trazado del segundo que, aunque sólo una vez, también entró en la canción por obra de Emilio García Castillo: en su zarzuela La Picarona (1930), García Castillo hace cantar al curandero Ginés: “Vengo caminando/ por la cinta blanca de la carretera, / y traigo ilusiones para quien me aguarda/ para quien me espera…” Esa cinta blanca es la carretera que estamos conociendo, la tan espectacular, que une la ciudad de Segovia con el lugar de Zamarramala.

El humorista, pintor, dibujante y cartelista Antonio Madrigal hizo en 1991 un affiche para anunciar el Primer Festival de Teatro de Calle Ciudad de Segovia. Y tuvo un detalle original: no lo hizo colocando como motivo el omnipresente y aplastante Acueducto, sino el camino que va de la Vera Cruz a Zamarramala, mucho más modesto, aunque no por eso menos brillante. El barco, la sombrilla o la torre de vigilancia del socorrista son parte de la broma que hace creíble que las calizas se hayan convertido en playa.

Bajando de Zamarramala hacia Segovia, se vea o no el camino, es imposible ocultar las bellas estampas de la ciudad que se van vislumbrando tras de cada curva, tras de cada desigualdad del terreno. Así pintó -en 1995- una de esas apariciones José Sánchez Carralero. Y con esta letrilla cantó el hecho Feliciano Ituero:
“Desde Zamarramala
se ve Segovia
con su traje de gala
como una novia.”
Diferente a lo visto hasta ahora es un anónimo pintado en 1995: el artista ha elegido un lienzo rectangular, mucho más ancho que alto, como los que se utilizaban para sobrepuertas en el siglo XVII, y en él ha pintado el final del camino, en una composición muy geométrica: mitad para el cielo y mitad para las tierras, con el caserío de Zamarramala en la intersección. Pocos detalles más, aunque no falta el paredón rocoso de las escaladas.

Fijaos ahora en la “Carretera de Zamarramala” de Ángel Cristóbal Higuera. ¿Identificáis al completo este espacio? Es el de la fotografía pictórica de Eduardo Garay, el que pintaron Daniel Zuloaga, Aurelio García Lesmes o Miguel Ángel Martínez Maciá: destacan el barrio caminero de San Marcos, la alameda de la Fuencisla y el Carmelo, la Vera Cruz, las Cuestas, el camino de Zamarramala y Zamarramala. Pintado, en blancos apacibles, cuando el estilo del artista había alcanzado su plenitud.

Casero no quería, cuando pintó el paisaje al óleo que traigo a este artículo, hacer figuración, sino algo abstracto, la pintura por la pintura, pero… las tapias, el zigzagueante camino, el verde de la alameda de la Fuencisla, el plano de deslizamiento de la falla y el caserío de Zamarramala alterando la línea del horizonte son elementos demasiado potentes para no utilizarlos como referencia en una pintura que tenga como motivo el sugerente paisaje que contemplamos desde la explanada del Alcázar.
Muchos paisajes castellanos, cambiando al ritmo de las estaciones, ofrecen una belleza multicolor que muy pocos igualan. Sin embargo, hay personas que les dicen monótonos. Yo los veo como inmensos lienzos en los que ayer dibujaron las hoces y los arados y hoy dibujan los tractores; y en los que caben los colores pardos, verdes, azules, rojos, amarillos de colza, de girasol o de trigo maduro por segar y recién segado. ¿Exagero ponderando esa belleza? Quizá necesita esfuerzo para ser apreciada y más aún para pintarla tan sabiamente como lo hizo María Rubio Cerro: oteando el horizonte desde la explanada del Alcázar hasta Zamarramala, captó en 2002 el alma del mes de agosto en su acrílico “Carretera de Zamarramala”.

Por los años 90 del pasado siglo, el tráfico que discurría por la carretera de Zamarramala comenzó a ser tan intenso que se hizo necesario reformarla. Se ensanchó, no sin polémica, y el firme de macadam dio paso al asfalto, con lo que la cinta blanca pasó a tener ese color negro azulenco propio del betún, tal como lo vemos en el lienzo que Guillermo Masedo pintó en 2014, en el que la carretera, en forzada perspectiva, sube de San Marcos a la Vera Cruz.

Ved la pintura y la descripción de este paisaje único y del fascinante camino que lo atraviesa, ambas de Jesús González de la Torre. Pintó y escribió el año 2019: “Escenario de absoluta verdad, sereno y quieto. Lugar ideal para la contemplación y la ascesis. Sueño de místicos. Paisaje desnudo. Paisaje de subida y no bajada. Paisaje vertical y de ascensión donde la solitaria iglesia es el punto de partida hacia lo más alto”.
Voy a terminar. Los segovianos solemos recordar mucho a Ignacio Zuloaga y poco a Valentín de Zubiaurre, a pesar de que fue éste quien enseñó al mundo de la pintura una manera de componer cuadros que podríamos decir “a la segoviana”: pintaba un paisaje segoviano con uno de nuestros caminos y delante colocaba a unos paisanos. Así podemos verlo en una pintura del artista argentino Francisco Vidal, que ilustra un artículo de Ángel González Pieras publicado en El Adelantado de Segovia (13-VI-2021). El paisaje elegido fue el monasterio del Parral y el camino, que se ve a la izquierda, el de Zamarramala.

Podríamos seguir… es imposible ser exhaustivo con este tema… sin embargo, creo que después de tres Miradas dedicadas a este paisaje segoviano, quien no sepa apreciarlo ¡no tiene remedio!
—
* Supernumerario de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce.
porunasegoviamasverde.worpress.com
