Para un barrio como San Lorenzo, que late sin remedio al hilo de sus festejos, celebrar Santa Águeda es un alivio. Pocos lugares han podido sentir más el vacío de fiestas populares que sus calles, que cuentan historias de molinos y de tradiciones que siguen vigentes. De ahí que su celebración al mediodía de ayer, con la iglesia del barrio abarrotada y el gran colorido de los trajes de las aguederas, sirva de aperitivo a un año de relativa normalidad, con sus esperanzas puestas en las fiestas patronales de agosto. En una reivindicación femenista, honraron la “gesta” de sus mujeres, como destacó la pregonera del acto, la exconcejala del Ayuntamiento de Segovia, Blanca Valverde.
Fue una celebración contenida, con una modesta y breve procesión que apenas dio una vuelta a la plaza, lo justo para que dos aguederas se terminaran el cigarro y tres canteranas ataviadas terminaran su calentamiento. Estas niñas, cuyos movimientos oscilan entre la jota y el reggaetón, han aprendido a bailar antes que a andar. Su abuelo posaba junto a ellas, subidas en el atrio, es una estampa entrañable. Y una metáfora: si dos mujeres mandan en su vida, son ellas.
Las alcaldesas, María del Sagrario Gómez y Noelia de Pablo, presentaron el acto central. En torno a un centenar de personas aplaudieron en la plaza del barrio la designación de Carmina Rojo como alcaldesa de honor, que puso en valor la labor de las cofrades. La aguedera de honor, Rosina Herreros, se alejó del micrófono. “¿No te quieres acercar?”, le preguntaron. “No”, espetó ella. Contundente.
Un pregón reivindicativo
Valverde inició su pregón, que no era el primero que hacía en Santa Águeda, con un recuerdo a las víctimas de violencia de género. La edil calificó a Pedro Arahuetes, presente en el acto, como “el mejor alcalde que ha tenido Segovia”. La representación municipal la integraban Clara Martín y Jesús García Zamora; ambos ‘alcaldables’, hasta que el tiempo diga lo contrario. La pregonera se declaró feminista y puso en valor el legado de “un barrio con hitos, recuerdos y leyendas”. También tildó a San Lorenzo como lugar de “cobijo y destete” y puso en valor la fuerza de su tejido asociativo y peñista.
Alabó a las aguederas como “bellas, arriesgadas, valientes y soñadoras” y recordó a Águeda de Catania, una mujer de fe y principios del siglo III que no se doblegó al hombre. “Han pasado demasiados siglos que son castigo y losa para nosotras. Las mujeres hemos sido invisibles, sumisas y serviles, a nuestros padres, maridos e incluso a nuestros hijos”. Habló de cuentos de princesas de largas melenas, “soñadoras de sapo”, mientras “ellos y solo ellos han sido los valientes”. Y reivindicó los hitos científicos o deportivos de la mujer.
Desgranó “la dura realidad”: las violaciones, la risa del psicópata o las múltiples formas de la “compraventa” de la mujer. Habló del maltrato silencioso, del “tú no vales”, y fue tajante con sus autores: “Malditos asesinos, depravados, cobardes, cabritos y corderos malos, malditos”. Y se despidió con las alegrías. La de las aguederas “sin su habitual delantal”, a las que dedicó un sinfín de adjetivos: alegres, coquetas, picaronas, traviesas, exquisitas, cariñosas, avispadas. Que “enderezan braguetas”. Esas “gobernantas y enfadadas” bien merecen una fiesta. “Que para eso celebran su gesta”.

Una gesta aderezada con bailes, un vermú soleado y la prenda controlada de algún pelele. Porque la gesta de verdad consiste en que el hecho de que la mujer mande un día deje de ser noticia.
