Anónimo. Pórtico de San Juan de los Caballeros. Litografía. 1896. Esta litografía, elaborada, preciosa y de no perdido sabor romántico a pesar de lo avanzado de la fecha de ejecución, es de un autor inglés cuyo nombre desconozco. Ha tomado el esquinazo que forman el cuerpo saliente del pórtico y su unión con los tres arcos del atrio angular que miran a poniente, jugando sabiamente con las luces y las sombras. Aunque sin ofrecer nitidez ni claridad en los detalles sí deja entrever que el deterioro de la piedra progresaba.
Daniel Zuloaga. San Juan de los Caballeros (Segovia). Acuarela. 1905. Museo Zuloaga. Y llegó don Daniel. Necesitaba hornos grandes para ejecutar los paneles de un concurso que había ganado y, no pudiéndoles hacer en su taller madrileño de la Moncloa, vino a la fábrica de loza de los Vargas, en Segovia. Hizo el trabajo, marchó a Pasajes y el año 1905 volvió a Segovia, donde había visto una iglesia arruinada de la que se enamoró. La compró y estableció en ella un nuevo taller, donde permaneció hasta su muerte. La acuarela que pintó nos muestra la imagen de la iglesia en aquel momento, con el pórtico angular en el que todos los arcos han sido tapiados, la nave central con su cubierta y la torre, ya sin el tejado.
Pablo Uranga. San Juan de los Caballeros (Segovia). O/l. Sin fecha. Pablo Uranga, alavés, fue amigo de Ignacio Zuloaga y compañero de viajes, por España, por Francia y, como no podía dejar de pasar, por Segovia, donde compartieron estudio e incluso se retrataron pintando uno al lado del otro. La paleta de Uranga era de colores encendidos y con ellos teñía los castillos, las calles y las ruinas que contemplaba en sus excursiones por tierras castellanas. Así en esta espectacular vista de San Juan de los Caballeros, comprada hacía poco tiempo por Daniel Zuloaga y en la que todavía no se aprecian señales de la restauración que habría de venir. Buena pintura, fiel a lo representado, naturaleza muerta de ruinas y piedras abandonadas, con detalles como lo que entonces permanecía en pie del convento de San Agustín y gentes moviéndose para dar sensación de vida y la escala del edificio. ¿Las nubes? Lo que por aquí decimos un candilazo.
Esperanza Zuloaga. El altar de Castilla. Cerámica. 1928. Plaza de España. Sevilla. El año 1929 Sevilla fue sede de una magna exposición Iberoamericana. Lo conmemoró con la construcción en el Parque de María Luisa de la monumental Plaza de España, adornada entre otros elementos con grandes paneles de cerámica, homenaje a las provincias. Para la de Segovia se llevó uno realizado por Esperanza Zuloaga, el Altar de Castilla, recreación del pórtico occidental de San Juan de los Caballeros, en cuyos tres arcos se presentaban tres hechos históricos: Enrique IV llevando las riendas del caballo que monta su hermana Isabel, Proclamación de Isabel como reina de Castilla y jinete ondeando la bandera castellana. En la versión de esta gran pieza que estuvo muchos años en el museo, el tema era religioso: Anunciación, Crucifixión y Resurrección. Ignoro donde ha ido a parar.
Manuel Bernardo se forjó como artista en San Juan de los Caballeros, con Daniel Zuloaga, quien le llamaba Boticelli. Este sería uno de sus primeros dibujos, acaso planteado como desafío, al que acompaño con un texto de Juan de Contreras, coetáneo, que escribió sobre el monumento: “Una plaza rectangular, ajardinada, que se llamó de San Juan y que lleva ahora el nombre del Cronista Colmenares. Ocupa todo el norte la parroquia de San Juan de los Caballeros, en la cual tenían su enterramiento los Nobles Linajes. Es de las más antiguas de la ciudad, sin duda de las postrimerías del siglo XI. El exterior es interesante por el conjunto pintoresco de la torre derrumbada y recompuesta en el siglo XVI, y de los ábsides; por la riqueza y el primor de capiteles y cornisas y, sobre todo, por la fantástica escenografía de la doble portada del poniente”.
Ángel García Ayuso. San Juan de los Caballeros. Pastel. 1945. Este delicado dibujo del artista a quien debemos buena parte de la restauración interior del Alcázar, bien merece, por su belleza, un texto bello y delicado como el escrito por Mariano Grau: «Pero algo clava nuestra atención con una llamada poderosa del espíritu. Estamos frente a la iglesia de San Juan de los Caballeros, que se asoma, ávida de paisaje, a la pendiente, desde hace muchos siglos. Otra joya más en esta maravillosa vitrina de arte románico que es Segovia. Otro poema de piedra áurea, donde cada sillar, cada fuste, cada capitel vibra encendido en una llama inextinguible. Y vamos viendo esos ábsides redondos, patinados con el zumo de la Historia; la esbeltez del atrio, la delicada cinceladura de una portada, casi ojiva, la serena curva de otra portada de líneas puras, hundida en un sueño de sombra; la sutil gracia de los canecillos; la torre extraña…» Miro con atención la torre dibujada por Ángel: la torre extraña.
L. Mariam. San Juan de los Caballeros. Acuarela. 1957. Diputación Provincial de Segovia. Aquel año, un grupo de alumnos de la Escuela de Cerámica de Madrid hizo un viaje a Segovia para conocer el taller de los hijos de Daniel Zuloaga, que todavía conservaba parte de la fama que alcanzó con el fundador, y para pintar por la ciudad. Las acuarelas que de aquel viaje se han conservado son todas muestra del buen aprendizaje que se desarrollaba en la escuela, correctas de dibujo y de colores delicados. Esta presenta una vista de la antigua iglesia, delante de cuya puerta, al morir el fundador, los hijos plantaron dos cipreses que conservaran su memoria. Aquí aparecen con bastante presencia, se han retirado los bancos de piedra y empieza a medrar el jardín plantado alrededor de los ábsides.
Isabel Fraguas. Jardín. O/l. 1985. El entorno de San Juan de los Caballeros conoció el movimiento y bullicio que seguía a las pruebas hípicas que la nobleza segoviana organizaba en la pista situada entre la iglesia y la primera línea de casas; luego el abandono que vino tras el cierre del templo; y la recuperación, lenta pero que llegó. El año 1947, habiendo decaído el taller y comprado el edificio por el Estado, comenzó la intervención de la ciudad, también lenta pero que culminó con el ajardinamiento de todo el espacio. Y en este cuadro se nos ofrece un detalle: césped, una topiaria de thuja, un sendero y un seto de aligustre. Más dentro están los dos cipreses que los hijos de don Daniel plantaron en su memoria. Como señaló Azorín, la hoja verde lozana y la vieja piedra dorada, en Segovia se complementan como en pocos lugares.
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* Supernumerario de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce
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