El pasado miércoles celebramos la fiesta de San José y aunque a este pobre santo le quitaron la festividad, sigue siendo muy popular. Hay muchos José, aunque en mi pueblo todos los José son Jose.
San José es el patrón del Seminario porque fue el encargado, junto con María, de la educación de Jesús. Y sobre esa educación, dice el Evangelio de Lucas en dos ocasiones que era muy integral porque “el niño crecía en estatura, en conocimientos y en gracia ante Dios y los hombres”. Pero lo cierto es S. José sale muy poquito en los Evangelios. Su figura se diluye porque nunca dice nada pero, eso sí, tiene sueños interesantes. Sueña que tiene que acoger a María cuando él ya estaba pensando que Dios había elegido a otro como esposo de su prometida embarazada. Es más en el sueño se le revela que será él quien le ponga el nombre al niño, como queriendo decir que lo acepte como suyo. Sueña que tiene que fugarse a Egipto porque el niño y la familia corren peligro. Sueña que ya puede volver a Nazaret cuando el peligro, unos años después, ha pasado. Cómo recuerda esta proliferación de sueños al bueno de Segismundo en su monólogo de la “Vida es sueño”.
Su última aparición es cuando el niño tiene 12 años y, como un adolescente más, se olvida de sus padres para hacer lo que le viene en gana. Así que, sin decir nada, les juega la mala pasada de quedarse en Jerusalén. El bueno de José ni siquiera entonces dice algo. Lo dice su madre, que por algo las madres tienen un tacto especial para corregir las conductas díscolas de los hijos.
El Evangelio de S. Mateo dice que S. José era “dikaios” y el de Lucas, por dos veces, que “era de la estirpe de David”. Que era “tektonos”, lo sabemos por la gente de su pueblo que conocía a Jesús como “el chico del tektonos”. Ya que he dejado caer dos palabras en griego, que suenan preciosas, me permito explicarlas. “Dikaios” , que habitualmente se traduce como bueno o justo, en realidad refleja una psicología más compleja. Porque se designa así al hombre que busca siempre hacer lo correcto, lo que está bien y sobre todo lo que cree que Dios espera de él. Por su parte, “tektonos”, significa “carpintero, ebanista, cantero, herrero, escultor, obrero o artesano en general”, según mi diccionario Vox. Así que José era uno de esos hombres de pueblo que hacen de todo.
Habitualmente le han colgado en San Benito de que era mayor y lo presentan barbado y con una vara que florece. Esto se debe sobre todo a los evangelios apócrifos y a la piedad popular medieval. Lo de mayor, para justificar que no tuviera relaciones maritales con María. Y lo de la vara florecida procede de los Evangelios Apócrifos – no soy capaz de decir de cuál en este momento- que relaciona los esponsales de María con la profecía de Isaías que hablaba de que en los tiempos mesiánicos nacería un brote verde del tronco de Jesé. Para los no iniciados aclaro que Jesé es el padre del rey David, de ahí la insistencia en que José era de la descendencia de David. Retomando el relato, el caso es que para casarse con María se convocó en el templo a todos los viudos que fueran de la estirpe de David. Deberían llevar una vara y resultó que la de José, al ponerse ante María, floreció milagrosamente señal de que era el elegido. En fin, este tipo de relatos plagados de milagros innecesarios nos hacen comprender la gran diferencia que hay entre los evangelios canónicos y los apócrifos.
Más interesante es preguntarse qué hacían los esposos, siendo de Belén y de Jerusalén, en un lugar tan remoto como las montañas de Galilea. Algunos especialistas especulan si los ascendientes de ambos habrían sido exiliados por motivos políticos. Flavio Josefo cuenta que debido a las continuas revueltas que había en Judea provocadas por la ocupación romana del año 63 a. C. algunas familias habían sido desterradas a Galilea. Esta forma de proceder era bastante habitual en la época. Se desplazaba la población, se ocupaba con otros habitantes y se solucionaba el problema. Julio César lo hizo con los galos, trasladándolos al centro de Anatolia, actual Turquía. Con el tiempo la región donde fueron trasladados los galos se llamó la Galacia, a la que S. Pablo escribe una de sus cartas más apasionadas.
La verdad es que comencé el artículo pensando hablar del Seminario pero se me ha ido hablando de S. José. Lo dejaré para otro día. Aunque con retraso, felicidades a los Jose.
