Uno de los pueblos a los que fui destinado recién ordenado sacerdote fue Riaguas de San Bartolomé del que fui párroco de 1984 a 1995. Lo traigo a la memoria porque hoy se celebra la fiesta de este apóstol y me he acordado no sólo de que es su fiesta sino de la poderosa imagen que preside el retablo de la iglesia. Se trata de una talla del siglo XVII que representa al santo con una larga barba vestido con una túnica roja. En su mano derecha sostiene una espada, pero no está en actitud de golpear sino que la muestra para simbolizar que, según la leyenda, murió desollado. En la mano izquierda sujeta un libro y una cadena con la que tiene apresado a un demonio que se retuerce a sus pies. La verdad es que hago esta descripción de memoria pues hace ya muchos años que no he vuelto a Riaguas y en internet no he encontrado ninguna imagen del retablo.
Al igual que de la mayoría de los Apóstoles, lo que las Escrituras nos cuentan de él es escaso. San Bartolomé aparece pocas veces en los Evangelios. En los sinópticos aparece siempre con este nombre, pero en S. Juan se le llama Natanael. Los estudiosos, aunque no por unanimidad, consideran que es el mismo porque siempre aparece asociado a Felipe. Consideran que los dos nombres son el mismo: Natanael Bar Tolmai. Natanael significa “don de Dios” y “Bar Tolmai” significa el hijo de Tolmai, que a su vez significa labrador, por tanto “el hijo del labrador”.
El Evangelio de Juan nos relata con detalle cómo llegó Natanael a conocer a Jesús (Jn 1, 44-51). En primer lugar, nos cuenta la llamada de Jesús a Felipe. Jesús lo llama con su habitual contundencia y, para que comprendamos su respuesta inmediata, el evangelista nos aclara que Felipe era de Betsaida, el mismo pueblo de Andrés y Pedro, que ya eran del grupo de Jesús. Con este detalle nos quiere decir que, aunque la llamada puede parecer demasiado repentina, en realidad tiene ya una cierta raíz. Hay que aclarar que, aunque parezca lo contrario, el Evangelio de Juan es, a decir de los expertos, el que más detalles concretos aporta a la vida de Jesús. Eso lo defiende con vehemencia nuestro obispo emérito D. César Franco en su magnífico estudio del Evangelio de Juan titulado ‘La vida de Jesús según San Juan’. “Juan conoce bien la Palestina de su tiempo —escribe D. César—, su geografía, los lugares que cita, las costumbres de sus contemporáneos, las fiestas judías con sus simbolismos, y desciende a detalles que, considerados invención en tiempos pasados, hoy son reconocidos como auténticos”.
El relato sigue con que es Felipe quien le cuenta a Natanael que ha encontrado a “aquel del que escribió Moisés en la Ley y también los profetas” y añade que es el hijo de José de Nazaret. La reacción de Natanael es lamentable y resulta insólito que el Evangelio la haya recogido: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”.
Pero Felipe lo convence para que le acompañe. Lo sorprendente es que Jesús lo saluda con una alabanza tan desmedida como la descalificación previa de Natanael. Jesús dice que es “un israelita de verdad en quien no hay engaño”. Natanael le pregunta que de qué lo conoce y Jesús responde que lo ha visto debajo de una higuera. ¿Por qué la reacción de Natanael es tan exagerada como para proclamarlo Rabí a la primera de cambio y olvidarse de que es de Nazaret de donde no podía salir nada bueno? La razón es que esa expresión de haberlo visto debajo de la higuera tiene un doble sentido. No es sólo una localización sino que es una actitud. Si la hermosa sombra de las higueras era un lugar habitual para el estudio a solas de la Torah, el estar ahí significaba también una actitud de búsqueda, de escrutar los signos que ofrecería el Mesías. Por eso Jesús termina diciendo que eso no es nada comparado con lo que les espera.
Según la tradición predicó en Oriente y se cuenta que Panteno, el fundador de la Escuela catequética de Alejandría en el siglo II, viajó a Mesopotamia y Armenia donde encontró un ejemplar del Evangelio de Marcos escrito en arameo que supuestamente habría llevado Bartolomé. Bartolomé fue martirizado allí. Esto y otras milagrerías varias forman parte de la leyenda. Pero claro, como dice uno de los periodistas de la película “El hombre que mató a Liberty Valance”, una obra maestra de John Ford, “en el oeste cuando la leyenda se contradice con la realidad, nos quedamos con la leyenda”. En el tema de los santos a mí me parece que también es así.
