«Salvajes» (Savages, 2012) es el irónico o paradójico título que Oliver Stone ha querido poner a su última película, porque es como se ven, unos a otros, los dos bandos que se enfrentan brutalmente en ella. Son dos maneras de entender el mundo. Los más bestias y retrógrados, acostumbrados a revolcarse en el lodo, califican de salvajes a quienes practican sin ningún tipo de prejuicio un civilizado «menage à trois».
Ellos invocan a la Virgen y a todos los santos y se honran en formar familias de tipo tradicional, aunque no tienen impedimento alguno en ejercer la violencia más cruel o las más despiadada tortura, con tal de salirse siempre con la suya, en el caso de esta película y de la novela de Don Winslow en la que se basa, hacerse con el control del mercado de las drogas que se consumen en la soleada California, empujados como nuevos bárbaros por las dificultades que encuentran en su México natal al verse acosados por el ejército.
Oliver Stone, cómodamente asentado, al parecer, en Hollywood y dispuesto a seguir la reglas del juego, disminuye la contundencia de su habitual denuncia (aquí corrupción, connivencia entre los estamentos policiales y la delincuencia organizada) para centrarse en hacer espectáculo, cine de género, un thriller eficaz y poderoso, absolutamente entretenido, que no da respiro a sus espectadores.
En tal sentido, Oliver Stone sigue siendo un cineasta que rueda con intensidad, con mucha energía, para que el ritmo de su narración fluya vibrante, sin pausa y sin desmayo, realimentado continuamente por los impactantes estallidos de violencia. De hecho, el protagonismo parece recaer más en los malotes mexicanos, entre ellos unos estupendos Salma Hayek y Benicio del Toro, que en el trío de jóvenes californianos que residen plácidamente en una imponente mansión con excelentes vistas al Pacífico, fruto del mucho dinero que ganan con su floreciente negocio: el cultivo y distribución de la mejor marihuana.
Estamos pues ante una película muy bien resuelta formalmente, como corresponde a la industria americana, que ofrece un brillante espectáculo de índole comercial, pero con un interesante trasfondo, aparte de tocar directamente el narcotráfico, que es la inmoralidad, la absoluta falta de escrúpulos, de quienes en esta vida sólo se preocupan de amasar dinero, porque supone lujo y poder. Y no olvidemos que el poder puede garantizar en muchos casos la impunidad. Ya no hay que preocuparse de si el fin justifica los medios. Se desconoce la ética.
Por lo demás, reseñar su apuesta por la moralidad, en vez de optar por un protagonismo más concreto, ganando con ello la trama de un argumento fuerte, duro, no apto para estómagos débiles, bien desarrollado a partir de un guión compacto, rodado con vigor narrativo y sin desdeñar los golpes de efecto.
En fin, «Salvajes» es una película bien realizada, que conjuga perfectamente fondo y forma, un buen thriller, pero sin exagerar, que tampoco estamos ante un film imprescindible. Y sus dos finales dan mucho que pensar.