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Salvador Ros García – San Juan de la Cruz: Dichos de luz y amor

por Redacción
14 de diciembre de 2019
en Opinion, Tribuna
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De san Juan de la Cruz nos queda, ante todo, la palabra. Pero palabra oral antes que escrita, porque a él le gustaba más hablar que escribir, como lo evidencian las mismas Concordancias de sus escritos, en las que el verbo escribir aparece sólo 97 veces, mientras que el verbo hablar lo utiliza en 399 ocasiones, por no aludir al verbo decir que, con sus 4.553 presencias, es el término más empleado de cuantos componen el registro léxico de su obra.

San Juan de la Cruz –digámoslo claramente– no era un escritor de oficio, un profesional al uso: ni le preocupa la fama, ni escribe para ser aplaudido, ni se esfuerza en hacer una obra cuya validez estribe en excelencias formales. Nada hay en él que pueda compararse con la altivez del escritor que se proclama pionero de proezas artísticas, como hacía fray Luis de León. El arte, en sí mismo, no le interesa si no lleva a metas trascendentes, como escala que acerca al misterio.

De hecho, toda su obra nació en el ejercicio coloquial con personas sedientas, como él, de una espiritualidad más evangélica, más honda y depurada, en un tiempo en que había más formas que fondo, más conceptos que palabras concebidoras, más religiosidad que fe, carencias y desviaciones junto a deseos sinceros de Dios. Su lenguaje era de «palabras encendidas», palabras como llamas, de fuego más que de resplandor, prescindiendo del brillo superfluo en beneficio de la capacidad de impacto, para conmover, para sacudir conciencias e inflamar voluntades.

Esto explica que su magisterio fuera inicial y preferentemente a base de dichos, sentencias espirituales, máximas, avisos, frases cortas e incisivas capaces de provocar en el oyente un sobrecogimiento ante la revelación de una verdad y un estímulo para la acción. Como recuerdan tantos testigos: «gozaba de una eficacia singularísima en iluminar la mente y en mover la voluntad y encender el corazón de cuantos le escuchaban».

Juan de la Cruz era todo un maestro en ese modo de hablar, en ese estilo pedagógico que mereció por parte de santa Teresa el apelativo cariñoso de «mi Senequita», por lo sabio, discreto y sentencioso de su doctrina, por la densidad de pensamiento encerrado en esas frases breves, una densidad que deslumbra por la sencillez de fórmula y hondura de contenido.

Y eso fue lo primero que él empezó a poner por escrito y a distribuir entre su círculo de oyentes y lectores, lo que entonces se denominaban «billetes espirituales». Una carmelita del monasterio de la Encarnación de Ávila recuerda esta práctica habitual de fray Juan de la Cruz durante aquellos años de su estancia abulense: «tuvo gracia en consolar a los que trataba, así con sus palabras como con sus billetes, de quien esta testigo recibió algunos, y lo mismo algunos papeles de cosas santas, que esta testigo estimara harto el tenerlas ahora».

Dado su carácter ocasional, muchos de esos pequeños textos se perdieron ya en vida de los propios destinatarios, como en el caso de la citada monja de la Encarnación. Con todo, sin embargo, se han podido rastrear diversos repertorios y recoger un buen número de ellos (185 en total, procedentes de diversas colecciones) que conforman una obra unitaria, editada bajo el título de Dichos de luz y amor, y que dan fe de la «eficacia y fuerza que tenían sus palabras para persuadir».

Por otra parte, tampoco hay que perder de vista que esos Dichos, dirigidos como dardos al corazón del lector, son de la misma naturaleza y virtualidad que las canciones del Cántico espiritual, a las que el propio Juan de la Cruz consideraba también como «dichos de amor en inteligencia mística». En este sentido, se puede decir que son dichos poéticos, pequeños poemas en prosa; por lo que deben ser leídos poéticamente, de igual manera que las canciones del Cántico, «con la sencillez del espíritu de amor e inteligencia que ellas llevan», dejándose seducir por la magia verbal de sus palabras y, sobre todo, por la fuerza connotativa que hay en ellos, pretendiendo que hagan «efecto de amor y afición en el alma», porque a fin de cuentas «son tan provechosos y eficaces como compendiosos, de manera que el que de veras se quisiere ejercitar en ellos, no le harán falta otros ninguno, antes en estos los abrazará todos».

——
(*) Carmelitas Descalzos. Segovia.

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