Se lo he oído comentar, con emoción, a algunos cofrades de la Semana Santa segoviana: “Después de dos años sin poder hacerlo, a causa de la pandemia, por fin este año podemos salir de nuevo a la calle a procesionar nuestras magníficas esculturas que representan la Pasión y Muerte de Jesús”. Hay que agradecer el trabajo y la ilusión que ponen en ello tantas personas. Propongo, por si ayuda, que aparte de disfrutar, rezar y emocionarnos contemplando los Pasos de la Semana Santa, recordemos que este Jesús, al que representamos en el final de su vida en la tierra, que salía permanentemente a la calle al encuentro de las personas que le necesitaban, nos pide a los creyentes hacer hoy lo mismo. Al hilo de la Procesión de ‘La Borriquilla’, en este Domingo de Ramos, Julián del Olmo nos invita a ‘salir a la calle’:
“Salgamos a la calle…para ver a Jesús, montado en la borriquilla, ofreciendo a los hombres y mujeres que cayeron en la droga, el alcohol, la depresión o la desesperanza, ayuda para salir del pozo y paliar su sufrimiento y el de sus familias.
Salgamos a la calle… para ver a Jesús, montado en la borriquilla, conversando con los ancianos, inmigrantes y personas ‘sin techo’ que pasean su soledad y su desamparo por las plazas públicas esperando encontrar a alguien a quien contar sus penas.
Salgamos a la calle… para ver a Jesús, montado en la borriquilla, ordenando a los gobernantes del mundo que retiren los tanques y los misiles de cabezas nucleares los frentes de guerra y procedan a su desmantelamiento, porque la guerra no arregla nada y lo estropea todo.
Salgamos a la calle… para ver a Jesús, montado en la borriquilla, y de paso echarle una mano porque él solo no puede atender todas las carencias y problemas de la gente que acude a pedirle ayuda.
Salgamos a la calle… para ver a Jesús, montado en la borriquilla, y manifestarle que somos ‘seguidores suyos’ y estamos encantados de serlo, porque puestos a elegir un ¡maestro¡ que nos guíe en la vida, ninguno mejor que Él.
Salgamos de nosotros mismos… y sigamos a Jesús, montado en la borriquilla, para ver lo que sucede en la calle y actuar en consecuencia porque no podemos vivir de espaldas al sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas”.
“Conforme Jesús avanzaba, montado en la borriquilla, sus seguidores gritaban de alegría y alababan a Dios por todos los milagros que habían visto, diciendo: ¡Bendito el que vienen en nombre del Señor! (Luc. 19,37).
Jueves Santo: Jesús celebra la última cena con sus discípulos. Instituye la Eucaristía y nos manda “partir y compartir el pan”. Después “se levantó, se quitó el manto, tomó una toalla y se puso a lavar los pies a sus discípulos” (Juan 13,4). Gesto revolucionario. Solo lo hacían los esclavos, nunca el ‘maestro’ y ‘señor’, como le denominaban sus discípulos.
Levantarse: salir de nuestros espacios seguros y cómodos y aventurarse a encontrarse con el otro. Quitarse el manto: despojarse de todo aquello que nos sitúa en un status de poder y prestigio, sea social o eclesial. Agacharse: los pies es lo más bajo del ser humano; para acercarse hay que agacharse y mirar desde abajo. “¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros?. Os he dado ejemplo: debéis portaros como yo lo he hecho con vosotros.” (Juan 13, 12.15).
Viernes Santo: Jesús muere en una actitud de solidaridad y de servicio a todos. Toda su vida ha consistido en defender a los más pobres frente a la inhumanidad de los ricos; en solidarizarse con los débiles frente a los intereses egoístas de los poderosos, en anunciar el perdón a los pecadores frente a la dureza inconmovible de los ‘justos’.
La Pasión de Jesús es amor y es padecimiento de quien ama y por ello se enfrenta a cualquier poder injusto. Contemplar la pasión, en cuadros y pasos, en escenas evangélicas cargadas de dramatismo, es asomarse a un misterio que nos desborda, que nos invita a confiar en Dios, que camina con nosotros en la vida, y salir al encuentro de los ‘sufrientes’.
